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La mujer en la políticaEliana Champutiz …“una forma particular de entender la realidad, es la presencia de un polo opuesto, que en la sabiduría indígena implica necesariamente la presencia del otro, los opuestos resultan ser complementarios y no contradictorios, (kari-warmi, chiri-cunu, tuta-puncha, inti-killa; entre otros”… Universidad Amawtay Wasi, “Aprender en la Filosofía y el Buen Vivir” Ecuador, 2004 Hablar de la mujer en el ámbito público como sujeto de acción productiva y política, significa hablar del largo proceso histórico de lucha que las mujeres han emprendido, desde que fueron consientes de su ser para si, conciencia que posibilitó la organización de las mujeres a nivel mundial, en busca de la igualdad y la equidad de género al interior de sociedades eminentemente patriarcales. Para Latinoamérica este proceso, inicia sus pasos desde los años 20, precisamente en el Ecuador, con Matilde Hidalgo, la primera mujer que participó en los comicios electorales de 1924, quien acercándose a la juntas electorales en Macha exigió la inscripción de su nombre en el padrón electoral, dejando a los delegados del tribunal electoral y a toda la sociedad de entonces, estupefacta frente a tal atrevimiento, al mismo tiempo dejando abierta la posibilidad de que las mujeres ecuatorianas construyeran sus propios pasos, no solo en el ámbito productivo, también en el ámbito político, posibilitando el salto de su quehacer en lo privado al quehacer público. Muestra de una sociedad organizada bajo criterios patriarcales es que en la constitución de entonces no constaba ninguna provisión de participación de la mujer en el ejercicio del voto, ya que la prohibición estaba en el quehacer cultural de la sociedad, era una norma connatural, legitimada en un Estado patriarcal, cotidianidad que hizo de Matilde de Hidalgo una mujer rechazada por las damas de entonces y excomulgada por la iglesia católica, contexto que tardaría 5 años en cambiar, siendo el Ecuador el primer país en Latinoamérica en aceptar la participación de la mujer como sujeto de derecho al voto, es decir sujeto de participación democrática en 1929. Desde entonces, hasta estos tiempos la lucha por el reconocimiento equitativo, igualitario de los géneros en el ámbito público, ha tenido sus tropiezos y sus llegadas triunfales, uno de los traspiés es la confusión conceptual y práctica que el movimiento feminista tiene alrededor de la igualdad. Al respeto Diana Deere y Magdalena León, nos dicen en su libro “Género, propiedad y poder” que la igualdad de los géneros está sujeta a varias interpretaciones, lamentablemente, por un lado las feministas de la igualdad para las cuales las diferencias de género se han usado para racionalizar la subordinación de la mujer frente a ese paradigma de lo natural que ha sido definido en términos masculinos, reforzando bajo esta idea el papel doméstico de la mujer y su marginación, y la segunda de las feministas culturales, quienes consideran que las diferencias de género son la base de la identidad y del androcentrismo, en donde radica el problema fundamental de los géneros. Un desliz del movimiento de mujeres, por la participación en el ejercicio de decisiones en el ámbito público y privado, es la mal entendida igualdad como simulación o reproducción de la mujer como un seudo hombre, capaz de reproducir los sistemas de marginación y subordinación que la sociedad ha mantenido y sigue manteniendo. Desde estos elementos y otros que citaremos más tarde, debemos analizar la participación de la mujer en el quehacer cultural de la sociedad moderna, con énfasis en la división del trabajo por género, ubicando la distribución social de la riqueza tanto para hombres como para mujeres y analizando la práctica política de aquellas que ocupan un espacio de decisión sea éste publico o privado. En este ámbito reconocemos que la participación de la mujer en Latinoamérica, por ende en el Ecuador, no solo ha quedado reducido en el ámbito productivo laboral, éstas se han abierto campo en el ámbito político, participando abiertamente en espacios de decisión económica y política del Estado, proceso que ha resquebrajado el techo de cristal del ámbito político dominado y dirigido por la presencia masculina. Grieta cultural que aun no ha llegado del todo a romper con el cristal patriarcal que está cubierto el Estado ecuatoriano, un ejemplo concreto de esta imposibilidad de género es la obligada renuncia de Rosalía Arteaga, en el 2007, año en que la primera mujer ecuatoriana se sentaba en el sillón presidencial, pasajera ilusión feminista que duró no más de una semana. Hecho histórico que según el diario El Hoy tituló “El techo de cristal o la metáfora del sistema que excluye del poder a la mujer” haciendo referencia a una teoría europea que señala que si bien las mujeres podemos ser grandes artistas, empresarias, educadoras, profesionales, etc.; existe un techo de cristal que nunca podremos pasar para acceder al poder del Estado. ¿Se trataría pues de un santuario de poder destinado a los hombres? Suceso histórico que quedaría no solo subrayado en las páginas de la historia ecuatoriana, en el mismo salón Amarillo de Carondelet, donde constan los retratos de los magistrados que han ocupado el sillón presidencial, el de Rosalía Arteaga, los ecuatorianos nunca podremos mirar. No así en Argentina y Chile donde la participación de las mujeres en el ámbito político ha llegado al sillón presidencial, con Cristina Fernández y Michel Bacheleth respectivamente. Reconocer que estos logros son el resultado de la lucha de la mujer por su reconocimiento como sujeto político, es valedero hasta cierto punto, pues para las mujeres indígenas y no indígenas que creemos que la relaciones de género se dan en términos de complementariedad y unidad humana, la llegada de éstas tres mujeres, Arteaga, Bacheleth y Fernández a la presidencia, no solo está sujeto a las conquistas feministas, colocar éstos hechos solo a éste ámbito no sería correcto, ya que estaríamos invisibilizando la lucha de clases, cuestión fundamental para los pueblos. Las diferencias culturales, sexuales y de cualquier otro tipo, no deben de ninguna manera desdibujar la lucha de clases, pues es en ella, donde radica la lucha por el poder y la subordinación, por lo tanto desde nosotras las mujeres originarias de Latinoamérica proponemos el análisis de la participación de la mujer en el ámbito político, desde la liberación de la mujer complementaria, pues el nivel de desarrollo que tiene una sociedad puede medirse en las relaciones sociales que se entablan sean éstas, productivas, políticas y emotivas, las mismas que determinan el ejercicio de la participación política de sus integrantes. Desde nuestra propuesta, que éstas mujeres hayan puesto falda al Estado, no representa la lucha de los pueblos que buscan no solo una equidad de género, buscan una equidad económica que sostenga relaciones complementarias entre hombres y mujeres que hacen una sociedad determinada, sino preguntémonos, ¿a qué intereses responden las mujeres citadas, cuáles son sus vínculos económicos, a qué familias pertenecen y qué tipo de proyecto económico aplican? Por lo tanto el análisis de la participación de la mujer en el ámbito público en nuestro país, debe necesariamente partir de la ubicación de la mujer en el medio o clase social a la que pertenece y desde donde participa como sujeto político, porque no es lo mismos decir Rosalía Arteaga que Dolores Cacuango. De allí la importancia de analizar con cierta antesala histórica y conceptual la participación de la mujer en el ámbito político del Ecuador, para observar la participación de las mujeres en los comicios de abril. Para los pueblos y nacionalidades, en especial para las mujeres de los pueblos del éste país, la participación de Martha Roldós como candidata a la presidencia, no se la puede mirar como una conquista feminista que reivindica a la mujer ecuatoriana. Que la candidata a la presidencia por parte de la RED y Polo Democrático, utilice ideológicamente la identidad de género como espacio de captación electoral es una cosa y otra que elle represente los intereses de una gran cantidad de mujeres del pueblo. Son éstas confusiones feministas creadas para fines electorales, las que debemos analizar las mujeres. Para éstos fines proponemos el análisis desde una visión comunitaria de las relaciones de género en el ámbito político. Las relaciones de género en las comunidades se dan en términos complementarios, es decir, aprovechando las diferencias innatas de los géneros para construir un solo quehacer. Entonces si elevamos esta propuesta a la participación de la mujer en el ámbito político, debemos decir que, aprovechando las diferencias propias de las mujeres y los hombres, estos dos diferentes se unen para: En el caso de la lucha por una sociedad equitativa, la mujer no podría utilizar jamás el género como elemento de competitividad o elemento de lucha política, porque la lucha en sí por una sociedad justa y equitativa lleva elementos de liberación femenina, de allí y sin poner voces a pulmón abierto, mujeres como Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, Bartolina Sisa, entre otras lucharon junto a los hombres militantes, para lograr un objetivo, la lucha por la tierra y el reconocimiento del trabajo del campesino y del indígena. Por lo tanto la utilización de la frase “porque las mujeres si podemos” en la campaña electoral está demás o no representa la lucha que los pueblos liberan al interior del sistema capitalista. Las mujeres de los pueblos luchamos ante todo contra un sistema económico opresor de hombres y mujeres. Coordinación General: José Luis Bedón Subvencionado por: Con el apoyo de: Dirección: Teléfonos: (593 2) 2900048, 3203715, 3203732 © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |