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Editorial Evaluación política del movimiento indígena ecuatorianoUna breve evaluación al proceso político del movimiento indígena ecuatoriano, durante el año 2001, demuestra las dificultades y contradicciones que éste ha tenido por consolidarse como el movimiento social más importante en el país, al mismo tiempo que aún no ha logrado posicionar una agenda de reforma política bajo las condiciones de plurinacionalidad, al tiempo que se vislumbran graves confrontaciones internas sobre todo con su brazo político, el Movimiento Pachakutik. En efecto, el movimiento indígena aún no ha actualizado su proyecto político en función del tiempo político presente. De aquella propuesta inicial de plurinacionalidad e interculturalidad de los años noventa, media un proceso por el cual el movimiento indígena se ha constituido en un espacio referencial de la sociedad, y ha logrado una importante participación en el sistema político, captando alcaldías, prefecturas, diputaciones, el control de algunas instituciones del Estado, y está también su proceso político más importante, el 21 de enero del 2000, cuando logró la destitución del entonces Presidente Jamil Mahuad, y estuvo por breves horas al frente del gobierno. Sin embargo, es necesario que el movimiento indígena dada su trayectoria política y su importancia histórica, abra un proceso de redefinición de su proyecto político, que incorpore justamente ese acumulado histórico, que proponga cambios sustantivos en los sistemas de representación política, y en las formas procedimentales e institucionales de la democracia. Al menos tal había sido su intencionalidad política cuando emergió con fuerza en los años noventa. Ese proceso, de una manera u otra, se reavivó con fuerza en la Constituyente de 1998. Allí, el movimiento indígena propuso la declaratoria del carácter de plurinacionalidad del Estado ecuatoriano, pero finalmente transó esta declaratoria por la incorporación de los derechos colectivos en la Constitución. Un paso importante pero insuficiente si se toma en cuenta la importancia política y estratégica que ha implicado la noción de plurinacionalidad para el movimiento indígena. La Constituyente de 1998, en realidad significó una profunda derrota política para el movimiento indígena. En ese espacio, la noción de gobernabilidad, sustentada epistemológica y políticamente desde el poder, y desde los centros de investigación que le son funcionales, como es el caso de CORDES, acaparó los posibles espacios de discusión de la plurinacionalidad y de reforma política del Estado. El movimiento indígena ecuatoriano no pudo articular una propuesta que le arrebate los contenidos axiológicos y normativos a aquella noción de la gobernabilidad, que finalmente habría de servir de principio articulador para la nueva Constitución. Contradictoria y paradójicamente, la incorporación de los Derechos Colectivos en la Constitución, con toda la importancia que tienen, constituyen una evidencia de que el movimiento indígena no supo abrir un espacio de discusión alrededor de la idea de la plurinacionalidad, y que tuvo que transigir su proyecto más estratégico y vital por el reconocimiento de los Derechos Colectivos. Es esa tarea inconclusa la que hace que el movimiento indígena apueste a partir de esa coyuntura, más por la vía de la movilización y el bloqueo, que por la vía de los cambios institucionales y procedimentales de la democracia. El periodo que sigue (1998-2001), será precisamente un periodo caracterizado por una alta fragilidad institucional y por un permanente bloqueo y movilización de los movimientos sociales (levantamientos de 1999, destitución de Mahuad en 2001, levantamiento de enero-febrero de 2001, constitución de las Mesas de Diálogo, 2001) . En esa coyuntura, el movimiento indígena logra avances importantes frente a la estrategia neoliberal de privatización. Pero son tareas coyunturales que se pierden si no existe de antemano un horizonte político y estratégico previamente construido. Y es ese horizonte de posibilidades políticas el que está pendiente en la agenda del movimiento indígena. En efecto, el movimiento indígena aún no le ha explicado a la sociedad los alcances que tendría una reforma política del Estado bajo condiciones de plurinacionalidad, así como no ha explicado cómo cambiaría a nivel más fundamental la democracia cuando se discuta y apruebe la plurinacionalidad del Estado. En esta coyuntura pueden apreciarse algunos fenómenos bastante interesantes de la forma por la cual el movimiento indígena construye su historia actual. Durante el levantamiento de enero-febrero de 2001, vimos a una dirigencia que trataba sobre la marcha de alcanzar a sus bases. En efecto, fueron las bases las que finalmente presionaron y provocaron el levantamiento indígena. La dirigencia del movimiento indígena, que vivía aún las consecuencias políticas del 21 de enero, además de un profundo desgaste interno por la manera poco democrática y más bien jerárquica y verticalista de conducción, fue rebasada por las organizaciones de base. La dinámica de movilización social, bloqueo de carreteras, desabastecimiento de los centros urbanos, y marchas hacia la capital, se agravó con la feroz represión del régimen. De esa coyuntura van a nacer las "Mesas de Diálogo" entre el gobierno y los indígenas. Un proceso que llama a engaño, porque hace aparecer la fuerza política de los indígenas como suficiente para enfrentar al poder. Pero que también marca un hecho sin precedentes en la historia política del movimiento indígena, aquel de la unidad estratégica (no orgánica) del movimiento indígena. Son las principales organizaciones indígenas, encabezadas por la CONAIE, las que entran al diálogo con el gobierno, en una lógica de "poder a poder". Pero esta lógica se va a revelar contraproducente. El momento en el que los indios se visualizan a sí mismos como el actor social y político más importante de la sociedad, visualización que corresponde a una imagen especular hecha desde el poder, se sienten con la suficiente fuerza y representatividad para excluir de este proceso a toda la sociedad. Sin saberlo, desde el primer día que se constituyen las Mesas de Diálogo, gracias a su aparente fuerza, los indios entran derrotados a este proceso. La ausencia de la sociedad de este diálogo da cuenta de la forma por la cual se articuló el proceso. Un diálogo silente, que en realidad repetía los formatos y los discursos del poder. Los indios se vieron entrampados así en una dialéctica perversa. A medida que se fortalecía su poder de negociación frente al gobierno se debilitaba su presencia en la sociedad. Las "mesas de diálogo" entraron en un callejón sin salida que a la postre terminaría por debilitarlas y por agotarlas como instancias democráticas de negociación y procesamiento de conflictos. Es en esa coyuntura de entrampamiento frente al gobierno y la sociedad, que el movimiento indígena entra en dos procesos definitorios. El primero es el Congreso Nacional del Movimiento Pachakutik; y el otro es la renovación de los cuadros dirigenciales de la CONAIE. Estos eventos posibilitaron transparentar una serie de conflictos e indefiniciones internas del movimiento indígena y de su proyecto político. En este tiempo histórico, el principal conflicto fue (y es) sin duda la ambigüedad que existe en la relación entre la CONAIE y el Movimiento Pachakutik. No se trata solamente de un impasse entre dos espacios políticos por cuestiones de estrategia o por disputas internas de poder. En realidad el problema es más complejo y hace referencia a la relación entre el movimiento social (la CONAIE), con el movimiento político (Pachakutik) y los espacios ganados dentro del sistema de representación política (poderes locales y representación parlamentaria). En definitiva, está en discusión el rol y la pertinencia del movimiento social cuando se convierte en movimiento político. La concepción de la CONAIE como movimiento social, es que el movimiento político debe estar adscrito e incluso subordinado al movimiento social. El problema de esta concepción es su deriva corporativa. En efecto, el momento en el que un militante de la CONAIE, gana una alcaldía bajo la cobertura del Movimiento Pachakutik, su acción se debe al espacio local que por definición es multicultural y diverso. El militante de la CONAIE debe realizar una gestión pública desde esa alcaldía de manera tal que represente a todos, indios y no indios. Si ese militante se subordina a cualquier tipo de presiones por parte de la CONAIE, su acción política corre el riesgo de caer en prácticas corporativas. Ahora bien, a partir del entrampamiento de las mesas de diálogo con el gobierno, y de la pérdida de legitimidad social, el movimiento indígena opta por replegarse sobre sí mismo y en ese repliegue vislumbra de manera diferente los espacios e instituciones que ha ganado y que una manera u otra están bajo la órbita de sus intereses. Así, el congreso del Movimiento Pachakutik, evidenció ese debate y ese conflicto. La CONAIE intentó mantener el control del movimiento político Pachakutik, cuya conducción estratégica y política prácticamente había pasado desapercibida en los eventos del 21 de enero del 2000, así como durante el toda la coyuntura 1998-2001. De hecho, para la dirigencia de la CONAIE, que, es necesario recordarlo, había sido fuertemente cuestionada desde las bases, por su gestión de tipo más bien personalista y antidemocrática, era muy importante llegar al control del movimiento Pachakutik a fin de mantener el efecto político creado por los eventos del 21 de enero, alrededor de los líderes y dirigentes que participaron en esos eventos de manera más directa. Pero el movimiento Pachakutik era la suma de muchas representaciones que no necesariamente hablaban en clave étnica. De hecho, a su interior hay una miríada de pequeños grupos que provienen de los sectores más disímiles de la sociedad y de los remanentes de la izquierda ecuatoriana. Sus lecturas no están precisamente articuladas desde una clave cultural indigenista, y si bien adscriben al movimiento Pachakutik, es por la posibilidad que brinda este movimiento de abrir espacios para la discusión de una reforma política del Estado, y para el posicionamiento de nuevos discursos de transformación social desde la unidad en la diversidad. Cuando la CONAIE intenta controlar este espacio es natural el conflicto y el choque de posiciones. En ese enfrentamiento se debilitan ambos espacios y se cierran a sí mismos la posibilidad de constituirse en espacios referenciales sea desde lo social o lo político, para toda la sociedad. Emergen disputas y bandos con posiciones aparentemente irreconciliables y que saldarán sus cuentas en el congreso de renovación de la dirigencia de la CONAIE, realizado casi inmediatamente. Así, la coyuntura muestra un doble debilitamiento del movimiento indígena a nivel político. Por una parte, el proceso de las mesas de diálogo desgastó y erosionó la legitimidad social de los indios, y, por otra, la incomprensión de los roles del movimiento social y el movimiento político, generan una fragilidad política de los indios como proyecto político nacional y alternativo. El hecho de que no se hayan delimitado con precisión estos espacios y las agendas y estrategias de cada uno de ellos, hacen que el movimiento social (CONAIE) y el movimiento político (Pachakutik), entren en un proceso de bloqueo mutuo, de deslegitimación y de juegos y disputas internas por el poder. De esta manera, las posibilidades electorales del movimiento político (Pachakutik), se revelan escasas en un año de elecciones. Ahora bien, un movimiento tan politizado como el movimiento indígena ecuatoriano, y que ha logrado importantes avances dentro del sistema de representación política de Estado, no va a consolidarse como proyecto contrahegemónico cuando su votación y su representación política sea más bien marginal. Si los indios hablan en nombre de la sociedad, entonces la votación de esa sociedad hacia los indios debe corresponder a la importancia política del movimiento indígena. Tal es el razonamiento hecho desde el poder. Si los indios tienen una votación marginal es porque ellos mismos representan a un sector más bien pequeño del conjunto de la sociedad. Será una argumentación como la anterior la que servirá para deslegitimar al movimiento indígena y su resistencia al neoliberalismo. Es por ello que la actual situación de bloqueo mutuo se revela como paradójica e incongruente con sus expectativas políticas. Lamentablemente, este bloqueo interno será la tónica del siguiente congreso nacional del movimiento Pachakutik a efectuarse a inicios del 2002. Tal como están estructuradas las posiciones, es posible que el bloqueo llegue incluso a fracturar la unidad del movimiento político. © Los artículos del presente Boletín ICCI, pueden reproducirse citando la fuente |