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RETOS PARA EL ESTUDIO DE LAS IDEAS FILOSOFICASPablo Guadarrama González* PRESUPUESTOS METODOLOGICOS GENERALES La reivindicación del humanismo en el marxismo presupone incluir necesariamente la forma particular que ha adoptado el desarrollo de la filosofía en América Latina y como ésta se ha revelado de manera singular en cada pensador de esta región. Esto posibilita superar el escollo del enfoque eurocentrista que subestima los valores del pensamiento filosófico latinoamericano. Se requiere acentuar la necesidad de conocer no sólo la trayectoria ascendente y progresiva en sentido general de la filosofía universal, sino la forma específica en que la filosofía se ha expresado en estas tierras como parte también de esa universalidad. El sentido de esa trayectoria no significa que no esté exenta de virajes, de zig-zag, y que en un momento histórico determinado en el que predomina un pensamiento avanzado y progresista, aparezcan filosóficos que se caracterizan por todo lo contrario. En el pensamiento filosófico latinoamericano se distingue una tendencia de confianza en las potencialidades cognoscitivas del hombre y de evasión del escepticismo y el agnosticismo. Hay que partir de la existencia de una lógica en el pensamiento de cada filósofo latinoamericano y el análisis específico que este indica que debe exponerse, de modo tal que un enfoque preconcebido sobre la estructura y ordenamiento de sus ideas no prevalezca, pues esto afecta la objetividad y el carácter científico del análisis. El punto de partida de los pensadores latinoamericanos no ha sido siempre el mismo, las tareas históricas que han tenido ante sí no han sido idénticas, las ideas que han combatido han sido diferentes, por tanto en la estructuración del conjunto de sus ideas debe establecerse una primacía en correspondencia con la que éste realmente le otorgó, tomando en consideración ante todo la propia lógica interna de su pensamiento. Esto significa no tratar de que por requerimientos de carácter didáctico o de exposición se pueda deformar su pensamiento. A la vez debe evitarse el riesgo de que por dejarse arrastrar por esa lógica interna del filósofo, por las categorías en el sentido que el las utiliza, o por los calificativos que emplea para designar una filiación filosófica o la de otros, se produzcan confusiones que impidan la determinación científica del contenido de su filosofía. Establecer inferencias lógicas preconcebidas sobre la forma en que se presenta el materialismo o el idealismo en la filosofía latinoamericana, concepto este que debe emplearse en el mismo sentido relativo que se emplea el de la filosofía francesa o alemana, pues esta no debe circunscribir sus parámetros a gentilicios o patronímicos, puede conducir a errores de esquematismo alertados por Engels. La determinación de las formas específicas en que se han revelado en el pensamiento latinoamericano el problema fundamental de la filosofía, la relación ontológico-gnoseológica, lleva a su vez a valorar las manifestaciones propias de la dialéctica. Si no se atiende a la búsqueda de tales regularidades del saber filosófico, se puede correr el riesgo de diluir cada momento o cada representante de nuestra cultura filosófica en una heterogeneidad exquisita que impida la comprensión científica de la historia de la filosofía en esta parte del mundo. La búsqueda de “superficialidades” puede obstaculizar la delimitación de las tendencias generales del desarrollo de la filosofía en su manifestación concreta de nuestro contexto y traer por resultado que la excesiva contemplación de los árboles, impida ver el bosque. Esto no significa en modo alguno renunciar a la búsqueda de la especificidad del pensamiento filosófico latinoamericano, sino descubrirla como forma de expresión singular en las generalidades propias del devenir filosófico universal. El principio de la historicidad en la investigación histórico-filosófica presupone tomar en consideración la época histórica en que aparecen determinadas ideas como reflejo de esas condiciones, pero no como simple imagen pasiva de estas. La relativa independencia de las formas ideológicas respecto a las condiciones materiales de existencia permite comprender por qué en América Latina, no obstante el marcado retraso socioeconómico respecto de Europa y Norteamérica, pudieron aparecer pensadores y corrientes de ideas que expresaban de modo suigeneris el nivel del pensamiento filosófico universal de su época, en sus respectivos países. El hecho de que la mayoría de los filósofos latinoamericanos estuviesen al tanto de los avances de la filosofía en Francia, Alemania, Inglaterra, no debe interpretarse, como ocurre en ocasiones, como un intento de copiar las ideas de los pensadores de esos países y transportarlas mecánicamente a estas latitudes, sino que debe valorarse como los esfuerzos que realizaron por situarse a nivel del desarrollo más alto del pensamiento filosófico universal de sus respectivas épocas, a fin de contribuir de manera más efectiva al enriquecimiento de la vida espiritual de nuestros pueblos y mediante sus originales interpretaciones, forman parte también de ese pensamiento universal. Una de las tareas de la investigación de la cultura filosófica latinoamericana consiste en despejar los “eslabones intermedios” que existen entre las formas ideológicas más elevadas como la filosofía y la religión, y las condiciones materiales de existencia de cada época. Ello obliga a un conocimiento mayor del desarrollo socioeconómico y político de estos pueblos, de sus luchas por la liberación nacional, por su soberanía y su emancipación social, tomando muy en consideración las particularidades de la lucha de clases en cada país o región. Solamente un análisis que tome en cuenta “todo el conjunto de las múltiples relaciones de esa cosa (en este caso de la filosofía) con las otras” posibilita el análisis multilateral que evita cualquier tipo de reduccionismo o sociologismo. La filosofía en América Latina no sólo ha desempeñado el papel de comprensión teórica de su respectiva época, sino de instrumento de toma de conciencia para la actuación práctica. Sólo de esa forma es posible entender por qué la mayoría de los pensadores latinoamericanos más prestigiosos en lugar de construir especulativos sistemas filosóficos, han puesto su pluma al servicio de las necesidades sociopolíticas de sus respectivos momentos históricos, y en tal sentido han adoptado una postura más auténtica. A pesar de la marcada intención en algunos círculos intelectuales por desideologizar la filosofía latinoamericana y convertirla en estéril actividad académica, aislada de las inquietudes sociales, esta aspiración nunca ha podido llegar a predominar plenamente. Si la filosofía latinoamericana ha inclinado más la balanza hacia el lado de la ideología en detrimento del aspecto científico, ha sido porque las condiciones históricas han favorecido tal inclinación, no es por una simple cuestión vocacional o temperamental, como en ocasiones se atribuye. Las circunstancias latinoamericanas de dependencia económica, política y social, desde la conquista hasta nuestros días, han inducido a plantear junto a los profundos enigmas de la relación entre el ser y el pensar, el acucioso dilema del ser del hombre latinoamericano y el régimen social que necesita. La historia de la filosofía muestra como las grandes preocupaciones sociopolíticas han abundado más en los períodos y en los lugares en que más transformaciones sociales se han requerido. No se observa la misma carga ideológica en los presocráticos que en la convulsiva época de Platón y Aristóteles, como tampoco se encuentra en Descartes comparado con los pensadores del revolucionario siglo de la ilustración francesa. Por tanto, no debe extrañar que en una América Latina, siempre necesitada de revoluciones que la emancipen plenamente, la filosofía posea tal carácter. Notas © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |