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Boletín ICCI
"RIMAY"

Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 3, No. 22, enero del 2001

Editorial

La década de los noventa:
Una evaluación necesaria para el movimiento indígena

La década de los noventa ha sido un tiempo histórico bastante peculiar, que ha incorporado a su interior una serie de procesos muy particulares y que han otorgado nuevos contenidos a las posibilidades históricas al mediano y largo plazo para nuestras sociedades. A nivel internacional marca el fin de los denominados "socialismos reales". La caída del muro de Berlín, ha significado, de una parte, una ofensiva a nivel ideológico desde los nuevos detentadores del poder, que ha terminado por desacreditar y pronosticar la derrota de toda posibilidad de pensamiento crítico o antisistema, es el denominado "pensamiento único"; pero, de otra parte, ha abierto la posibilidad de generar un pensamiento y una práctica histórica, libre de todo dogmatismo y de toda hipoteca teórica especulativa, y con ello ha otorgado nuevos contenidos al horizonte utópico de la humanidad.

Es la década del pensamiento posmoderno, y es también la década de la emergencia de nuevos movimientos sociales. El mundo unipolar que emerge luego de la derrota a los socialismos reales, implica relaciones de fuerza y de poder inéditas para los niveles de ciencia y tecnología alcanzados actualmente. Es un mundo contradictorio y paradójico. A medida que se consolida el poder, la ciencia, la tecnología y la economía de los países más ricos, en especial de los Estados Unidos, se hace más profunda la brecha que los separa de los países pobres.

Alcanzar los niveles de bienestar social, crecimiento económico, generación tecnológica y producción científica, para los países pobres, es un camino que, al menos en el mediano plazo, les ha sido clausurado. Dadas las actuales condiciones en las que se estructura la economía, la ciencia, la tecnología y el poder mundial, los países pobres, es decir, la mayoría de la población del planeta, son convidados de piedra a un festín del cual apenas tienen noción.

Es justamente desde esas nuevas relaciones de poder, que se codifican nuevos roles para los países pobres, conocidos antes como el "Tercer Mundo", en alusión al "Tercer Estado" de la revolución francesa. Para el caso de los países de América Latina, esos nuevos roles, a nivel económico, estarán definidos por los acuerdos del denominado Consenso de Washington, por el cual los organismos multilaterales de crédito, es decir, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y el Banco Interamericano de Desarrollo, monitorean, vigilan, imponen, supervisan y corrigen las políticas económicas de todos los países de la región.

Este tutelaje de las multilaterales de crédito a nuestros países, hace que nuestras experiencias democráticas aparezcan más bien como un telón de fondo que sirve para legitimar una estructura de poder determinada, más bien que procesos reales de participación social en la gestión de lo público. De esta manera, la democracia realmente existente (¿"democracia real"?), que no tiene nada que ver con el proyecto original de los griegos de la época clásica, ni con las formas de regulación social que existen en las comunidades andinas y que son ampliamente participativas, se ha ido consolidando como una especie de tecnología política de poder que disuelve los conflictos sociales en el espejismo de la representatividad, y que posibilita la imposición de las políticas de ajuste, y las políticas de liberalización y privatización, sin resquebrajar el tejido social.

Ahora bien, otro aspecto a ser tomado en cuenta es que dentro de las coordenadas de esta nueva estructura de poder mundial, se trata de integrar en condiciones de subordinación a los países pobres a los nuevos requerimientos del mercado mundial capitalista. Esos requerimientos, por su parte, se someten a los designios de una nueva forma de capitalismo, aquel de la finanza corporativa mundial, en el cual la especulación financiera se constituye en la fuerza dominante.

Pero no hay que olvidar que los años noventa son también aquellos de la transición del ajuste macroeconómico hacia la reforma estructural del Estado, es decir, la consolidación del modelo neoliberal por el cual se trasladan hacia el mercado todos los mecanismos de regulación social y de asignación de recursos. Es la década de las privatizaciones, de las desreglamentaciones y desregulaciones para los movimientos del capital financiero. Es la década de un auge económico sin precedentes para los Estados Unidos, y del crecimiento y profundización de la pobreza por todo el mundo. En América Latina, el horizonte de la pobreza se extiende dramáticamente y la crisis económica tiene contenidos cada vez más estructurales. De hecho, la década se cierra con el salvataje financiero más importante que ha hecho el FMI para Sudamérica, excepción hecha de Brasil, de 35 millardos de dólares para salvar la economía argentina.

Pero la década del noventa inaugura también nuevas formas de resistencia al "pensamiento único" y a la dictadura de los capitales financieros. Es en esta década que aparece la guerrilla zapatista y se constituye el Frente Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Es a inicios de los noventa cuando los indígenas del Ecuador inauguran su presencia política con el levantamiento indígena del Inti Raymi del mes de junio. Es también durante esta década que se consolida el Movimiento de los Sin Tierra (MST), en Brasil, uno de los movimientos sociales más importantes del continente, y, sin duda, un referente continental de organización social.

Asimismo, es en esta década que se logra articular, precisamente gracias al internet y a la globalización, formas de resistencia antes desconocidas y que dan cuenta de que se ha internacionalizado la capacidad de respuesta y de acción de los movimientos sociales y de la sociedad civil mundial. Primero fue la movilización en contra del Acuerdo Multilateral para las Inversiones (AMI), durante 1997. Cabe recordar que el AMI era un acuerdo realizado por la Organización Económica para el Comercio y el Desarrollo, OCDE, y en el cual la soberanía de los Estados se subsumía, a las decisiones de las empresas multinacionales. La movilización social en Europa, Estados Unidos y ciertos países de América Latina, dieron al traste con la pretensión de otorgar un status de soberanía política a las empresas multinacionales.

También se logró la realización del denominado Foro Anti-Davos, una iniciativa hecha en contra del Foro de Davos que reunía en esa pequeña ciudad suiza a los principales presidentes del G-7, gerentes de empresas transnacionales, directores del FMI y del Banco Mundial, entre sus participantes más representativos, y que define cada año las nuevas condiciones del poder mundial.

Y uno de los aspectos más importantes a resaltar en esta movilización internacional es la protesta internacional en Praga, durante las sesiones ordinarias del Fondo Monetario Internacional, FMI, y que obligó, finalmente, a la clausura anticipada del evento. Todas estas movilizaciones tienen un carácter inédito y reflejan las nuevas condiciones de resistencia y de poder, existentes a nivel mundial. Son el embrión de lo que podría considerarse de manera optimista una sociedad civil de carácter planetario y fuertemente comprometida por la democracia y el respeto de los pueblos a su autodeterminación.

El movimiento indígena ecuatoriano, de su parte, está plenamente consciente del carácter global que asume su lucha y su propuesta. Varias delegaciones del movimiento indígena han participado y participan activamente en foros, encuentros, reuniones y mesas de trabajo, en el continente y fuera de él. Los contactos con los movimientos indígenas de Perú, Colombia, y Bolivia son permanentes y van constituyendo lazos y redes que configuran el nacimiento de una probable estructura organizativa regional al mediano plazo.

Pero la década de los noventa, en el caso de nuestro país, de la misma manera que se inauguró con el levantamiento de los indios de junio de 1990, se cierra con un acontecimiento de trascendencia política y que marcará a futuro las relaciones de poder entre los movimientos sociales y las elites del poder. Ese acontecimiento es el 21 de enero del 2000, por el cual la Conaie, en alianza con militares de rango medio, logra destituir al gobierno de la Democracia Popular y constituye un efímero gobierno de "Salvación Nacional".

Independientemente del tiempo de duración de este gobierno, este acontecimiento da cuenta de alto nivel organizativo y político alcanzado por los indios del Ecuador. Porque no se trata de un hecho circunstancial y de la suma de aspectos coyunturales en los cuales los indios solamente tuvieron un papel de comparsa. En realidad, el 21 de enero expresa la constitución de un fenómeno más complejo y que da cuenta de las profundas transformaciones de tipo político y organizativo que han experimentado los indios ecuatorianos.

Efectivamente, desde 1996, cuando decidieron abrir el espacio de la participación electoral para la acción de los indios y los movimientos sociales, sin el tutelaje de los partidos políticos, éstos han jugado un rol fundamental en la redefinición de las condiciones políticas del Ecuador. Ellos fueron el factor determinante en la caída del ex presidente Abdalá Bucaram en 1997. Ellos fueron los que presionaron para la conformación de la Asamblea Constituyente de 1998, que reconocería por vez primera en la historia del Ecuador, los derechos de los pueblos y naciones ancestrales. Fueron ellos los que en 1999 evitaron la vigencia del paquete de ajuste económico más fuerte que se había pretendido imponer, y finalmente, fueron ellos los que se constituyeron en el centro de gravedad que aglutinó la oposición al gobierno de la Democracia Popular y que terminó en su destitución. Este proceso ha determinado que los indios ecuatorianos, y la Conaie en particular, tengan una enorme importancia y adquieran incluso el carácter de referente para los movimientos sociales de América Latina.

Por ello, frente a las incertidumbres de un futuro, que globaliza la exclusión y privatiza las ganancias, es necesario tener en cuenta las complejidades históricas del momento, porque los procesos internos del Ecuador tienen repercusión a nivel internacional. El movimiento indígena ecuatoriano tiene un balance positivo de su accionar político en esta década que termina, y justamente por ello, su responsabilidad ante el futuro es enorme.


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