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Editorial El triunfo de correaSi recordamos que hace no menos de dos décadas la lucha política en el país, se definía por contenidos ideológicos, se daban cuenta de propuestas económicas y que a su vez dejaban ver los intereses de clase que sostenían detrás, nos encontramos estupefactos frente a los resultados de las elecciones del domingo 26 de abril. Lo que dirimía el voto, hace dos décadas, inclusive en un país como el nuestro, típicamente conservador, era la militancia política, ya sea de derecha o de izquierda, estas dos tendencias claramente establecidas, ya no existen más. Hoy no existen ni tendencias, ni proyectos económicos claros, peor aún militancia política, son elementos de arbitraje electoral, solo se necesitó un pueblo ansioso de remiendos, de limosnas o de falacias construidas por el marketing electoral, para reelegir un presidente que se dice llamar de izquierda. La impotencia entre mezclada con la indignación política, frente a resultados electorales que dan muestra de un pueblo carente de movimientos o de partidos políticos que respondan con inteligencia y con estructura organizativa, rebasa todo entendimiento. ¿Cómo puede ser que en el Ecuador, el mercado como medio de compra y venta de cualquier bien, nos haya traspasado el fuero político militante? ¿Cómo es posible que dejemos con tanta indiferencia o quizás con pocas armas ideológicas políticas y organizativas, pasar al mercader más impúdico de la historia a la presidencia? adjetivo que lo lanzamos por eso de llamarse de izquierda y de ofrecer al pueblo radicalización de una revolución que no ha cambiado en nada las condiciones de vida de los ecuatorianos. Pero, es muy fácil concluir para quienes somos los llamados a dar respuestas reales y políticamente coherentes con un proyecto popular, después de estos resultados que las elecciones son fraudulentas, o que al pueblo se le compró con un bono, con una canastilla de artículos de primera necesidad, o con casas de papel, lo difícil es aceptar que éstos son los resultados lamentables de 179 años de una falsa democracia, de 114 años de un liberalismo burgués, que se sigue sosteniendo en el poder político por tres cosas fundamentales: la primera, el poder del dinero y la propiedad privada que es capaz de comprar todo, la segunda por la ausencia de una sociedad civil politizada y la facilidad que tiene para sostener a su alrededor una base organizada. Tener poder económico, poder político y una sociedad carente de memoria histórica y de criterio político, es la trilogía política perfecta para que la derecha pueda de cualquier modo o argucia, mantenerse o legitimar su candidato, ya sea vía revueltas populares como el caso de Abdala Bucarán, de Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez; revueltas populares que si bien es cierto deslegitimaron un presidente, pero que a su vez legitimaron la subida de otro que respondía claramente a intereses históricamente enquistados en el Estado. Si nos preguntamos, ¿para quién gobernó: Fabián Alarcón, Gustavo Noboa o Alfredo Palacios? Una derecha que también ha sabido mantenerse, no solo utilizando la euforia espontánea de la masa popular para situar en el poder a sus representantes esquivando los procesos electorales; que ha sabido inteligentemente usurpar el discurso de izquierda y poner a su representante en el Estado disfrazado de un socialista moderno, un don que ciertamente debemos, después de todo reconocer. Ahora la pregunta es, frente a esta década perdida para la izquierda ecuatoriana, dónde ha estado ésta? ¿De qué ha servido 60 años de sindicalismo obrero, cuando se permite que un gobierno declarado de izquierda termine con reivindicaciones laborales, argumentando que éstos permiten privilegios? ¿Acaso este atropello a los trabajadores no favorece al empresario, al dueño de los medios de producción y de la riqueza que generan los obreros? Es inexplicable escuchar decir al presidente Correa, “que el socialismo del siglo XXI, recupera la supremacía del trabajo humano sobre el capital” cuando retira al obrero beneficios que mejoran su calidad de vida; que estos privilegios como el presidente Correa los califica, lo tengan unos pocos obreros en la sociedad ecuatoriana, es cierto que es injusto, porque lo deberían tener todos los trabajadores; por lo tanto la tarea de un gobierno revolucionario de izquierda sería no quitar a esos pocos, los escasos beneficios que han adquirido después de una larga lucha, es entonces asegurar que todos los ecuatorianos lo tengan, pero esta tarea es imposible pensarla desde una revolución que busca salvar al capitalismo como modo de producción dominante en el planeta. ¿Dónde está la izquierda ecuatoriana? ¿Formando filas en la revolución ciudadana, o intentando con pataleo de ahogado pelear desde unidades esporádicas, armadas al son de la campaña electoral? Debemos ser honestos para empezar a contestarnos, las estructuras organizativas que sostenían a la izquierda como una alternativa al capitalismo, ya no existen más, la maquinaria ideológica del sistema supo inteligentemente suplantar la lucha de clases, por teologías de la liberación, por proyectos de centro izquierda ligadas al desarrollismo, por luchas culturales y por último por socialismos modernos basados en el respeto máximo a la propiedad privada, y en principios regulados por un modelo de economía socialdemócrata, con fuertes raíces teológicas que buscan reducir la pobreza, pero no eliminarla. El triunfo de Rafael Correa, nos dice que: 60 años de lucha sindical socialista y de más de 500 años de resistencia indígena, no fue tiempo suficiente para formar una sociedad civil politizada, capaz de cuestionar y develar tantas mentiras, si nos permitimos citar una que otra para provocar el despertar de la conciencia, que el futuro inmediato nos exigirá si queremos realmente parar el proyecto de la revolución ciudadana, para plantear un proyecto revolucionario popular que responda a todos los pueblos y nacionalidades que coexisten en el país, asegurando lo que llamamos el Sumak Kawsay, para negros, indígenas, montubios, “mestizos” y extranjeros. La práctica populista de un caudillo moderno, Correa, promete acelerar las reformas y “priorizar la economía de los pobres” para construir un “socialismo del Siglo XXI”, pero sin tocar a los capitalistas ni romper con el imperialismo. Muestra de ello son las largas negociaciones con la banca y la renegociación de la deuda externa, ésta última con beneplácito del BID y la CAF. Correa promete luego de su triunfo con el 51,9% de los votos válidos, es decir sin contar con los nulos, blancos y ausentismo, radicalizar la revolución ciudadana, sin topar de ninguna manera el antagonismo de clase, ni las diferencias culturales, aludiendo que la primera ya fue superada por la historia y que la segunda solo representa la lucha de dos o tres dirigentes con respaldo del 2% de la población ecuatoriana. Correa, promete darle al “Estado un papel protagónico de administrador, ejecutor y ante todo el papel de animador de la autoestima del pueblo” según sus propias palabras, siempre y cuando todos estén de acuerdo con la necesidad de salvaguardar el sistema democrático burgués, que se apoya en las políticas económicas ligadas a la extracción de los recursos naturales, a cambio de esta propuesta de gobernabilidad, aplicará un plan neo desarrollista, que contempla reformas políticas y aumento del gasto social dirigidos eso sí a los más pobres. Seguirá por lo tanto la estrategia de los consensos económicos, la deuda externa se seguirá pagando, seguiremos desapropiando en discursos los bienes de morosos como el caso de los Isaías, pero en la concreción misma del supuesto atrevimiento nada, solo empresas en quiebra; o con demandas al país como el caso de Texaco, o simplemente remates económicos que perjudican al país como el caso de Perenco. Seguiremos mirando en la TV los altercados ideológicos con el FMI, y al mismo tiempo endeudándonos todos con éste organismo internacional por falta de liquidez presupuestaria, seguiremos fascinados con el show mediático entre el presidente y los periodistas, mientras los precios suben, el desempleo y el subempleo crece y los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador se someten a una revolución ciudadana que los reduce al 2% de la población ecuatoriana. Una revolución ciudadana que se guarda por derecho, por supuesta mayoría, el derecho a decidir al interior de los territorios indígenas, si éstos tuvieran recursos extraíbles, apoyados en una ley minera que tuvo el rechazo del movimiento indígena y de los movimientos sociales, se guarda además el derecho a decidir en la educación y formación de la cultura, por encontrar en su educación la posibilidad mínima de formación política, esto no conviene a dicha revolución. El triunfo del proyecto económico de Alianza País, en estos últimos comicios, nos dicen que el pasado próximo que hemos criticado continuará en el futuro inmediato, agravando los niveles de precarización, explotación obrera y desempleo, y la desestructuración de la organización campesina y los pueblos indígenas, ¿Estamos preparándonos para cambiar este futuro que se nos avecina? Coordinación General: José Luis Bedón Subvencionado por: Con el apoyo de: Dirección: Teléfonos: (593 2) 2900048, 3203715, 3203732 © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |