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Boletín ICCI-ARY Rimay, Año 6, No. 71, Febrero del 2004
USA: del multilateralismo al bilateralismo.
Las estrategias de las corporaciones.
Pablo Dávalos1
Para comprender la dinámica de los Tratados de Libre Comercio
entre Estados Unidos y algunos países y regiones de América
latina (bilateralismo), entre ellos el Ecuador, es necesario analizar
los alcances que tuvieron dos estrategias anteriores en las cuales se
propugnaban la aceptación de nuevas reglas de juego al comercio
mundial bajo los parámetros de la liberalización absoluta,
las privatizaciones, la desregulación, y la protección
a la inversión, la una en el ámbito internacional: la OMC,
y a nivel regional: el ALCA, la otra, ambas signadas bajo la noción
del multilateralismo.
Ambas estrategias, en realidad, se corresponden más al mundo
de la política que al mundo de la economía y se inscribían
en un contexto en el que el gobierno americano había optado por
el unilateralismo diplomático-militar (como fue por ejemplo su
decisión de atacar e invadir a Irak sin el consentimiento de las
Naciones Unidas), y por la generación de un ambiente de incertidumbre
económica en el ámbito mundial por los excesivos déficits
fiscal y comercial norteamericanos.
Una primera aproximación da cuenta de que Estados Unidos ha priorizado
su agenda militarista en el mundo a través de su discurso de la
lucha en contra del terrorismo. En adelante, todo lo que harán
los Estados Unidos en materia de relaciones internacionales tendrá que
ser puestos en esa clave, incluidos los acuerdos comerciales. La lucha
en contra del terrorismo le permite a Estados Unidos rediseñar
el mapa político mundial en función de sus propios requerimientos
y con los tiempos de su propia agenda. Despliega bases militares, ejércitos,
portaviones, y toda su logística y parafernalia militar, no tanto
en función de lo que serían reductos terroristas sino más
bien en función de recursos estratégicos: petróleo,
agua, biodiversidad, metales raros, etc.
El mapa de las bases militares que Estados Unidos ha desplegado y que
intenta además crear por todo el mundo, es coherente con aquellos
mapas de los nuevos recursos naturales de carácter estratégico
y a nivel mundial. El discurso del terrorismo, en realidad, vendría
a ser la cobertura política a una nueva estrategia de expansión
y de consolidación de una hegemonía de carácter
bélico-económica. Quizá ello pueda ser explicado
porque el lobby de la guerra está profundamente relacionado con
la administración Bush.
Por ello, la agenda del bilateralismo norteamericano tiene que ser puesta
en la perspectiva de geopolítica de una voluntad imperialista
en el más clásico de los sentidos de este término.
Pero ese bilateralismo nos está demostrando, de una parte, el
empeño de Estados Unidos por consolidar su hegemonía y,
al mismo tiempo, el fracaso de una estrategia anterior y que fue aquella
del multilateralismo.
Estados Unidos, durante la administración Clinton, parecía
que iba a jugarse, como pocas veces en su historia, por construir una
plataforma de intereses multilaterales con América latina, a partir
de acuerdos de liberalización comercial. A mediados de la década
de los noventa del siglo pasado, se crea el Acuerdo de Libre Comercio
para las Américas, ALCA. Su construcción institucional
relativiza el peso real de Estados Unidos. En efecto, el ALCA tiene una
arquitectura que se parece a aquella de la OMC: un país, un voto.
Es decir, se construye sobre las decisiones de países que supuestamente
son soberanos al momento de elegir sus políticas. Estados Unidos
se convierte en un estado entre otros, pero con una voluntad de imposición
que se ve constreñida por la misma arquitectura del acuerdo. Tiene
que armonizar posiciones sobre todo con el único país de
América Latina que al parecer tiene un proyecto propio y un peso
específico: Brasil. De hecho, es la posición brasileña
la que es gravitante para que los acuerdos y las agendas que se discutían
en el ALCA se amplíen a campos en los que el gobierno americano
quería más bien pasarlos por debajo de la mesa: el enorme
subsidio americano a su producción agroindustrial, las grandes
disparidades en la brecha tecnológica que querían ser cubiertas
en beneficio de las corporaciones americanas a través de la protección
a la propiedad intelectual, las compras gubernamentales y el tratamiento
a la inversión extranjera.
Algunos de estos temas fueron el impasse que impidió, asimismo,
llegar a un consenso en la Ronda de Cancún de la OMC, y que fueron
conocidos como los “temas de Singapur”. Con el fracaso del
ALCA, Estados Unidos retoma aquellas posiciones que le son más
cómodas y desde las cuales puede definir las reglas de juego:
el bilateralismo.
Con el bilateralismo impone condiciones políticas a estados más
bien débiles y desesperados por acceder a los mercados americanos,
retoma sus posiciones hegemónicas marcando los tiempos, las agendas,
las prioridades y los temas que ellos consideran de interés y
pueden consolidar una base de apoyo político a su estrategia de
lucha en contra del terrorismo. Y su estrategia empieza con los más
pequeños y vulnerables: los países de Centroamérica,
que además tienen fuertes vinculaciones con Estados Unidos a través
de la constante migración de fuerza de trabajo y una estructura
de comercio exterior fuertemente vinculada a Estados Unidos. Luego, los
países del Area Andina, un área muy sensible por la presencia
de fuertes movimientos sociales, sobre todo indígenas, un gobierno
impredecible como aquel de Hugo Chávez en Venezuela, y una guerra
civil de larga data en Colombia y en la cual una buena porción
del país está en manos de la guerrilla izquierdista de
las FARC y el ELN.
Uno de los efectos más inmediatos del bilateralismo es la distorsión
de los procesos de integración regional y subregional, que en
el caso concreto de Sudamérica apuntan directamente a Brasil y
al MERCOSUR. Los países andinos podrían ganar más
a nivel comercial en un acuerdo con el MERCOSUR que en un Tratado de
Libre Comercio con Estados Unidos, pero la estructura del comercio exterior
de estos países se ha ido construyendo de tal manera que su dependencia
del mercado norteamericano es importante al extremo de convertirse en
aquello que en la década de los setenta la CEPAL denominaba como
la “dependencia”.
Otro efecto del bilateralismo es acotar los espacios de expansión
que tendrían otros bloques económicos, como por ejemplo
la Unión Europea, Japón, China y el sudeste asiático.
Estados Unidos estaría demarcando “su” territorio
a través de políticas comerciales definidas frente a otros
posibles competidores, en un contexto en el cual en el ámbito
internacional tienden al aislamiento político y la competencia.
Pero aparte de estas dos dimensiones, hay otro proceso de fundamental
importancia y que es subyacente a los tratados de libre comercio y tiene
que ver con el rediseño de la noción de soberanía
y al rol que juegan las corporaciones multinacionales.
En efecto, en Estados Unidos, las corporaciones tienen una vinculación
directa con las decisiones que asume el gobierno tanto en materia de
política interna cuanto en política mundial. Es conocida,
por ejemplo, la vinculación de la corporación Halliburton
con el Vicepresidente Dick Cheney, y el rol que esta corporación
está jugando en la guerra de Irak. Es también conocido
el lobby que hacen las corporaciones a la administración norteamericana
y en periodos electorales a los candidatos republicanos o demócratas
en función de sus propias agendas (el lobby de la electrónica,
el lobby del petróleo, el lobby de la industria de la guerra,
etc.).
De esta manera, existiría una simbiosis real entre el aparato
político del Estado americano y el entramado corporativo: lo que
es bueno para las corporaciones es bueno para el gobierno americano (y
el discurso ideológico de la globalización lo extenderá a
la democracia). Es, en realidad, el funcionamiento de un proceso político-económico
de lo que hace algunos años denominábamos como “capitalismo
monopolista de Estado”, y que se corresponde a aquella definición
del ex Presidente americano Eisenhower: del complejo industrial-militar
norteamericano, pero ahora inserto dentro de dinámicas de especulación
financiera y de lucha en contra del terrorismo a nivel global.
Pero en el contexto de una acendrada competencia en la que las corporaciones
europeas y asiáticas disputan los espacios de acción, decisión
y provisión de materias primas y mercados, a las corporaciones
americanas, y cuando se forman espacios regionales importantes como la
Unión Europea, es necesario redefinir el rol político y
económico de las corporaciones.
De ahí que Estados Unidos haya propuesto cambios importantes
con respecto al rol político que deberían asumir en tiempos
de globalización las corporaciones transnacionales. Esto se vio,
por ejemplo, cuando a instancias de Estados Unidos, la OCDE comenzó a
trabajar en 1995 el texto para un Acuerdo Multilateral para las Inversiones,
casi al mismo tiempo que Estados Unidos proponía la creación
del ALCA.
Aquello que diferencia el Acuerdo Multilateral de Inversiones, AMI,
de otros instrumentos parecidos, es el tratamiento que se da a la inversión
y al inversionista extranjero (capítulos III y IV del proyecto
de documento del AMI). Por vez primera, tanto el inversionista cuanto
su inversión tienen en el AMI un tratamiento de igualdad política
frente a los Estados-Nación. Las cláusulas de indemnización
por lucro cesante, por expropiaciones, o porque de acuerdo al inversionista
(la corporación), el Estado no garantizó la rentabilidad
esperada, hacen del AMI un instrumento que otorga por vez primera un
status de cuasi soberanía política a las inversiones (es
decir, las corporaciones) y a los inversionistas.
El AMI nunca se llegó a firmar por la oposición y fuerte
movilización de las organizaciones sociales europeas, canadienses
y americanas. Sin embargo, su espíritu se trasladó en cuerpo
completo al ALCA. Allí también se recoge esa intencionalidad
de proteger a la inversión y al inversionista frente a los Estados-nacionales,
una protección que tiene que rebasar el ámbito del litigio
y desacuerdo comercial para convertir a la corporación transnacional
en un verdadero interlocutor político frente a esos Estados-nación.
El ALCA no es solamente un tratado de libre comercio, en realidad es
una estrategia de carácter geopolítico que buscaba sustentar
a la corporación transnacional como el nuevo sujeto de las políticas
de desarrollo regional, y, por tanto, como interlocutores validados políticamente
a través de acuerdos internacionales. Si esta hipótesis
es plausible, entonces, los países que suscriben este tipo de
acuerdos de libre comercio, se ven obligados a reformar la arquitectura
de su normatividad interna, esto es, todas sus leyes e incluso su Constitución,
en armonización con estos tratados de libre comercio.
Estos acuerdos son claves porque implican que en la legislación
vigente de cualquier país se tienen que realizar los cambios de
rigor para que se armonicen con los tratados internacionales, en otras
palabras, la legislación nacional se subordina a los contenidos
establecidos en el tratado internacional de libre comercio. Así,
estos tratados tendrían fuerza vinculante, acción prevalente
(en el sentido de que se superpondrían a la legislación
nacional), y acotarían el margen de acción de cualquier
Estado.
Con este nuevo marco jurídico, la corporación tiene, ahora,
un contexto para reclamos, imposiciones y negociaciones, más favorable,
y al mismo tiempo tiene un espacio de negociación política
en el cual puede inscribir sus condiciones, ampliar sus ventajas y acotar
sus obligaciones. Luego de suscrito un acuerdo de libre comercio, los
gobiernos en realidad se convertirían en “administradores
de los acuerdos de libre comercio”.
Por ello, el fracaso del ALCA implicaba también el fracaso del
proyecto norteamericano de otorgar ese estatus político de soberanía
a las corporaciones bajo la figura de protección a las inversiones
y a los inversionistas. Ahora bien, el bilateralismo, como estrategia
política que le toma el relevo al multilateralismo del ALCA, le
permite al gobierno americano poder impulsar ese estatus a la corporación
como nueva figura de derecho político y nuevo sujeto del desarrollo
económico, y por tanto con posibilidades de disputar el status
de soberanía con los Estados-nación de la región.
En efecto, los tratados de libre comercio, planteados desde el bilateralismo
norteamericano, más allá de las consideraciones de tipo
comercial, las estructuras arancelarias, los tiempos de desgravamiento
arancelario, las tarifas, cuotas, y otros mecanismos pararancelarios,
en realidad supeditan las legislaciones nacionales a un nuevo corpus
jurídico en el que es la corporación transnacional quien
tiene las posibilidades reales de definir los términos, las características
y las modalidades de la nueva contratación social.
Son espacios por definición políticos, y son políticos
en el más amplio sentido del término, porque lo que en
realidad está en juego es la noción de soberanía
de los Estados, al menos tal como se las estructuró en el discurso
de la modernidad y desde la paz de Westfalia de 1648.Es como si estuviésemos
atravesando el umbral histórico de redefinición del contrato
social con el que se inaugura la modernidad, en el que la corporación
se erige como nuevo figura jurídica-política. En esta nueva
contractualidad, los términos básicos entre el Estado moderno
y el individuo se ven transformados entre el individuo y la Corporación.
El Estado se convierte en cobertura jurídica de protección
y seguridad a la inversión. No representa aquella noción
de contrato social entre individuos libres, soberanos y racionales, sino
la garantía de funcionamiento del mercado como nuevo locus político
de regulación social.
En realidad, los Tratados de Libre Comercio, no son acuerdos económicos,
y ni siquiera comerciales, son instrumentos políticos que nacen
desde las necesidades de asegurar la hegemonía mundial de los
Estados Unidos. De hecho, redefinen los contenidos mismos de la democracia,
la ciudadanía, y la soberanía. Crean una nueva reterritorialización
de los Estados a través de los mecanismos del arbitraje, y a esa
nueva reterritorialización le adscriben criterios de soberanía
política: las resoluciones de los tribunales internacionales de
arbitraje, son inapelables, vinculantes y obligatorios.
Una nueva juridicidad, esta vez sustentada desde la lógica de
las Corporaciones, emerge, se consolida y se convierte en el eje de la
globalización liberal. Cuando un país firma un Tratado
de Libre Comercio, no está solamente firmando nuevas cláusulas
para la entrada y el libre intercambio de bienes y servicios, en realidad,
está entrando en una lógica de cambios profundos de su
ordenamiento interno que vulneran de manera profunda toda su institucionalidad,
toda su economía, toda su política.
Notas 1. Profesor de Posgrado de la Universidad Católica del
Ecuador
Coordinador de Attac-Ecuador
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