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Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 3, No. 23, febrero del 2001
Fiesta y poder: El ritual de la "Toma" en el Movimiento Indígena
Pablo Dávalos
Resumen Ejecutivo
El artículo plantea una relectura de los símbolos utilizados por el movimiento indígena en sus protestas. La "toma" de las
ciudades, evento de carácter político que se inscribe dentro de la dinámica de los levantamientos indígenas, tiene
connotaciones simbólicas y forma parte de los imaginarios simbólicos de los pueblos indígenas. El autor plantea que la
"toma" es parte del ritual festivo que acompaña a las fiestas indígenas, sobre todo aquella del Inti Raymi, y como tal
plantea la posibilidad de una relectura que involucre lo simbólico a la acción política del movimiento indígena.
En las fiestas indígenas, sobre todo en el Inti Raymi, o Fiesta del Sol, existen las "tomas" de la plaza. Ritual que engarza el
pasado y el presente y que mezcla las nociones de la historia con los contenidos de la realidad posible de hoy. Puede ser que
la "toma" de la plaza recuerde a aquella ocurrida hace más de cinco siglos por los españoles, o puede ser que se remonte
mucho tiempo atrás, y esté inscrita en la memoria ancestral de los pueblos que habitaron este espacio.
La plaza como locus geográfico particular, como lugar público, como ágora, es el punto visible en el cual lo privado se
subsume a lo público y que además posibilita una visualización múltiple: en ese espacio público todos se confrontan y se
re-conocen. Allí despliega sus tribulaciones lo cotidiano y los fastos de lo sagrado. Allí, en la plaza se otorgan nuevos
contenidos a la representación social y al imaginario colectivo de la fiesta.
Lugar de encuentro, lugar de intercambio: lugar de compromiso. Sitio simbólico por excelencia, pero también sitio de la
polis, sitio del pueblo, que pertenece a todos y en el cual es posible encontrarse entre todos. Saber de todos. Cruzar miradas,
preguntas, comentarios, contraer citas, compromisos, averiguar de parientes lejanos. Sitio de lo cotidiano y también de lo
festivo.
Es en la plaza en donde la comunidad ejerce la justicia. Es en la plaza el sitio en el que la fiesta despliega los artilugios
secretos y públicos de su encanto. Es en la plaza en donde se demuestra y se ejerce la espiritualidad. Es por ello que luego
de la conquista, el poder terrenal y el poder celestial asentaron sus dominios alrededor de la plaza. Desde allí se podía ejercer
una mirada hacia los alrededores. Desde allí se podía ejercer el poder. La mirada panóptica de Bentham se cruza con la
mirada simbólica y sagrada que se ejerce desde la plaza.
Por ello la "toma" de la plaza. La apropiación de ese espacio público, que también tiene contenidos sagrados, y la
reivindicación a ejercer un poder simbólico sobre ese espacio. La "toma" es ritual, pero también es violenta. En el Inti Raymi
de Cotacachi, los grupos rivales saldan cuentas y entran en un combate feroz por tomarse la plaza. Se toman la plaza a
través de una dura lucha. Son frecuentes los heridos, las muertes. Esas muertes no son aquellas de las víctimas
propiciatorias, son el resultado de un acontecimiento más trascendental: aquel de la adscripción al imaginario social de un
espacio que es sagrado y político al mismo tiempo, y cuyo control se presenta como una relación fundamental del pueblo
con lo sagrado. Es en realidad, el reconocimiento a una espiritualidad profunda, más lejana de aquella que quiso ser
reformada por el cristianismo y que ha pervivido en los pliegues profundos de la memoria.
La "toma" de la plaza, es también un acto de catarsis social, de regulación interna, tiene algo de lúdico, algo que atrae hacia
ese centro de gravedad hecho de violencia. Apropiarse de la plaza, es también apropiarse de la iglesia que está en la plaza,
de la sede del poder político. Es vaciar a la plaza de los contenidos dados por el poder, aquellos del control, de la vigilancia,
del castigo, de la represión, para construir en un tiempo breve, un espacio propio, un espacio en el cual se ejecerce una
violencia que releva de lo sagrado, pero que libera, que otorga a sus actores una importancia que no la tienen en el resto del
año, que los convierte en médiums, en portavoces de una espiritualidad profunda, atávica, milenaria.
Por ello la violencia de la "toma" de la plaza es diferente. Una violencia que posibilita una armonización de lo social,
mediada por lo sagrado. Ago así como sucedía con las víctimas propiciatorias. Para llegar a ese espacio ritual, la ceremonia
establece sus códigos estrictos. De ahí nace la necesidad de la "toma", de la apropiación ritual, pero como una ceremonia,
cargada de significaciones, provista de códigos estrictos. La "toma" se prepara, se adecúa a los contenidos dados por la
fiesta, y la fiesta remite a lo sagrado.
La "toma" releva así de lo sagrado. Se inscribe en todo un universo en el cual lo sagrado configura y estructura las
significaciones y las lecturas del mundo. Lo sagrado está en el centro de la plaza. Es un centro simbólico, que remite a las
dimensiones de los espíritus que gobiernan el mundo y también nuestra vida.
La mirada que se ejerce desde la plaza y hacia la plaza, es una mirada en la cual lo sagrado determina las significaciones, los
referentes. En el Inti Raymi, la referencia está en esas fuerzas que unen al runa (ser humano) con la pachamama (naturaleza).
Pero la mirada estructurada por lo sagrado, es también una mirada sojuzgada por el poder, por los sistemas de control, por
los mecanismos de vigilancia. Es una mirada que ha aprendido a esconder, a callar incluso hablando. Es una mirada que se
substrae a aquella del poder. Que parece hablar con los códigos hechos desde el poder, pero que finalmente ha armonizado
los códigos propios, de manera secreta, con aquellos del poder.
Así la fiesta se reinventa. Antes era el San Juan, el Corpus Christi. Ahora, luego de los levantamientos indígenas, de las
nuevas relaciones de poder existentes entre los indios y la sociedad, se puede hablar con algo más de libertad. Emerge una
nueva voz que da su nombre preciso al evento más importante enla vida de los pueblos indios, ahora es el Inti Raymi, la
Fiesta del Sol.
Una apropiación política de un evento simbólico, que muestra esa profunda transformación que ha experimentado el
movimiento indígena en el Ecuador. Sin embargo, porque la fiesta es ahora una reivindicación simbólica puede también
convertirse en un acto político. Y de hecho, es un acto político. Y una de las primeras consecuencias de ese acto es la
redefinición de los contenidos de la espiritualidad y su relación con la iglesia católica. El cura, ha dejado su papel
protagónico, al igual que el patrón de hacienda, en el centro de la fiesta. Empero de ello, existe aún ese espacio, existe aún
esa representación que antes estaba visible en el cura y en el patrón de hacienda. Es necesario dar nuevos contenidos a ese
espacio, quizá dentro del proceso de reconstrucción y reconstitución de los pueblos pueda nacer una nueva forma de ejercer
la espiritualidad.
Sin embargo, queda latente el sentido de la "toma" dentro del ceremonial ritual de la fiesta. Si la fiesta es el eje central que
estructura y da sentido a las relaciones sociales y comunitarias, la "toma" permanece en el imaginario social como acto que
releva de la fiesta, una fiesta que poco a poco ha sido reapropiada, reasumida. Que se expresa como un acto político de
apropiación de la espiritualidad. "Tomar" la plaza, no es apropiarse de la plaza sin darle nuevos contenidos. Es transformar
esa plaza en un sitio sagrado. Es releer los códigos dentro de una nueva práctica. Esa "toma" vacía de todo contenido
asignado hasta ese momento e incorpora nuevos referentes, nuevos significados.
Quizá por ello, dentro del mundo indígena, la marcha hacia la capital, hacia la ciudad, que moviliza a los comuneros hacia la
"toma" de la ciudad, hacia la apropiación de ese centro lejano, que evoca en su imaginario social resquemores y
aprehensiones, quizá esa "toma" ritual y política al mismo tiempo, tenga todos los contenidos dados por el universo
simbólico de la fiesta y la ceremonia ritual.
La "toma" de la capital de la república, como acto político, como movimiento estratégico, se inscribe de esta manera dentro
de un orden de códigos simbólicos que le otorgan una dimensión nueva, un contenido diferente, unas consecuencias
insospechadas desde la lectura del poder. No es solamente un recorrido por chaquiñanes, carreteras, caminos ignotos, hacia
una ciudad hostil que representa el centro del poder, y, por lo mismo, la conjunción del racismo, la exclusión, la violencia, en
un solo locus geográfico y poblacional.
No es solamente el recurso político derivado de una estrategia de resistencia y que obliga a una visualización diferente de lo
indio. Es algo más. Es la referencia a las "tomas" de la plaza, como tomas simbólicas de poder y de representación. Es la
re-creación de un espacio diferente, a aquel de la plaza, pero que en virtud de su presencia lo re-estructura, lo readecúa
dándole sus propios contenidos simbólicos y lo transforma en plaza, en sitio público a ser tomado, reinventado, reasumido
desde su presencia, y por lo tanto, sitio simbólico, sagrado.
La ciudad es un entramado de funcionalidades. Allí no existen esos referentes que cotidianamente estructuran la vida de las
comunidades. Son sitios vacíos de contenidos simbólicos ancestrales, o en todo caso, saturados de un simbolismo diferente .
Las ciudades son un entramado de relaciones funcionales, que tienen sitios previstos, puntos de referencia ya establecidos y
en los cuales se ha roto la relación entre el runa y la pachamama. La ciudad confunde los oráculos, extravía las señales,
mezcla los referentes. Por ello hay que reinvertala desde la "toma", desde la apropiación ritual.
Las ciudades son centros desde los cuales se ejerce la violencia y la exclusión. El hombre, en la ciudad, es un dato
funcional. Las viviendas, las calles, los edificios, los colores, el ruido, la velocidad, el consumo, todo ello, hace extraño este
mundo. Lo hace hostil, y esa ciudad se hace más violenta aún cuando se siente amenazada. Cuando la ciudad siente que los
indios bajan desde las montañas, desde sus comunidades, la ciudad cierra sus puertas. Avizora la calle con miedo y
aprehensión. Siente un latido en el aire que es aquel de la angustia ante lo desconocido. La ciudad se estremece por esa
presencia diferente. Se hace más hostil. Se siente violentada en sus códigos más íntimos. Por ello toma sus precauciones.
Esconde sus objetos de valor, sus pertenencias. Cierra las ventanas, atisba en los póstigos, escruta haciendo a un lado un
pliegue de su cortina. Allí están ellos, esa presencia insondable, ese grupo humano desconocido, esos seres que rondan el
espacio de la culpa. La ciudad exige represión. Exige violencia. Una violencia que la purifique de esa presencia, que le
devuelva sus códigos intactos. Exige y clama por la expulsión violenta y radical de esa presencia indeseable. Desea retornar
a la pasible cotidianidad de lo establecido.
La respuesta de la ciudad es coherente con la intención de los indios. Si la "toma" de la ciudad es cuestión de una
reapropiación de un espacio, entonces la ciudad intuye esa violencia simbólica y genera formas de rechazo y autodefensa.
Para las comunidades se trata de convertir a la ciudad en la plaza simbólica de la fiesta, y la apropiación de la ciudad, como
"toma", en el ritual ceremonial por el cual se producía la apropiación del mundo a través de la forma simbólica de la toma.
Detrás de ello se configura una reestructuración de las formas del poder. Si la ciudad permite esa toma, entonces los
contenidos del poder, aquellos hechos de racismo, de exclusión y de acentuación de la diferencia, podrían relativizarse y
perderían su eficacia simbólica. Está en juego, todo un complejo universo de referentes y significantes alrededor de las
estructuras discursivas e ideológicas del poder.
No es gratuito entonces que los indios denominen a su acto político como la "toma" de la ciudad. En efecto, no es una
marcha de un grupo de comuneros indígenas, hacia la ciudad. No es un acto político per se, instrumentalizado en una
estrategia más general, aquella del levantamiento. Es una "toma" en el sentido más cabal que pueda generar esta expresión
en las comunidades indígenas. Es la revuelta en contra de contenidos de dominación, que no son solamente económicos,
sino que también son rituales, son ideológicos, son simbólicos.
Cuando los comuneros indígenas proponen la "toma" de las ciudades como forma de lucha y de resistencia, apelan a su
memoria ancestral. En ellos la "toma" de las ciudades adquiere significaciones distintas que constituyen la motivación más
fuerte para comprometerse en la lucha. Es su respuesta, casi espontánea, y siempre cargada de referentes rituales, a los
mecanismos de dominación y control. Su universo simbólico es distinto. Sus referentes también. Ese contenido simbólico
integra su cosmovisión que se expresa en su forma de organización familiar, comunal, social y por tanto política y
organizativa.
En el levantamiento de 1990, los indios comenzaron con la "toma" de la iglesia de Santo Domingo, en la capital de la
república. Ese mismo día, el vespertino "Ultimas Noticias" daba cuenta de la noticia, y entrecomillaba la palabra "toma":
"Los indios se "toman" Sto. Domingo". El entrecomillado tenía una intención que releva del manejo semiótico que
cotidianamente hacen los medios de los discursos. No se trataba en absoluto de leer de manera diferente una práctica política
hasta entonces inédita. Se trataba de adscribir ese hecho político a los referentes dados por el poder a lo indio. La
conjugación del verbo "tomar", en español se presenta al juego de lenguaje con la ingestión de alcohol. Beber alcohol es
también "tomar". En el imaginario simbólico construido alrededor de lo indio, la "toma" podía relevar de ese imaginario:
indios alcoholizados, embrutecidos en su condición de humillación permanente.
Diez años después, la práctica política de la toma, no puede prestarse a confusión. La "toma" de las ciudades se inscribe
dentro de la dinámica del levantamiento indígena. Por ello es virtualmente imposible para el poder detener o impedir la
"toma" de una ciudad. En el lenguaje y códigos del poder, ese otro universo no existe. Los indios como diferencia, como
alteridad, simplemente noconstan en el imaginario del poder. Es cierto que son distintos, pero el reconocimiento de que sean
distintos no significa en modo alguno que se intente conocer ese mundo y respetarlo.
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