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20 años que son 500 y másÁngel Bonilla En junio de 1990 las ciudades del Ecuador vieron con asombro la insurgencia de lo rural, miles de ponchos rojos se tomaron las carreteras, las plazas, las calles de las ciudades, las iglesias. Los ciudadanos ecuatorianos miraron lo que se llamaría luego “la emergencia de un nuevo sujeto político” desconociendo los siglos de resistencia y persistencia de estos pueblos ancestrales invisibles sólo por su fortaleza. Pero esta emergencia —desde las profundidades del olvido— no fue sólo el salto para que una sociedad racista los reconociera, significó la continuación de las continuas luchas por la vida, cuyo telón de fondo era y es un proyecto civilizatorio que resquebrajaría el modelo neoliberal y el posmodernismo galopante por todos los territorios indoamericanos. Lo comunitario (la comunidad como esencia vital), la relación equilibrada con la naturaleza (la pertenencia identitaria a la tierra), la necesidad de ser reconocidos como distintos y diversos. La toma de una iglesia colonial (Santo Domingo) significó la puesta en escena de los reclamos acumulados por siglos: la tierra, la crítica al modelo agroexportador, la exclusión económica, social, jurídica y política, el rechazo al modelo extractivista. Las propuestas del movimiento indígena han sido siempre revolucionarias y han marcado cambios jurídico-políticos, económicos y culturales en el país. Sin embargo el logro más destacado del “primer levantamiento” importante del siglo XX en Ecuador fue que la sociedad ecuatoriana valorara las luchas y creciera el conocimiento de las raíces ancestrales. Esto se dio en gran medida porque los indígenas no se levantan únicamente en función de las reivindicaciones de las 14 nacionalidades y 18 pueblos aglutinados en la Conaie, sino en favor de los derechos de todos los ecuatorianos y ecuatorianas. Pero este proceso revolucionario no cuajó como tal: logró profundas transformaciones en la conciencia social y en la formas institucionalizadas del poder, pero no pudo poner en práctica el contenido del proyecto civilizatorio indio. Las bases económicas del poder siguen intactas, las reinvindicaciones siguen intactas: tierra, agua, territorios, soberanía. Veinte años después, las luchas indígenas constituyen batallas políticas, antineoliberales, anticapitalistas y en defensa de la vida, por el acceso a la tierra y al agua, por el derecho a los territorios y a la soberanía. Los “levantamientos indígenas” son una constante durante los últimos años, adquieren diversas formas y manifestaciones, pero el punto nodal sigue siendo el mismo: la defensa de la comunidad como modelo de sociedad. Ésta sigue siendo la fuerza del tejido político de la resistencia y al mismo tiempo el punto que el capitalismo necesita destruir. Como en los años ‘90, hoy los levantamientos, movilizaciones, paros, son una forma de hacerse escuchar y como en los años ’90, el gobierno de Rafael Correa apela al racismo, a la diferencia y la falta de respeto a los derechos de las nacionalidades indígenas. El gobierno claramente se opone a un Ecuador multidiverso, multilingüe, multicultural y plurinacional. Por ello debemos rechazar el afán de desprestigiar al movimiento indio del Ecuador, el mismo que ha sido reconocido por ser una de las organizaciones más poderosas en función de los derechos colectivos de los pueblos y ejemplo e inspiración para muchos movimientos a nivel mundial. Si el levantamiento de 1990 hizo visible el problema de la tierra y los territorios, ahora, el levantamiento del 2010 se empata con la defensa del agua para la vida y la defensa de las comunidades. Ambos son parte de un proceso de resistencia de más de 500 años. Consejo Editorial: Subvencionado por: Con el apoyo de: Dirección: Teléfonos: (593 2) 2900048 © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |