ICCI
Presentación
RIMAY
Cumbre
Fotos

Boletín ICCI
"RIMAY"

Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 3, No. 24, marzo del 2001

Buscando una voz propia y diferente: La participación de la mujer en la lucha indígena y campesina

Paulina Palacios


Y fueron quedando marcadas
oyendo las risas
temblando de frío
mirando hacia el río
tan lleno de luna
y que continua
fluyendo hacia el mar

Chico Buarque

Somos hebras de un poncho, a la hebra sola pueden romper, tejidas en poncho, nadie podrá romper
Dolores Cacuango

Resumen Ejecutivo

La autora plantea la difícil relación que existe entre el género y la cultura, y vincula su reflexión a partir de las propuestas hechas por grupos de mujeres indígenas, sus propuestas organizativas, como es el caso de la Escuela de Mujeres Líderes Indígenas Dolores Cacuango, del ECUARUNARI. Además plantea la necesidad de una nueva lectura entre los evidentes conflictos de género con aquellos que derivan de la cultura.

Género e interculturalidad: la necesidad de una visión diferente

Las mujeres han concebido múltiples teorías, discursos y prácticas, develando una característica fundamental de las sociedades pasadas y contemporáneas: el poder y la autoridad patriarcal. Desde la fortaleza de Eloísa en una sociedad en la que la mujer simplemente no existía, hasta la lucha de Flora Tristán, Micaela Bastidas, Manuela León, Dolores Cacuango, María Luisa Gómez de la Torre; las mujeres han buscado su expresión, su voz, las múltiples maneras de construir, soñar y vivir aún bajo la muralla de un machismo endulzado "transversalmente" por programas, líneas de acción, discursos, menciones al género.

Las indígenas abordan la lucha de sus organizaciones desde el territorio de la comuna, y desde la acción y presencia que les fueron inculcadas por otras mujeres: sus abuelas, madres, tías, hermanas mayores. En la comuna, la mujer esencialmente transmite la cultura en la vastedad del término.

El kichwa ha sido mantenido como el idioma de la canción de cuna, el diminutivo, el lenguaje cotidiano de las dulzuras, los mandados, el darás haciendo, el darás pasito. Las actividades de crianza de los hijos son, considerando la inmensa gama de culturas comunitarias diversas, patrimonio de padre y madre, en permanente comunicación con el conjunto de la familia de ambos. La mujer conoce de los ciclos de la agricultura vinculados a la luna. El hombre conoce de la manera de colaborar en el parto y depositar la placenta de su mujer en las entrañas de la tierra para con este tributo comprometerla a alimentar a su hijo por siempre. No son relaciones en las que prime una equidad absoluta, pero no son esencialmente, tampoco, espacios de poder patriarcal.

Sin embargo, podrían intentarse varias aproximaciones a las delicadas formas de relacionamiento de la mujer con su medio, con la pareja, la familia, consigo misma, matizando las visiones de género que marcan derroteros en el conjunto de la sociedad.

La comprensión de los roles asignados en la tradición del poder masculino a la mujer, así como la manera en que ejerce su ámbito de familiaridad, al ser madre, compañera, hija, sobrina, tía; pero también, comunera, dirigente, deben ser contrapartes de toda lectura hacia la mujer indígena. Si para cualquier mujer del medio urbano, de una sociedad occidentalizada, en las décadas pasadas la inserción en el mundo laboral, la adquisición de un status de profesional, el logro de una remuneración igual a la del hombre, se constituyeron en empeños del movimiento de mujeres, no son éstas las categorías de comprensión, ni las demandas que las indígenas proponen para sí.

La visión de género, la necesidad de equidad entre ambos géneros, la transversalidad de la categoría en proyectos, políticas, estructuras de todo tipo, ha avanzado y mantiene un importante espacio en el Ecuador. Sin embargo, a fuerza de ser la mujer, en general, excluida, debe necesariamente, vincularse su comprensión a la complejidad de la realidad indígena, tan importante cultural y cuantitativamente.

Desde Micaela Bastidas, luchadora que funda la presencia de la mujer indígena en los levantamientos de su pueblo, hasta Dolores Cacuango -kichwa cayambi- inseparable de María Luisa Gómez de la Torre -mestiza-; el proceso de resistencia y participación indígena se ha visto nutrido de mujeres (1).

Dentro del movimiento indígena la participación de la mujer se encuentra aún entre las ataduras a la mantención integral de la familia, los roles de madre y padre acumulados por el éxodo de la pobreza, hasta la incomprensión de padres, esposos, hermanos e inclusive hijos, frente a la participación activa como dirigentes o militantes de las organizaciones. Sin embargo, espacios como el de la Escuela de Mujeres "Dolores Cacuango", potencian la reflexión compartida, la autoestima de cada una, permitiendo la constitución de valiosos aportes a un "ser mujer", con los colores del arcoiris: ser mujer, ser voz, ser presencia y conducción en el mundo indígena.

Mujer e indígena: una complejidad diferente

Este ocho de marzo, la celebración del Día Internacional de la Mujer, asociada a expresiones urbanas en el imaginario de muchos, fue renovada por la participación de aproximadamente mil mujeres indígenas y campesinas: otavalos, chibuleas, cayambis, kichwas de Cotopaxi, Napo, Pichincha y Bolívar, salasacas, saraguras, negras y mulatas de Esmeraldas, pilahuinas, shuaras, entre otras, decidieron tomarse Quito.

La expresión es la correcta. Tras quince años de celebrar en la mayoría de provincias y cantones con población indígena "su" ocho de marzo, reafirmadas por su participación, importancia, presencia y voz en el levantamiento indígena y campesino de este año, decidieron realizar su propia celebración en Quito.

La convocatoria fue conjunta, la consigna general dada por ellas y expresada en Josefina Lema: "juntas hicimos lo de logística en el levantamiento, juntas vamos a seguir en el balance político, juntas vamos a sostener la unidad de nuestro pueblo". Decididas a decir con su voz: a veces de murmullo, otras veces estridente, la elevaron con cierto temor, al hacerlo en público, tras previamente retocar su fachalina, sus collares, anacos.

En el ágora de la Casa de la Cultura se escuchó un análisis preocupado por mantener la unidad, la vigilia del diálogo, la integridad de sus culturas frente a la arremetida de una sociedad de consumo, que también promete "equidad" ciega a la diversidad. Esas preocupaciones y elementos fueron puestas en común para el análisis que realizaron las mujeres indígenas de su participación política. Fue un ocho de marzo que retomó las casi perdidas tradiciones de las mujeres que cuestionan, que se toman lo que se les niega, que gritan o acarician, pero que generan un cuestionamiento para el resto.

No se podría reducir su participación porque el rol que desempeñan de manera visible, se encuentre manifestado como un estereotipo negativo en el imaginario de la mujer urbana, occidentalizada. No se pretendería negar que la sujeción de la condición de mujer a su accionar predeterminado, sea de por sí una evidencia de la diferencia de géneros, y de la imposición de un poder masculino. Sin embargo, es necesario escuchar sobre la compleja diferencia del "ser mujer" que plantea la diversidad indígena.

Cuando con claridad las dirigentes sostienen que de la logística pasarán a la conducción es necesario escucharlas. Si bien en las reuniones generales, desde el principio en el último levantamiento se encargo a un grupo de valiosas dirigentes mujeres la alimentación de los levantados, éste rol no fue protestado por ellas. No faltaron en las reuniones dirigentes de provincias, organizaciones parroquiales, tampoco sus criterios. La vocería pública hecho en falta más tonos de mujer. Todas estas acotaciones las hicieron las mujeres indígenas y campesinas, a la par que reconocieron el inmenso contrapoder que ejercen y han ejercido en decisiones importantes, elecciones, mandatos y definiciones de la Conaie, Ecuarunari, entre otras.

Voces diferentes... voces de mujeres

¿Cómo entender esta participación callada: acallada y autosilenciada con el peso que las mujeres, su trabajo, proyectos, necesidades han venido sosteniendo en las organizaciones? Tal vez intentar mirarlas en el mismo plano, no abordar "el problema mujer indígena" con una ansia de tutelaje, con parámetros inadecuados para leer la complejidad de nuestra realidad, pueda permitir un ejercicio más liberado para hacerlo.

Desde la mirada, en muchas ocasiones condescendiente y subordinante, de personas y organizaciones que matizan mesuradamente sus propuestas con la transversalidad del género, limitándolo a unas anteojeras, antes que a una visión diferente, mal se puede dar cuenta de la diversidad real de la mujer indígena. Si el movimiento de mujeres en general retomase su carácter radical, revolucionario, que cuestionaba las bases mismas de la sociedad en que se asientan las diferencias, inequidades, la libertad conculcada por un patrón y un discurso patriarcal; probablemente podría mirar a esta otra, no en los márgenes de la vida propia, sino en el territorio propio de aquella.


Notas

1. la presente lectura se realiza mirando básicamente el movimiento kichwa de la serranía ecuatoriana.


© Los artículos del presente Boletín ICCI, pueden reproducirse citando la fuente