Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 3, No. 27, junio del 2001
Movimiento indígena y movimientos sociales: Encuentros y desencuentros
Napoleón Saltos Galarza
Resumen ejecutivo
A partir de una reflexión que apunta a descubrir la génesis política del movimiento indígena, del
movimiento sindical y de los movimientos sociales, el autor analiza la coyuntura presente en la
cual existe una separación entre el movimiento indígena y los sectores sociales cuya expresión
organizativa más importante es la Coordinadora de Movimientos Sociales, CMS. Es necesario,
entonces, reconstituir ese bloque popular que posibilitó la insurrección del 21 de enero, sobre
todo en momentos en los cuales el diálogo entre el gobierno y los indígenas parece estar
empantanándose. Para reconstruir ese bloque es necesario, expresa el autor un acuerdo político
más amplio.
Actores sociales
¿Cuándo un grupo social se convierte en un actor, una fuerza social? Hay cuatro condiciones
básicas:[1] un umbral mínimo de una visión propia del mundo, que empiece por identificar sus
propios intereses históricos; lo que puede expresarse en plataformas de lucha, mandatos,
programas de gobierno o visiones civilizatorias. Un umbral mínimo de organización, que puede
expresarse bajo formas de organización social o de organización política. Un umbral mínimo de
capacidad de modificar las propias prácticas sociales (sobre todo económicas y políticas), las
prácticas de los otros y la acción del la institucionalidad, en particular del Estado. Un umbral
mínimo de capacidad de comunicación de su proyecto histórico, es decir capacidad de denunciar
los problemas, de anunciar las alternativas y de realizar las propuestas
El actor social se conforma en el calor de la lucha y la participación; pero se presenta y expresa en
la visión del mundo y en la capacidad de ganar el sentido de la totalidad social: la combinación de
la propuesta y la acción. Hoy, cuando hablamos de totalidad social debemos referirnos a las luchas
locales, nacionales y globales-universales. Un grupo social para poder actuar como fuerza social
debe tener capacidad para actuar en esos tres ámbitos.
El tiempo de los pueblos indios
Podemos establecer una fecha de constitución y presencia de un actor social. Pero también
podemos ver los momentos de ascenso y los momentos de descenso y de crisis de los actores
sociales.
En el caso de los pueblos indígenas, el levantamiento de 1990 es el momento de visibilización
como un nuevo actor étnico nacional. La década del 80 ha sido reconocida por los indios como la
"década ganada", pues allí se opera tanto el proceso organizativo nacional (la CONAIE se
constituye en 1986), como el paso desde una visión campesina a una visión étnica.
Confluyen tres vertientes: las luchas por la tierra en la Sierra, con influjo de la izquierda; las luchas
contra la exclusión y por la dignidad, con influjo de la Iglesia comprometida, encabezada por
Monseñor Leonidas Proaño. Estos procesos se expresan organizativamente en el
ECUARUNARI. Y las luchas por la identidad como etnias y nacionalidades, que vienen desde la
Amazonía. En 1981, la Federación Shuar plantea por primera vez la demanda de reconocimiento
de los derechos de las nacionalidades indígenas. En la década del 80 surge una propuesta y una
intelectualidad indígena que sintetiza los dos procesos regionales, como fundamento de la
constitución de la CONAIE.
Este encuentro de los tiempos y procesos diversos de los pueblos indios de la Sierra y la
Amazonía es uno de los factores que marcan el carácter de la CONAIE: los momentos de
consolidación y los momentos de conflicto.
El poder de los pueblos indígenas se fundamenta en la comunidad, como célula organizativa. La
comunidad cuenta con asentamiento territorial, y esto le permite actuar como un organismo
paralelo al Estado, desde el asentamiento local. La distribución territorial después de la reforma
agraria de los 60 y 70 y de la recuperación de territorios étnicos en los 70 y 80, coloca a las
comunidades en posiciones estratégicas a lo largo del callejón interandino, con posibilidades de
cerco a los centros económicos urbanos y a las principales vías de comunicación. Las
comunidades indígenas y campesinas producen el 67% de la canasta básica; lo que implica un
poder en el control del mercado interno.
Desde la base de la organización comunal, organización de primer grado, se constituye una red de
organizaciones con asentamiento territorial: las federaciones cantonales (organización de segundo
grado) y federaciones provinciales (organización de tercer grado) que permiten la identidad ya no
sólo como unidad de comunidades, sino como pueblos: los cayambis, los cañaris, los chimbus, los
puruhaes, etc.
El asentamiento tiene un carácter diferente en la Amazonía: allí el poder se expresa en
posibilidades de derechos de territorialidad y en una distribución territorial en torno a recursos
estratégicos, especialmente la producción petrolera y los recursos de la biodiversidad.
Aquí hay una diferencia entre la base organizativa de la CONAIE y la de las otras organizaciones
indígenas. Mientras la CONAIE basa su organización en la organización comunal; las otras
organizaciones tienen un fundamento diferente. La FEINE asienta su fuerza en la adhesión
religiosa: el 8 ó 9% de la población indígena es evangélica; aunque en algunas zonas, como en
Chimborazo esta adhesión puede coincidir con la participación de toda la comunidad y de toda
una zona (federación de segundo grado). La FENOCIN tiene un fundamento organizativo
combinado con lo campesino; aunque cuenta en algunas zonas, como en Cotacachi con
organizaciones comunales.
Un segundo factor del poder de los pueblos indios está en su visión civilizatoria diferente,
resultado de quinientos años de resistencia. La visibilización de los pueblos indios está en la nueva
presencia de esta visión en nuestro país, no sólo en la recuperación de las lenguas nativas y de las
costumbres ancestrales, sino en la apertura de un nuevo proceso de reconocimiento del mestizaje,
que había quedado trunco en la década de los 60.[2]
Es decir, esta fuerza civilizatoria se proyecta al conjunto del país, tiene capacidad de abrir un
espacio diferente de sentido, no sólo para los indios, sino para la construcción de una sociedad y
un Estado diferentes. El movimiento indígena, organizado en torno a la CONAIE, levanta como
propuesta central de su programa la construcción de un Estado PLURINACIONAL, es decir la
reorganización del país en torno a una nueva identidad y unidad, basada en el respeto a la
diversidad.
El principio de "nada sólo para los indios" no es simplemente un recurso táctico para ganar
presencia; sino que es uno de los fundamentos de la fuerza que el movimiento indígena ha logrado
acumular a lo largo de la década de lo 90. Una visión propia proyectada a ganar la conducción del
país, le permite no sólo colocarse en el centro de las luchas de los movimientos sociales, sino
actuar como una fuerza gravitante en la vida nacional. Por ello, a lo largo de estos diez años de
lucha se ha creado una alianza permanente con los movimientos sociales urbanos y rurales: la
unidad indígeno-popular ha sido una línea rectora de la política indígena.
Esta visión de unidad y de un proyecto para el conjunto del país ha logrado subordinar posiciones
indigenistas que han emergido periódicamente al interior de la propia CONAIE, bajo la forma de
discursos mesiánicos o de retornos sin proyección hacia las raíces ancestrales, o de
contraracismos y contraexclusiones. De hecho, no puede mirarse el movimiento indígena como un
proceso homogéneo, sino más bien como un proceso complejo, con visiones, intereses y
desarrollos diversos. No podemos cerrar los ojos a la constitución de intereses de capas medias de
los sectores indígenas que apuntan a utilizar su diferencia como un recurso para mejorar su
inclusión en la institucionalidad; y con ello se da la vuelta al principio: "todo sólo para los indios.
La fuerza de los pueblos indígenas emerge en un nuevo tiempo mundial: la globalización abre no
sólo un proceso de mundialización de la economía y de la comunicación, bajo el dominio de las
transnacionales financieras; sino también la nueva presencia de la identidades particulares, desde la
etnia, el género, la edad, la religión, el reconocimiento local, la cultura. La nueva época que
vivimos reordena la presencia de los actores sociales en nuestro país: el proyecto neoliberal que
deja sin piso la fuerza productiva de los sindicatos, abre condiciones para la presencia de nuevos
actores, empezando por el "retorno de los runas"[3].
A partir de la presencia de los pueblos indios como sujeto étnico-nacional, en el levantamiento del
90, hay un proceso de fortalecimiento del movimiento indígena. La conmemoración de los "500
años de resistencia indígena-popular" abre una proyección continental y mundial del movimiento
indígena. En 1996, en alianza con los movimientos sociales, se constituye el Movimiento de
Unidad Plurinacional-Pachakutik -Nuevo País, que marca el paso como sujeto
étnico-político-nacional.
El movimiento indígena, organizado en la CONAIE, aporta al movimiento popular una nueva
visión de poder. Durante los años 70 - 80, los sectores populares, liderados por el movimiento
sindical, habían actuado bajo una estrategia del "mal menor", es decir, el apoyo al sector "más
progresista" del bloque dominante. La caída del Muro y la crisis de la izquierda tradicional, deja
sin piso a esta estrategia. La globalización, al debilitar los estados nacionales, disuelve la
estrategias de liberación nacional. La década del 90 significa el paso a una estrategia de
construcción del poder popular que permite responder a las nuevas condiciones de lucha.
De esta forma, los movimientos sociales empiezan a descubrir que la historia de nuestro país en
todo el siglo XX está marcada por los acuerdos y contradicciones del "pacto
burgués-oligárquico", representado por dos formas de diferentes de acumulación y de poder, en
torno a la oligarquía agroexportadora-financiera de la Costa y la burguesía empresarial-financiera
de la Sierra.[4] Pero la consecuencia es diferente: ya no se trata de "apoyar al sector más
progresista", sino de aprender a manejar estos acuerdos y contradicciones, para poder construir
un poder y un proyecto propios, desde abajo y desde un programa alternativo.
El tiempo del movimiento sindical
El movimiento sindical logra su mayor fuerza en los años 70-80, en el marco del modelo de la
industrialización por sustitución de importaciones y de ampliación del Estado. Se fortalece la
empresa privada y crece el número de trabajadores; surgen las empresas públicas, sobre todo en
base a los recursos petroleros, y crece el número de trabajadores y empleados públicos. Las
centrales sindicales constituyen en 1974 el Frente Unitario de Trabajadores.
La fuerza del sindicalismo está en su intervención en el proceso productivo de las industrias
privadas y de las empresas estratégicas del Estado. Esta fuerza se expresa sobre todo a nivel
urbano: las huelgas nacionales logran paralizar el aparato productivo y el funcionamiento del
sector público.
El movimiento sindical levanta un programa de modernización y fortalecimiento del "capitalismo
de Estado", de ampliación del "Estado benefactor social" y de retorno a la democracia. Con ello,
logra articular las demandas del conjunto de los sectores sociales, en una estrategia subordinada a
los intereses de la burguesía industrial. El aliado principal está en el campesinado que se mueve en
la lucha por la reforma agraria, en el problema de la tierra. Este era el tiempo de la consigna de la
unidad obrero-popular: "nada sólo para los trabajadores".
Esta fuerza llega a su punto más alto en las huelgas generales de 1982 - 1983, que avanzan a
desestabilizar al régimen de Osvaldo Hurtado. Sin embargo, la visión del "mal menor" y de
"defensa de la democracia ante el peligro de la dictadura", coarta la proyección de este poder.
Precisamente en estos años se opera un cambio fundamental: la crisis de la deuda externa sirve de
bisagra para el paso al modelo neoliberal. Después de la huelga truncada de 1983, Osvaldo
Hurtado firma la primera Carta de intención de este período con el Fondo Monetario
Internacional, y gira hacia la política de ajustes. La articulación al capital financiero internacional,
empieza a debilitar al sector industrial y empieza a limitar el papel de la empresa pública. Con ello,
el piso productivo de la fuerza sindical pierde fundamento.
Una experiencia paralela, aunque con características propias por la presencia de sectores medios
organizados en torno a la UNE, la FEUE y la FESE, es la del Frente Popular, liderado por el
Movimiento Popular Democrático.
El modelo neoliberal y el dominio del capital financiero cambian las condiciones de la lucha;
empezando por modificar la composición de la clase obrera: se reduce aceleradamente el número
de trabajadores estables y crece el número de trabajadores temporales y "tercerizados". Empero el
movimiento sindical no modifica ni su estrategia ni su organización; sino que insiste en una cadena
de huelgas reactivas, para responder a los sucesivos paquetes neoliberales, tratando de defender
las conquistas del período anterior. Pero con ello, la lucha se va encerrando en demandas cada vez
más parciales; y por tanto, el movimiento sindical pierde su fuerza de convocatoria a los otros
sectores sociales.
El sindicalismo tradicional entra aceleradamente en un período de crisis que no logra ser superado
hasta la actualidad. Esta crisis se agudiza por los efectos de la derrota del campo soviético y de la
estrategia de liberación nacional, que impactan en los partidos tradicionales de izquierda.
Sin embargo el proyecto neoliberal que deconstituye el aparato industrial y debilita al sector
público, refuerza el papel de exportador de materias primas de nuestro país, y dentro de ellas, la
exportación de crudo. El petróleo continúa desempeñando un papel clave en la economía: en la
década del 90 representa el 40% del presupuesto nacional. Con ello, un sector del sindicalismo
público, ligado a las áreas estratégicas del Estado, espacialmente en el sector energético y en la
seguridad social, conserva condiciones para su fuerza. Allí se asientan experiencias de
replanteamiento hacia un "sindicalismo político", es decir un sindicalismo que orienta su acción a
los temas nacionales. Estos sectores serán los que converjan con los nuevos actores sociales en la
década del 90.
El tiempo de los movimientos sociales
La década del 90 representa el paso a una nueva época. Se operan cambios profundos que actúan
sobre nuestro país. Pasamos de la sociedad de la producción y el trabajo, a la sociedad de la
información y a la cultura de masas. Es el tiempo del capital financiero: un neofeudalismo
transnacional.
Frente a los actores tradicionales, articulados al núcleo fuerte de la economía y la política, surgen
nuevos actores, articulados a los temas culturales y civilizatorios de la identidad, la etnia, el
género, la religión, el poder local, la defensa de los derechos humanos, la defensa de un medio
ambiente sano.
Junto al movimiento indígena surgen nuevos actores sociales, heterogéneos y hasta dispersos;
pero que van construyendo una corriente cultural-social.
En el Levantamiento del 90, la Coordinadora Popular juega un papel de detonante ("la chispa que
encendió la pradera") y de apoyo solidario al movimiento indígena. Allí se articulan
organizaciones campesino-indígenas en conflictos de tierras, sectores del sindicalismo público,
cristianos comprometidos, organizaciones barriales, organizaciones juveniles y de mujeres,
organismos ecológicos y de derechos humanos.
La unidad de estos sectores no es posible desde la sumatoria de las demandas sectoriales. Con el
influjo de la visión indígena empiezan a desarrollarse experiencias de construcción de "unidad en
la diversidad", es decir, fortalecer la identidad de cada sector, pero buscar puntos de convergencia
en el programa y en la acción.
En 1993 se impulsa la "Campaña por una propuesta alternativa", que desemboca en la
conformación del Foro Democrático para la presentación del primer proyecto de reforma integral
de la Constitución. Con ello, se abre un espacio de convergencia programática de los nuevos
movimientos sociales. Es decir, se opera un cambio sustancial en la construcción de la unidad: ya
no se trata de organizar plataformas de lucha con las demandas de cada sector; sino que busca la
confluencia en un acuerdo cultural-político sobre el país que queremos. Este traslape hacia un
acuerdo político permite ver los puntos de confluencia y respetar las identidades y los tiempos
particulares.
La unidad de los actores sociales se da en caliente, en medio de la resistencia al proyecto
neoliberal. En 1995 se constituye la Coordinadora de Movimientos Sociales en torno a la defensa
del patrimonio nacional. Dos experiencias exitosas: la lucha de "los encadenados del
oleoducto"[5], y la campaña por el NO en el plebiscito convocado por Sixto Durán para legitimar
el proyecto neoliberal y, en particular, la privatización de la seguridad social.
Estas experiencias muestran la fuerza social en la resistencia al proyecto neoliberal, sobre todo en
el eje de las privatizaciones. Aunque un año antes, sin que se haya levantado voces de alerta y
protesta, se impuso la nueva Ley de instituciones financieras que abre el cauce a la liberalización
total del sector financiero y la puerta a la futura crisis del país. Desde estas experiencias, la
Coordinadora de Movimientos Sociales confluye con la CONAIE en la necesidad de participar en
las elecciones. El planteamiento inicial de los pueblos indios de la Sierra era limitar la
participación a las elecciones locales; mientras la Amazonía planteaba la participación nacional. La
convergencia de estos procesos, más un sector ciudadano, encabezado por Freddy Ehlers, da paso
a la constitución del MUPP-NP.
Una alianza estratégica
La alianza CONAIE-CMS fundamenta la construcción de un nuevo bloque histórico. Se combina
la participación institucional con la movilización social. Desde esta fuerza se desarrolla un nuevo
eje ético de cuestionamiento del proyecto neoliberal: la lucha contra la corrupción y el
autoritarismo del gobierno de Bucaram impulsada por los movimientos sociales, desata el proceso
de la caída del régimen en febrero del 97. Empero esta lucha es cosechada por el bloque
dominante que logra un recambio con una ficha de su mismo sector, Fabián Alarcón.
Esta experiencia permite ver que no es suficiente la oposición y el derrocamiento del régimen,
sino que hay que complementar la estrategia de construcción del poder popular con una estrategia
para asumir el poder. La ruptura con la vieja concepción de la conquista del poder, había coartado
la visión de la disputa de la conducción política del país. Empezaba la conciencia de construir el
poder para poder.
El 21 de enero del 2000 es el punto más alto de este proceso: la alianza de indios, movimientos
sociales y militares patriotas construye un nuevo poder en torno al Parlamento de los pueblos,
impulsa una insurrección cívico-militar e instala una Junta de Salvación Nacional.[6] La
insurrección precipita el derrocamiento de Mahuad; sin embargo no logra consolidar la fuerza y
nuevamente el bloque en el poder alcanza un recambio con Gustavo Noboa. Allí empieza el
tiempo de los desencuentros
Los desencuentros
Las causas de la crisis de desató la rebelión del 21 de enero no quedaban resueltas con el cambio
de Presidente. La crisis política continuaba. Sin embargo, el movimiento popular no tenía
condiciones para continuar en la movilización.
Por ello, desde el acuerdo entre la CMS y la CONAIE se impulsa la salida de una consulta
popular que mantenga el cuestionamiento a los tres poderes del Estado. La estrategia es correcta.
Sin embargo las fuerzas indígenas y sociales no estaban preparadas.
Empieza el desencuentro entre sectores que privilegian la estrategia insurreccional y de
desobediencia civil, bajo la forma de una campaña por la consulta popular; mientras el grueso del
movimiento indígena y campesino y el Movimiento Pachakutik privilegian la participación
electoral. No hay un dirección unificada capaz de combinar los dos procesos. El 21 de mayo se
logra un triunfo en las elecciones de los poderes locales; pero mientras tanto queda debilitada la
campaña de la consulta popular: el apoyo inicial se enfría.
Fuerzas extrañas empiezan a utilizar estas diferencias para crear divisiones dentro de los
Parlamentos y de la relación entre la CONAIE y la CMS. Parte de esta política es el ataque contra
la dirección tanto indígena como de los movimientos sociales. Esta situación abre una brecha
peligrosa que es utilizada por fuerzas obscuras para quebrar la consulta con la introducción de
firmas falsas.
La derrota en la campaña de la consulta afecta la credibilidad del movimiento indígena y de los
sectores sociales. La debilidad se ahonda con el fracaso del levantamiento convocado en
Septiembre del 2000. Una lectura triunfalista del 21 de enero lleva a sobrestimar las posibilidades
de enfrentar la ofensiva del régimen. La fractura con las bases y la emergencia de dinámicas,
conflictos, liderazgos e intereses parciales bloquean la capacidad de respuesta
El levantamiento de febrero del 2001
Las promesas de solución de los problemas con la dolarización no se realizan. El Gobierno de
Noboa continúa con el salvataje bancario y busca apuntalar el modelo con un nuevo paquete
económico centrado en el alza de los combustibles y de los pasajes. Se crean condiciones para la
movilización social.
La respuesta inicial viene desde el movimiento estudiantil. Pero cobra fuerza con la convocatoria
realizada por una nueva alianza de los pueblos indígenas y las organizaciones campesinas, en la
que participan la CONAIE, la FEINE y la FENOCIN, para iniciar movilizaciones el 21 de enero,
en conmemoración de la rebelión del arcoiris.
Se desarrollan dos dinámicas: la una, intenta rehacer el bloque del 21 de enero, la unidad de los
pueblos indígenas, los movimientos sociales y los militares patriotas. La otra, centra su interés en
consolidar el polo indígen-campesino. A pesar de que en la lucha hay una participación conjunta,
bajo el protagonismo del movimiento indígena, finalmente se impone una línea de exclusión de los
sectores sociales. El discurso de "nada sólo para los indios", se contradice con la representación
"sólo para los indios".
En este desenlace confluyen varios factores. Uno, los límites de la participación de los
movimientos sociales, que debilita su representatividad. Dos, el reforzamiento de posiciones
indigenistas dentro de la CONAIE, con la presencia de posiciones de exclusión desde la FEINE y
la FENOCIN; aunque estas posiciones podían ser tomadas como parte de un aprendizaje que
requería tiempo para un encuentro de procesos diferentes. Tres, las confrontaciones de liderazgos
y de intereses dentro de la CONAIE, que impiden una acción conjunta. Esta situación es utilizada
por el régimen que, con el apresamiento de Antonio Vargas, debilita la dirección de la CONAIE,
generando varias tendencias diferenciadas.
Empero, este paso puede significar un retroceso no sólo en la alianza estratégica establecida por
los pueblos indígenas y los movimientos sociales; sino en particular en el proceso de subjetivación
social seguido por los pueblos indios. Está en juego una disyuntiva: o se consolida el esfuerzo por
representar los intereses de un bloque histórico que busca un cambio profundo e integral; o se
reduce la lucha a la defensa de los intereses sectoriales de los pueblos indígenas.
Una prueba de esta situación está en el proceso seguido en el diálogo con el Gobierno. Durante el
levantamiento se logra un acuerdo entre las organizaciones indígenas y los movimientos sociales
sobre un Mandato unitario que centra su atención en los ejes de poder: ir desde el rechazo al alza
del gas y los pasajes a un cuestionamiento al modelo neoliberal, enfrentando las privatizaciones
del patrimonio nacional (seguridad social, petróleo, electricidad), el salvataje bancario, la reforma
tributaria y el Plan Colombia. Y dentro de esta perspectiva global, abordar los temas específicos
de cada sector: conflictos de aguas, fondos indígenas y para la producción, demandas
provinciales.
Pero este mandato es archivado. La representatividad no está en el tema formal de la exclusión de
representantes de la CMS en la mesa de negociaciones; sino en la exclusión de los temas
fundamentales que congregan a los demás sectores y, por tanto, en la reducción a temas indígenas
(indemnizaciones, fondo indígena, banco de fomento, conflictos de aguas), mientras los demás
ejes quedan como complementarios y discursivos y como materia de acuerdos formales
(comisiones de estudio, cronogramas de reunión). Con ello, el movimiento indígena empieza a
debilitar su relación con la sociedad civil, que ha sido una de las fuentes de su fuerza en su
período.
Mientras tanto, el régimen empieza a tomar la iniciativa. Al día siguiente de la firma de los 23
puntos con las organizaciones indígenas y campesinas, el Gobierno aprueba la construcción del
Oleoducto de Crudos Pesados (OCP). Los temas fundamentales (aprobación del IVA, reforma de
la seguridad sociales) son tratados al margen de las mesas de diálogo. Aún más, los acuerdos
parciales, como el referente a pasajes e indemnizaciones, no son respetados con el régimen. El
diálogo debilita la imagen de los pueblos indígenas; mientras da tiempo a las iniciativas del
régimen. El gobierno de Noboa maneja hábilmente los intereses sectoriales y locales, estira las
expectativas y las ofertas, entrega pequeñas obras sentidas a nivel local; y con ello gana un tiempo
clave que le sirve para ir consolidando el modelo ratificado en la Carta de intención firmada con el
Fondo Monetario Internacional en mayo de este año.
Congreso Constitutivo de la CMS
La primera fase de la CMS estuvo marcada por el peso del sindicalismo energético y la lucha
contra las privatizaciones. Desde la participación parlamentaria se introduce el eje de lucha contra
la corrupción, que sirve de base al combate al régimen de Bucaram. Progresivamente se fortalece
la presencia de nuevos actores: organizaciones campesinas, comerciantes minoristas, jubilados,
organizaciones barriales, organizaciones juveniles, cristianos comprometidos, organizaciones de
derechos humanos. Esto lleva a la necesidad de un replanteamiento en torno al eje de defensa de
los derechos y de la vida.
Los movimientos sociales actúan inicialmente apuntalados en la fuerza de los pueblos indígenas.
Por ello, era necesario desarrollar la propia identidad y organización; para garantizar una
representatividad autónoma, que aporte a la construcción de una corriente unitaria con los
pueblos indígenas y los militares patriotas. Este es el objetivo planteado para el I Congreso de la
CMS.
Este Congreso permite acordar el programa alternativo, la estrategia y el plan de acción, la línea
política, la línea de organización, y las normas éticas, con la participación de 815 representantes
de 24 organizaciones sociales nacionales del movimiento urbano y campesino. Representa un paso
fundamental en la identidad político-cultural de los movimientos sociales. Se concreta el largo
camino preparado durante la década del 90.
Perspectivas
Estamos en un tiempo clave. El diálogo de los indígenas con el Gobierno empieza a encontrar
límites objetivos. La crisis política empieza a evidenciarse nuevamente en las confrontaciones
dentro del bloque dominante: no logra escapar a la trampa del salvataje bancario. La ofensiva de
empobrecimiento social no se ha detenido; y la sombra de la guerra empieza a crecer atrás del
Plan Colombia.
Con ello, se abren condiciones para impulsar un reencuentro de los pueblos indios con los
movimientos sociales. Esto requerirá, en esta oportunidad, un acuerdo político más alto: un
acuerdo programático y estratégico y la constitución de un comando unitario, para responder
tanto en la vía de la movilización como de la participación electoral. La tarea fundamental para
contener la nueva ofensiva del régimen es la conformación de una corriente unitaria, sobre la base
de la reconstitución del bloque del 21 de enero.
Notas:
[1] Resumo y adapto las tesis de Alain Touraine y de Jürgen Habermas.
[2] Ver las tesis de Alejandro Moreano en La rebelión del arcoiris, Fundación Peralta, Quito,
noviembre 2000.
[3] Ver el texto de Galo Ramón.
[4] Ver Alejandro Moreano, Op. Cit., y Napoleón Saltos, idem.
[5] Ver el libro de Iván Narváez.
[6] Hay un amplio debate sobre este acontecimiento: desde el sector oficial se habla del "golpe"
tras los ponchos (Vladimiro Alvarez); desde las filas populares se rescata la "cuarta vía" de la
liberación (Heinz Dietrich, "La rebelión del arcoiris").
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