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Boletín ICCI
"RIMAI"

Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 2, No. 11, febrero de 2000

Elementos iniciales para un balance del levantamiento del 21 de enero

Por: Mario Unda
Augusto Barrera

1. La necesidad de un balance real

La subjetividad que se ha generado a partir de los hechos del 21 de enero está cargada de paradojas. Y con razón. La sensación de haber llegado, aunque sea de modo efímero y frágil, hasta los balcones de Carondelet y las curules de los diputados, contrasta con el sentimiento de derrota, manipulación y falta de capacidad (en el sentido de preparación, cuadros, fuerza social, etc.).

Quizás por ello, los balances se han movido entre un triunfalismo sin beneficio de inventario y una lectura casi apocalíptica de derrota. Desde la supuesta extinción de la izquierda y un traspié del movimiento indígena y popular, hasta una lectura autojustificatoria que se centra en la traición de los militares sin dar cuenta de las decisiones, presupuestos, análisis y apuestas que se hicieron.

Las ideas que se exponen a continuación pretenden aportar a una reflexión que extraiga enseñanzas y configure una agenda del campo popular para el futuro. Para ello, la primera tarea parece ser plantear un contrapunto a los "análisis de politólogos y académicos" con los que han inundado la "opinión pública", pretendiendo imponer una única lectura no solo a los acontecimientos del 21, sino a la democracia, a la política y a las posibilidades de acción de los movimientos sociales.

No se puede limitar el análisis de la democracia a los procedimientos. Aun las vertientes más institucionalistas de la teoría política reparan en la necesidad de ciertos atributos de la democracia más allá del ritual electoral: la legitimidad, el imperio -medianamente, diríamos nosotros- universal de la ley, la utilización de las instituciones para fines públicos y no escandalosamente particulares o familiares - como el caso de los banqueros-, la existencia de condiciones elementalmente equitativas de competencia electoral y una capacidad de representación de los sectores sociales en el Estado, entre otras. Ninguna de éstas han sido características de la "democracia" ecuatoriana en los últimos gobiernos. Por lo tanto, la pregunta no es (o no sólo es): ¿por qué a un sector significativo de la sociedad se le ocurre "dar un golpe"?, sino: ¿por que el 80% de la población estaba de acuerdo con que el congreso se disuelva, el 92% aspiraba que el presidente se vaya a la casa, y la gran mayoría preferiría una dictadura? Incluso más, ¿por qué, después del 21 y de la manera como se resolvió la crisis, la mayoría de la población no desea que los "golpistas" sean sancionados, lo cual supone un cierto nivel de identificación con el hecho?

Por cualquiera de estas vías, hay una interpelación al corazón de esta democracia. No al valor absoluto, abstracto y universal del gobierno del y para el pueblo, ni a las libertades públicas, ni a la capacidad de elegir. Ni siquiera a los procedimientos que configuran la versión reducida de democracia. La interpelación a esta "democracia" concreta apunta al imperio generalizado de la corrupción y la impunidad, a las prácticas prebendalistas convertidas en política de Estado, al constante deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población, a la crisis institucional, a la mentira recurrente de días mejores luego de cada ajuste; el etcétera es largo. No colocar estas dimensiones en el centro de las lecturas del 21 enero es, simplemente, dar la espalda a la realidad.

2. Logros, límites, errores

Para plantearlo de modo más pedagógico se inicia el balance con una inventario de logros, límites y errores. Esta aproximación no le quita el bulto a un balance más profundo y global, pero intenta recuperar lo dicho y sentido por varios de los actores implicados en la rebelión del 21.

Los Logros

En la conciencia de los actores involucrados en la rebelión del 21 de enero aparece la idea de haber podido "ir más allá". La revocatoria del mandato de Jamil Mahuad y la conformación de un gobierno popular, así haya sido por pocas horas, aparecen como los logros más visibles. Ese confuso haber "ido más allá", no puede quedarse en una lectura en "clave golpista". Más bien parece adecuado asimilar que para la conciencia social es ahora claro que un sistema político sólo es democrático cuando la soberanía reside efectivamente en el pueblo, cuando el pueblo decide quiénes son sus gobernantes y cuando tiene el derecho de revocarles el mandato si ellos traicionan la confianza que se ha depositado en ellos. Los gobernantes no deben ser autócratas irresponsables que imponen sus decisiones pasando por encima del pueblo. En tres años, las movilizaciones sociales revocaron el mandato de dos presidentes. Y esto debe ser una lección para el pueblo y para todos los gobiernos, incluido el de Noboa.

La rebelión del 21 de enero puso sobre el tapete de la discusión, de modo dramático, el tipo de "democracia" que vivimos y el modelo económico que nos asfixia; aunque no logró desarrollarlo mucho frente al conjunto de la población, plantea que no son posibles mejores días si no se transforman los modelos políticos y económicos a los que se ha recurrido. Ha caído el velo de los consensos artificiales con los cuales las clases dominantes pretenden legitimar sus imposiciones. Los campos en lucha han quedado claramente establecidos ante los ojos de todo aquel que quiera ver: de un lado, los grandes grupos económicos, sus partidos políticos, sus aparatos militares, sus voceros en la prensa y en la Iglesia. De otro lado, más y más sectores sociales, gran parte de la población que apoyó pasivamente, todos los damnificados de estos años.

Este conflicto ha atravesado, de modo implacable, a toda la sociedad, incluidas la prensa, las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Pudimos ver cómo se ha ido gestando en las Fuerzas Armadas la constitución de una corriente de militares jóvenes nacionalistas, dispuestos a unirse en las luchas del pueblo; pero también pudimos ver que su presencia es aún minoritaria, por lo menos de cuadros medios hacia arriba. Ambos hechos deben ser analizados con mayor profundidad. Las hojas de vida de los insurrectos dan cuenta de oficiales con trayectorias importantes. Su acción cuestiona hasta la médula los límites de la obediencia cuando se pretende convertir a las FFAA en guardia pretoriana de una oligarquía corrupta.

De la misma manera, sectores de la Iglesia han vuelto a comprarse el pleito de los sufrimientos y de las luchas populares, más allá de la hipocresía de las jerarquías eclesiásticas. Igualmente, no parecen ser muy numerosos, pero su reaparecimiento público, al nivel en que se dio, es muy importante para el futuro del movimiento popular.

Ha quedado evidenciada la existencia de un fuerte descontento de la población frente al actual estado de cosas (lo prueban los índices de aceptación que, según diversas encuestas, la ciudadanía daba al levantamiento). Sin embargo, la simpatía pasiva es volátil, y no puede confundirse con el respaldo activo. Hubo en la Costa mayor presencia de movilizaciones que en ocasiones anteriores y la participación de sectores que no suelen movilizarse, como los pequeños comerciantes y organizaciones barriales; sin embargo, aún resultan muy pequeñas comparadas con la magnitud de la población. En otras ciudades como Cuenca, se logra un importantísimo nivel de adhesión que rebasa el campo popular y cuenta con una participación cívica y ciudadana.

Por fin, uno de los logros más importantes es el aparecimiento de los Parlamentos de los Pueblos. Ellos recogen tradiciones de la lucha reciente: las asambleas del pueblo, del 5 de febrero de 1997, la Constituyente del Pueblo, de octubre de 1997, incluso el experimento fallido del Congreso del Pueblo en 1999. Fueron espacios de discusión política, referentes de la lucha y del poder popular, aunque en algunos casos les haya faltado amplitud y representatividad, y aunque no hayan llegado a ejercer el poder.

Los errores

Hay dos planos de análisis que han sido explorados en términos autocríticos.

  1. El uno, más fáctico, hace relación a los límites y errores en un libreto de "toma del poder". En últimas: ¿qué errores se cometieron para no haber logrado un desenlace favorable y, se entiende, haber mantenido la Junta?.

  2. El otro, de mayor profundidad, hace relación con la interrogante de si estuvo el levantamiento de enero inscrito en una visión estratégica de largo plazo del movimiento indígena y social del país o representó una aventura "putschista", centrada en la idea del "golpe de Estado"?

Abordaremos en este orden los razonamientos expuestos y los argumentos esgrimidos.

Se confundió el gobierno con el poder y aún los edificios públicos con el gobierno. No hubo un adecuado análisis de las relaciones de fuerza que, más allá de las voluntades, inscriben de modo dramático -aunque no necesariamente fatal- los alcances y límites de la acción social. Si se esperaba una reacción distinta de las cámaras, algunos medios de comunicación, el alto mando, los partidos políticos, la Embajada norteamericana, los gobiernos de los países vecinos, los organismos multilaterales, etc., la ingenuidad rayaba en irresponsabilidad.

El movimiento se centró en un planteamiento "maximalista" de desconocimiento de los tres poderes del Estado y, de esta manera, se acabó despreciando políticamente la coyuntura; y con ellas los elementos programáticos que estaban en juego, particularmente los temas de la dolarización, una reforma política sustantiva y una política social. No se dio suficiente empuje, importancia y visibilidad a las demandas inmediatas y urgentes de la mayoría de la población. Eso hizo que unos planteamientos que se habían construido antes de que Mahuad se lanzara por la pendiente de la dolarización, no fueran siquiera rediscutidos después del 9 de enero. Se siguió actuando como si nada hubiera cambiado. Se perdió de vista, así, que la dolarización se convirtió en el programa aglutinante de las clases dominantes.

La estrategia estuvo excesivamente centrada en el acuerdo del movimiento indígena con los militares, y los resultados evidenciaron que las expectativas que se tenían no correspondían a la realidad: primero se hizo claro que los generales no plegaban al movimiento; después, ya el 21, pudimos ver que los coroneles que se involucraron en la acción no contaban con suficiente respaldo en las propias fuerzas armadas. Se podría concluir que hubo una (o varias) iniciativas y planes militares que requerían respaldo de masas, sea para sacar a Mahuad, sea para darle soporte a un alzamiento de jóvenes oficiales.

Se creyó que la movilización popular urbana se produciría automáticamente ante la entrada de los indígenas a las ciudades, sobre todo a Quito, ante el llamado del parlamento de los pueblos, o ante el conocimiento de sus primeros decretos. Las expectativas no se cumplieron, y hubieron dificultades para que la población urbana se ponga en movimiento. Se confundió descontento con movilización.

No se tomaron suficientemente en cuenta las desigualdades existentes en los ritmos de movilización popular. Y hubieron muchos desencuentros: las movilizaciones urbanas y las movilizaciones rurales; las movilizaciones en la sierra y el oriente respecto de las movilizaciones en la costa; la movilización de los sectores organizados y de los no organizados (incluso, en muchos casos, las movilizaciones de dirigentes y cuadros medios respecto de la movilización de las bases de sus organizaciones).

El resultado de todo esto es que no se logró movilizar realmente a la mayoría de la población; estuvimos muy lejos de las movilizaciones del 5 de febrero, e incluso de otros episodios desplegados en estos años. No se logró, por lo tanto, una articulación social suficientemente fuerte. Hubieron sectores que no llegaron a los parlamentos, que no plegaron a las movilizaciones. Quedó visto que, a pesar de lo avanzado, aún no están suficientemente trabajadas las alianzas entre el movimiento indígena y los sectores mestizos urbanos, que aún hay rezagos de utilización y recelos mutuos, que muchos de los parlamentos carecieron de representatividad social y se convirtieron en un baratillo de radicalismos.

Como un señalamiento muy grave, debe decirse que se perdió casi absolutamente la dinámica de una elemental discusión colectiva sobre lo que se estaba haciendo. El "secretismo", presentado como necesidad indiscutible, puso los planes y las estrategias completamente por fuera del conocimiento, del control y de la capacidad de decisión de las organizaciones y de los militantes, que acababan simplemente recibiendo órdenes de lo que había que hacer, cómo y cuándo. Más aún, ni siquiera en las instancias de dirección se discutió seriamente y a tiempo los planes, sino como hechos consumados.

La necesaria discusión sobre la estrategia a seguir

Pero, más allá de estas falencias, leídas como se señaló antes en el marco del mismo libreto, está en discusión la estrategia general del movimiento indígena y popular ecuatoriano.

La primera lección que nos queda del 21 de enero es que resulta urgente re-discutir, seriamente y a profundidad, las estrategias políticas. Y hablamos de una discusión seria, profunda, amplia y democrática, que atraviese a todo el movimiento: no es suficiente que alguien nos entregue "la" estrategia como documento único y con pocas horas para leerlo y "debatirlo" antes de la consabida rueda de prensa. Es mucho lo que está en juego, y la decisión debe ser consciente y colectiva de parte de todos y de todas.

Es obvio que el 21 de enero nos plantea, de modo agudo, algunas cuestiones: ¿por qué el movimiento no cumplió sus objetivos? ¿Nos faltó simplemente "poder militar", como piensan algunos compañeros? Pero esto supone una lógica de golpe militar con respaldo de masas: ¿es esa nuestra estrategia?, ¿de una sola vez o como parte de un "proceso Chávez"? O, si no, de acciones militares sobre un cierto fondo de movilizaciones de masas. Hay en el continente varios ejemplos.

Pero las respuestas pueden ser otras. A nuestro modo de ver faltó, sobre todo, verdaderos procesos de construcción de poder popular, ligados a la dinámica de la lucha social y no a los tiempos del golpe, surgidos de la lucha y no como mandato desde arriba. No cabe desgarrarse las vestiduras por una democracia que debe ser refundada, pero tampoco es posible que el acumulado que social y político que se ha construido en un ciclo de no menos de 15 años sea apostado en cada coyuntura.

La urgencia y la contundencia con la que gobiernos, incluido este (incapaces, atados de pies y manos, comprometidos con oscuros y mezquinos intereses, faltos de una visión de país), nos obligan a actuar no es argumento para caer en un coyunturalismo que se extravía a cada paso.

El movimiento indígena y popular ecuatoriano, Pachakutik, las organizaciones e individuos democráticos de este país debemos ser capaces de construir una alternativa real para el país. Por supuesto que eso supone niveles de enfrentamiento político y social, rupturas y audacia; pero al mismo tiempo supone una combinación de los escenarios de lucha y construcción de un poder social capaz de sostener cambios profundos.

Para ello es preciso rehacer la democracia interna. Recuperar instancias de discusión y decisión política, y de otorgamiento de responsabilidades de modo transparente. La unidad de la CMS, de la CONAIE y del Pachakutik se ha sustentado en una permanente lógica de discusión y construcción de acuerdos básicos: es tarea urgente de todos nosotros procurar que siga por ese camino. Esa también es una lección que no podemos olvidar, y menos aún con las luchas que tenemos por delante.

El otro reto hace relación a la necesidad de un salto adelante. La crisis del país y la evidencia de un acumulado social que crece en tanto el descontento, plantea el reto de profundizar algunas líneas fundamentales como la elaboración de un programa de gobierno real, la constitución de equipos técnico políticos, la cualificación de las capacidades de organización, movilización, proposición y gestión del campo popular, el establecimiento de una verdadera política de alianzas, el despliegue de un esfuerzo casi pedagógico que permita construir legitimidad social y ampliar la base de soporte de un proyecto alternativo. No es la primera vez en la historia que el pueblo puede avanzar en esta dirección. Evitemos que la arrogancia y la frivolidad nos impidan aprender de las lecciones.