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LOS MOTIVOS DE FELIPILLO VARGAS LL.Patricio Palacios Llegados los tiempos del fin de la invasión de los Moros en España, los españoles gritaron ¡No pasarán!. De algún lado dentro de las fronteras de aquel conjunto disparatado de reinos, susurraban voces sobre unos mapas mal concebidos y mal alimentados, como correspondía a las técnicas de la época. Entre vinos, asechanzas y sabias discusiones de cómo quemar a los científicos, la santa iglesia se unía a la farra programática que permitiría expandir el mundo, aquel mundillo tan reducido de los santurrones e hipócritas burócratas investidos medio de sotana, medio de soldados. Dos instituciones nacidas para crear la muerte atrás de las amenazas de muerte y con un futuro mortal, espiritual y físico, no solo de los feligreses de las cofradías que asolaron Europa bajo el mando papal, sino de quienes se negaban a ser parte de su juego, a quienes tenían otros juegos y a quienes asesinaron el nombre de otras creencias, amén de todas las muertes que más tarde dejaron a su paso en el Nuevo mundo, en nombre de Dios; porque en su nombre asesinaron más seres humanos que en nombre del demonio. Los europeos, crearon o dejaron crecer la creencia de la necesidad de unificar las imágenes de los dioses, como un objetivo político para acrecentar el poder y el control sobre las masas, que sin un Dios, podían haber creado algo menos dañino, en contra de sus asesinos. Desde el inicio de la historia podemos contar unas atrás de otras, las guerras, los atracos, las imposiciones ideológicas, política, económicas, religiosas y como que todo esto no es más que un solo paquete de intervención, le adornaron con un laso de color vistoso y estúpido al que llamaron raza. Entonces ya tuvieron su superioridad racial, ellos los europeos, volvieron con adarga en ristre; mozos heroicos y bien armados a los caminos, sonrientes frente a las mozas que sonrosadas miraron a sus amantes partir a matar. Matar para tener oro, único objetivo digno de ser bien visto por reyes, clérigos y más convencidos de ser superiores; vivir matando para quedar en las páginas de la historia como lo que son ahora: una sociedad prostituída, drogada, vieja senil y pintarrajeada, ya no para maquillar sus maltrechas caderas de abuela emputecida, arrepentida de haber parido al gringo heredero del crimen, cretino rollizo y sediento de sangre como buen licántropo perseguidor del hombre, sino para arrear a una caterva de blanquecinas degeneraciones genética, estúpidos y babeantes, de poco cerebro pero efectivos perseguidores de las culturas nuevas, sanas y sin deformaciones para chantarles todos sus males como una forma de reivindicar sus falencias. Recordemos, cuando sentados a una mesa en el corredor de las enormes casas de hacienda, con una botella de buen licor, un revólver y rodeados de servidumbre hasta para sonarles los llantos de niños mentalmente enredados en el látigo de la cruz. Entonces, al corto y rápido paso con que pasa en su trabajo embrutecedor, el indio recibe el latigazo o un disparo (dependiendo del estado de ánimo del señor), el vejamen con el típico insulto ¡Indio vago, verdugo!. Es que Dios en su omnipotencia, creó solamente al indio verdugo y vago, el patrón jamás lo será por más vago y verdugo que fuera. Son los privilegios de ser hijos de un Dios racista y maniqueo. Al poner en tierra sus botas, los primeros ladronzuelos, encontraron sanidad mental y física, bondad y generosidad rayana en la estupidez, una entrega de seres creyentes en la igualdad y una falta de malicia cual ritual de amor al ser humano, cosas desgastadas por las guerras asoladoras y sanguinarias que propiciaran los papas y demás reyes y mandatarios en la Europa que dejaron, para encontrar a quien más asesinar. Hombres, mujeres y niños que amaban, odiaban, reían y lloraban casi igual a los seres que llegaron a poner fin a la felicidad indiana. Como respuesta a la naturaleza que esta América, llámese Anáhuac, Abya Yala, Tahuantinsuyu o Amárraca, sus hijos eran parte de ella, más morenos y pequeños, de ojos pequeños por sus lagrimales obstruidos por el sol y los vientos, más anchos de espaldas y de narices más chicas por la poca necesidad de aire en las partes más altas, etc. Más, quienes llegaron eran hombres de mar, en unos casos y en otros, sacados de las cárceles por rateros y asesinos, la mayoría de seres que debían a su sociedad una o más pendientes, mestizos y moros con sus pieles morenas, de desierto y mar, adaptados a la naturaleza de esos trabajos, que los hacía tan iguales a los que encontraron acá, con la diferencia de que los de aquí, eran de aquí y no venían a invadir nada. Pero llegaron en nombre de Dios y del rey, eso les hacía mejores. Más seres humanos, más santos, más dignos de subir al cielo a pesar de ser ladrones y asesinos. En nombre de Dios y del rey se volvieron más blancos y mejoraron en segundos su raza y la de los bastardos que hicieron aquí. Si algo faltara se sumaba la estupidez creada en los arreglos maritales entre familias, precisamente encaminados a “preservar la pureza sanguínea, lo único que consiguieron con ello fueron degeneraciones genéticas, que con el paso del tiempo, la llegada de los emisarios reales, los buscadores de tesoros, minas de oro, prostíbulos donde explotar a las futuras madres de los actuales racistas y más, esa degeneración genética se afincó en nuestras tierras, solo hace falta mirar los ojos de los estupidecidos nobles (¿?) de estas parcelas sin nobleza sanguínea, que no sea aquella que se pueda encontrar aún en algún indígena sin mezcla (¿?). Las viejas siúticas luego de santiguarse cada mañana, rezarán para que en el cielo no les corresponda un sitio vecino al de un indio, Árabe, musulmán, chino o un negro, querrán que alguien les garantice un sitio en donde la tontería teórica dice que van todos los buenos (¿?), es decir, donde en poco tiempo estarán como los españoles que se asesinaron entre ellos por la posesión de botines, persiguiéndose, delatándose, mintiendo y negándose tres veces y una más: en los altares. En las festividades que propician las ociosidades de estas viejecitas, seguramente para recordar el lugar que les corresponde en el cielo, realizan competencias en las que ellas no tienen nada que hacer, desarrollar esfuerzo alguno ni gastar nada que les haya costado trabajo: “GRANDES COMPETENCIAS DE RAZAS CANINAS”. Allí son felices y sonrientes porque no verán las muelas de sus maridos ni de sus hijos, ocupados mientras tanto en arrinconar a la servidumbre necesitada de trabajo para vivir; en argüir, planificar y mentir, falsear, mandar a matar en silencio y borrar con el codo lo que hicieron ayer con las manos sucias y ensangrentadas, pero que con la anuencia de jueces, magistrados, abogados, policías, políticos y más basura propia de éste sistema serán santificados la próxima Semana Santa. Hace poco, al pie del convencimiento de nobleza, a la sombra de la pureza sanguínea, los hijos de los primeros asesinos quisieron deshacerse de la estorbosa tutela de sus padres, quisieron quedarse con todo el botín de sus manos sin tener que participarlo con nadie y decidieron organizar las “LIBERTARIAS LUCHAS DE LA INDEPENDENCIA”. Para ello, lo primero que encontraron fue la herencia de propiedad sobre los indios que sus padres dejaron vivir para que les sirvieran. Ellos sobre el recuerdo de los abuelos asesinados, cargaron la historia sobre sus espaldas nuevamente y llevaron, trajeron pasaron, volvieron y lustraron las botas y prestigios de los nobles vagos y verdugos, que no hicieron otra cosa que esconder sus cobardías atrás de la realeza sanguínea. Se arrastraron por debajo de los cadáveres de los indios que murieron por razones ajenas y se hicieron nombrar héroes, padres de la patria, dueños y señores de la dignidad y valentía para que los cobardes hijos de esos que se jugaron la vida, vitoreen cada lunes antes de entrar a adormecer por hambre, sus espíritus al pie de las bancas de dopaje. Criollos o mestizos de primera maldición. Maldición para quienes tienen que soportarlos como dueños de los saqueos, maldición para quienes tenemos que soportarlos prepotentes matones desde sus casas de gobierno, pero miserables mendigos frente a sus iguales, aunque sea de aquí al lado. Y en esas luchas libertarias, quienes más muertos pusieron. ¿Qué ganaron?. Ser más esclavos, o ser esclavos de más vagos y verdugos, harapientos mendigos de esquina, casi cadáveres bajo el sol y el viento de los páramos, desterrados sin tierras en su propia patria, en su única patria. Mientras que los mestizos adueñados de su suelo, dicen y decimos ser hijos, los dueños, los YO de toda oración, representantes de Dios en la tierra, poseedores de sus vidas y pertenencias. Hacemos leyes en su contra, porque las que hacen los burgueses jamás la cumplen, dejamos espacios sin valor para ellos, porque los espacios productivos están ocupados por los hijos y nietos de los ladrones, con títulos de pertenencia, nobleza y santidad otorgados por los santificadores locales y refrendados por los arrepentimientos papales incapaces de devolver los espacios y tiempos a sus verdaderos dueños. Ahora, quinientos once años después, se elevan voces de deshombres, mendicantes sin sueños, literales desplantes de sus soledades, pobres seres dueños de su sola pobreza, sirvientes de servil servicio a los que esclavizan no solo a sus casi hermanos, casi porque ellos no pueden tener hermanos en madres incapaces de parir iguales. Porque el racismo sin raza que defender, ni raza que negar, de desrazados faltos de clase, historia y piso, se quedan solos en la acera que lleva a la Wall Street, donde se sentarán a afinar sus violines hijos de los Bush del mundo. Quien sin estos racistas han de servir mejor al bobo de las malas notas en la escuela y el colegio, al tonto de la familia, pero que por resultar mejor asesino que su padre, es el mejor encargado de los trabajos sucios del Pentágono y las transnacionales. Quien sino los más tontos y sin alma (calificativo dado a los indios por los hispanos) para entregarse como los encomenderos de la miseria. Veamos pues, si carece de alma, como dijeron de los indios de antaño, si está al servicio de los que invaden y someten a su país, si resulta ahora racista, quien puede ser sino el hijo de Felipillo. Su padre sirvió a los hispanos que mataron a su madre y hermanos, él a las transnacionales que asolan y matan de hambre a sus compatriotas, entonces no será que la historia se repite, unas veces de manera dramática y otras de forma crónica; no es ésta es la manera cómica de ver la historia a lo Vargas Llosa. Cómo no ser racista a estas alturas, si la garantía de ser bien visto por el imperio es precisamente serlo, cómo no ser racista escribiendo, cantando, pintando o realizando cualquier otra actividad, si la única forma de ser considerado como tal es precisamente poniéndose bajo la protección del mal olor yanqui, difamando a Cuba o a los indios del mundo, por más que esto suene a cliché. No es cierto acaso, que cualquier mediocre parte hacia las calles del imperio donde venderá a cualquier precio sus bondades a cambio de ser reconocido, aunque fuera por un segundo, servirá de espía, de enlace, de mensajero, de cubierta para cualquier pillo traficante o ratero de los bienes de su país, porque de otra manera será mal recibido por los encargados de revisar papeles, destinos procedencias y fines de las visitas. En esta época, hay que ser un poco Vargas Llosa para ser reconocido como algo, de otra manera, podría llegar a ser un buen escritor, poeta, músico, pintor, patriota o simplemente un buen hombre. © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |