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Año 3, No. 26, mayo del 2001 Editorial La coordinadora de movimientos sociales y el movimiento indígena ecuatorianoA mediados del mes de febrero del año en curso, se llevó a efecto el Congreso Constitutivo de la Coordinadora de Movimientos Sociales del Ecuador. Es un evento que se inscribe dentro de la conformación de nuevos actores y nuevos discursos en el escenario político ecuatoriano. Este Congreso Constitutivo de un sujeto político tan importante se da en una coyuntura especial en referencia a los indios, aquella por la cual el movimiento indígena ecuatoriano, durante el levantamiento de febrero del 2001, conforma por vez primera un frente político unitario bajo los parámetros de una sola conducción étnica y subordinando su política de alianzas a criterios exclusivamente etnicistas. Esto hace que, por una parte, el movimiento indígena aparezca como el actor social más importante de la coyuntura actual, pero, al mismo tiempo, circunscribe sus posibilidades de representación social a lo exclusivamente étnico y con ello limita seriamente su horizonte de posibilidades y expectativas a futuro. En efecto, los indios, en el levantamiento de febrero de este año, se presentaron, por vez primera, unidos en la vocería, en la coordinación, en la estrategia, en la conducción, y en la negociación de este levantamiento. Aparecieron en un solo frente la Conaie, la Fenocin, la Feine, la Fenacle, la Confeunassc. Todas ellas organizaciones nacionales que, a excepción de la organización campesina de la Confeunassc, siempre habían estado en disputa con la Conaie. Al aparecer unidas en un solo frente negociaron directamente con el gobierno y crearon el espacio de las "Mesas de Diálogo" entre el régimen y el movimiento indígena. Empero de ello había en ese espacio un gran ausente, los actores sociales que no están organizados bajo los parámetros de la etnicidad y que mal o bien representan a la diversidad y complejidad de la sociedad ecuatoriana. Ello plantea una paradoja y una contradicción. Es una paradoja porque los indios asumieron la representación de toda la sociedad cuando presentaron su plataforma de lucha, y cuando dijeron que su negociación no era solo para ellos. Efectivamente, "nada solo para los indios" fue su consigna central durante estos acontecimientos, consigna que les permitió una gran legitimidad social y una enorme credibilidad que sirvió de base para acorralar políticamente al gobierno, y transformar el levantamiento de febrero del 2001 en una importante victoria política. Pero es una contradicción porque el al mismo tiempo que asumían una representación ad hoc de la sociedad, excluían de hecho de la negociación, de la conducción y de la elaboración de estrategias a otros actores sociales no indígenas y no organizados bajo lo étnico. Así, la victoria conseguida en las jornadas de febrero, se transformaría a la larga en una derrota por la crisis de legitimidad y representación. De esta manera, los indios apelaban a una concepción de la democracia bastante sui géneris, en virtud de la cual solo aquellos componentes étnicos permitirían la suficiente legitimidad para asumir el rol de representación social. Pero representa también un acontecimiento indicativo de la fortaleza y de la debilidad del movimiento indígena ecuatoriano en la hora actual. El hecho de haber negociado desde una sola posición, aquella de lo étnico, con el gobierno, y haber decidido la conformación de las Mesas de Diálogo, deja fuera del proceso a un actor fundamental: la sociedad, y de una manera u otra, los actores que representaban a esa sociedad estaban integrados al interior de la recientemente constituida Coordinadora de Movimientos Sociales. Así, los indígenas entran en las Mesas de Diálogo desarmados, sin establecer puentes con el conjunto de la sociedad, sin haber generado aquella prácticas atávicas de sus comunidades, como son las prácticas del diálogo, la participación y el consenso. Entran en un diálogo silente que restringe su real capacidad política y que los metaboliza dentro de una lógica y práctica del poder, de tal manera que anula su capacidad política de movilización. Este proceso es un contrapunto a la dinámica con la cual el movimiento indígena emergió en la década de los noventa como actor político. Durante el levantamiento de junio de 1990, el movimiento indígena planteó una plataforma unitaria y convocó a otros sectores sociales. En aquel entonces, eran los sindicatos los actores políticos más importantes. Sin embargo, los sindicatos eran rehenes de una concepción que los presentaba como vanguardia del cambio social, y subsumían bajo su lógica a todo movimiento o actor social. La caída del muro de Berlín y el derrumbe de los denominados "socialismos reales", incidieron en la derrota estratégica a los sindicatos y a la clase obrera ecuatoriana. Es en esa conjunción de tiempos históricos que emerge el movimiento indígena desde una epistemología política novedosa, aquella de la cultura y de la identidad étnica como factores estratégicos de organización, de movilización y de cambio social. Los sindicatos, no pudieron entender esa nueva propuesta epistemológica, y no posibilitaron la construcción de una unidad más coherente entre ellos y los indios. De hecho, los sindicatos agrupados en el Frente Unitario de Trabajadores, hicieron mutis por el foro en los eventos de junio de 1990. Su atención estaba centrada más en las elecciones de aquel año que en el diálogo en igualdad de condiciones con un actor social emergente como eran los indios. De ahí que los indios cuando busquen establecer una política de alianzas que otorgue mayor legitimidad a su propuesta busquen otros actores por fuera de los sindicatos y encuentren a varios de ellos en búsqueda también de un espacio común de representación y gestión política, como los movimientos juveniles, los movimientos de mujeres, grupos de ecologistas, grupos de pobladores de las grandes ciudades, campesinos no indígenas, etc., y a partir de ese encuentro confluyan varias voluntades comunes y un solo horizonte de expectativas para el cambio social. Es en esa coyuntura cuando en 1995, estos nuevos actores sociales, incluida la misma Conaie, conforman la Coordinadora de Movimientos Sociales del Ecuador., y es justamente a partir de esta suma de organizaciones de un tipo muy particular y de difícil clasificación, que emerge la propuesta de creación del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País, para hacer frente a las elecciones de 1996. Este frente político, creado para actuar en los espacios institucionales del sistema de representación política, desde las nociones de la plurinacionalidad, la interculturalidad y la democracia participativa, tiene en los movimientos sociales no étnicos, una de sus bases fundamentales y una de sus fuerzas políticas. Desde la creación de este movimiento político, la Conaie y la Coordinadora de Movimientos Sociales, actuaron de manera conjunta y coordinada durante todos los episodios políticos que van desde 1996 hasta septiembre del 2000. Sin embargo, en la coyuntura de febrero del 2001, los indios deciden hacer tabula rasa de la Coordinadora de movimientos sociales, y emprenden un proceso político cuyo eje está dado en las Mesas de Diálogo con el gobierno. Habría de preguntarse el porqué de esa decisión que deja al movimiento indígena sin una base de representación más amplia. Quizá una respuesta sea que esta exclusión de la Coordinadora de Movimientos Sociales, haya sido el precio que la Conaie tuvo que pagar por mantener la unidad de las diferentes organizaciones indígenas nacionales. Es por ello que el Congreso Constitutivo de la Coordinadora de Movimientos Sociales, se constituye como un acontecimiento político de fundamental importancia, en la actual coyuntura porque le permite caminar con sus propios pies y plantear una política de alianzas con el movimiento indígena desde una posición de autonomía política, fortaleza organizativa propia y estrategias inherentes a sus posibildades de acción y comprensión. Ello nos plantea una coyuntura en la cual la unidad organizativa de los indios significó un retroceso político en su capacidad de convertirse en un actor de representación social, y la emergencia de los movimientos sociales bajo un esquema de autonomía que implica una ruptura con respecto a la dinámica instaurada desde mediados de la década pasada. ¿Qué implicaciones tiene esta ruptura política en la definición de escenarios al mediano plazo? ¿Cómo van a armonizar sus estrategias el movimiento indígena y la Coordinadora de Movimientos Sociales en el futuro mediato? ¿Qué consecuencias tiene este proceso para la acción electoral del frente político Pachakutik con miras a las próximas elecciones? ¿Cómo han procesado los indios interiormente la conformación y estructuración orgánica de la Coordinadora de Movimientos Sociales, como espacio que nace con su propia legitimidad y con su propio discurso? Son interrogantes que se irán resolviendo al futuro. Tal como se presenta la situación, los indios ecuatorianos están más fuertes que nunca pero al mismo tiempo son más vulnerables y más débiles. Las Mesas de Diálogo, que ameritan por lo demás una lectura crítica desde el mismo movimiento indígena, están debilitando la capacidad de acción política de los indios dado su proyecto estratégico al largo plazo. Tales son las apuestas estratégicas que el tiempo político irá resolviendo para el movimiento indígena ecuatoriano y para la sociedad en su conjunto. © Los artículos del presente Boletín ICCI, pueden reproducirse citando la fuente |