COALICIONES INTERÉTNICAS EN LOS AÑOS TREINTA:
MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN CAYAMBE
Marc Becker
Revista Yachaikuna, No. 2, diciembre del 2001
Publicación Semestral, Instituto Científico de Culturas Indígenas, ICCI
http://icci.nativeweb.org
El 31 de marzo de 1932, Julio Miguel Páez, un hacendado blanco, quien
era el arrendatario de la hacienda de Moyurco en el cantón de Cayambe, informó
al Ministerio de Gobierno en Quito que
cuatro días antes Antonio Lechón, un obrero indígena quien había dejado la
hacienda hace más de un año, había regresado
e intentado exigir un pedazo de tierra como su huasipungo personal. Los empleados de Páez en la hacienda se
negaron a permitir a Lechón trabajar, y
como resultado "los demás peones han abandonado el trabajo y se han
insurreccionado". Páez le pidió al gobierno que enviara un escuadrón
militar para suprimir el levantamiento indígena y reestablecer el orden en la hacienda (Egas 1932a:107). El
gobierno respondió a esta demanda, y rápidamente envió las tropas que
suprimieron la huelga. El gobierno
acusó a cuatro peones indígenas (Marcelo Tarabata, Carlos Churuchumbi, Antonio
Lechón y José Quishpe) de ser líderes del levantamiento y decidió expelerles de
la hacienda. Los sirvientes en la
hacienda, junto con los soldados, acorralaron los animales de los cuatro Cayambis y los pusieron en un corral,
entraron en sus casas y confiscaron
todo lo que estaba allí (granos, ropa, y los pocos utensilios que ellos
poseyeron) descargándolos en un montón
en el patio de la hacienda, y echaron el candado a las casas impidiendo que los
indígenas volvieran. Los soldados
llevaron a los cuatro protestadores a la cárcel en Quito.
Como otras haciendas en la zona norte de Cayambe, Moyurco no era una
hacienda privada sino parte de los bienes de la iglesia que el gobierno liberal había nacionalizado en 1908 como
parte de sus reformas anticlericales.
La hacienda perteneció a la Junta de Asistencia Pública que la alquiló a
otros propietarios como Páez y usó los fondos para ejecutar proyectos de
bienestar social como los hospitales y orfandades. Pero nada de la riqueza de la tierra quedó en las manos de la
gente más pobre del Ecuador, los indígenas trabajadores de las haciendas
grandes. Por esta razón, los Cayambis
luchaban por sus derechos.
Esta huelga en Moyurco siguió una más prolongada el año anterior que
empezó en Pesillo e extendió a lo largo de las haciendas en la zona norte de
Cayambe (vea Becker 1998 y Prieto 1980). La élite temió un repita de esos
eventos, y como resultado los hacendados en alianza con el gobierno y ejercito
suprimieron esta huelga muy rápidamente.
Esta huelga en Cayambe era parte de un movimiento más grande en la
década turbulenta de los años treinta cuando obreros agrícolas lucharon contra
el capitalismo agrario que estaba minando sus intereses sociales e
económicos. Los obreros indígenas
mantuvieron que los hacendados grandes eran llevando Ecuador por un camino de
desarrollo del capitalista dependiente que beneficiaría sólo los ricos y
producería el empobrecimiento económico de las masas. Ellos utilizaron nuevas formas de estrategias organizativas que
no eran tradicional en su formación sino salieron de pensamientos muy
adelantados. Como los rebeldes
Zapatistas en Chiapas, México exigieron unos sesenta años después,
"nuestra lucha no está contra el futuro, pero sobre quién forma el futuro
y quién beneficia de él " (NACLA 1998:10). Cada vez más, los indígenas en
Cayambe creyeron que una revolución socialista era la única manera para superar
el subdesarrollo económico y lograr la justicia social.
¿Qué estrategias podrían usar los indígenas cayambis para hacer los
cambios que ellos desearon en su lucha para una sociedad más justa e
igualitaria? Hasta 1978, las
constituciones ecuatorianas utilizaron requisitos de alfabetización para excluir
a los indígenas de los derechos de ciudadanía.
En los años treinta, sólo un tres por ciento de la población eligieron a
oficiales gubernamentales que gobernaron encima del resto de la población. En las áreas rurales como Cayambe, poder
político y económico permanecido
firmemente en las manos de la misma clase hacendado quién explotó a los
indígenas. No había mucho esperanza que
ellos pudieran usar el proceso electoral como una avenida para hacer el
cambio. Otras barreras también lo
hicieron difícil para ellos desafiar la estructura de poder existente. Geográficamente, ellos se aislaron en las
haciendas en el norte de Cayambe, lejos
del poder centralizado en Quito. La
falta de infraestructura (los caminos, el transporte, la comunicación) así como
los fondos para utilizar la infraestructura limitada que existió también lo
hice difícil. Además, como
analfabetizado Quichuahablantes, les faltó el idioma e entrenamiento legal para
apretar sus demandas para cambios políticos
que podrían mejorar su posición social e económico.
Despúes de la huelga en Moyurco, dos interpretaciones diferentes
surgieron de lo que había pasado en la hacienda. Los funcionarios del gobierno y los hacendados vieron la huelga
como una conspiración comunista en que agitadores urbanos habían forzado a los
obreros indígenas a romper el orden establecido en el campo. Ellos creyeron que los indígenas eran
trabajadores duros pero ignorantes y fácilmente susceptibles a influencias
extrañeras negativas. Por otro lado,
los indígenas negaron que ellos hubieran organizado esta huelga de antemano o
que extrañeros la habían planeado.
Aunque los cuatro indígenas expelidos admitieron que ellos habían
participado en la huelga, ellos descontaron la interpretación de la élite que
subversivos externos la habían organizado, y en cambio indicaron que demandas
legitimas y serias eran la causa fundamental.
Era un movimiento masivo espontáneo que respondió directamente a la falta
del propietario de pagar los sueldos legítimamente debido los obreros. En la raíz de esta disputa eran dos nociones
diferentes del papel que los indígenas deben jugar en la sociedad ecuatoriana,
sus relaciones apropiadas con la cultura dominante, y el tipo de economía
política que debe criarse en Ecuador.
J. Rafael Sáenz, el depositario de la hacienda de Moyurco, mantuvo que
este levantamiento era un resultado del apoyo e instigación que los indígenas
recibieron de los líderes socialistas como Ricardo Paredes, Luis F. Chávez, y
Rubén Rodríguez. La participación de
Rodríguez, un izquierdista cayambeño que sirvió en el gobierno municipal,
particularmente molestó a Sáenz, porqué su participación prestó la legitimidad
a los acciones de los indígenas y atrajo a los izquierdistas quiteños como Chávez
y Paredes, los fundadores de la joven Partido Comunista del Ecuador. Sáenz creyó que la intervención de agentes
externos causaron a los indígenas apretar sus demandas malo_encabezadas. Los acciones de los socialistas producían
las imputaciones calumniadoras contra Páez y "una mal comprendida
compasión para los revoltosos". Los cuatro peones estaban intentando
extender la huelga a las haciendas vecinas, y su expulsión era necesaria para
restablecer el orden en la hacienda.
Aunque desalojando a los indígenas significó la pérdida de obreros de la
hacienda, este castigo era necesario para prevenir más huelgas y disturbios
(Sáenz 1932a:741).
Los hacendados primero y rápidamente presentaron su versión de
eventos, pero con la ayuda de simpáticos izquierdistas urbanos, la perspectiva
de los indígenas lentamente surgió.
Lechón, un "indio suelto" de la hacienda, había estado enfermo
durante el último año e incapaz de trabajar.
Cuando su hermano se murió, le obligaron a que volviera para trabajar y
se tomó el huasipungo de su hermano recientemente fallecido. Lechón unció a un par de bueyes para arar la
tierra de su hermano, pero el mayordomo lo detuvo y cortó el cabestro de los
bueyes. Otros peones que observaron lo
que estaba pasando intervinieron y exigieron que el mayordomo le permitan a
Lechón proceder con su labor. Si el
mayordomo no le permitieran a Lechón proceder, los peones amenazaron dejar el
trabajar porque el propietario no les había pagado por tres meses. Como resultado de este conflicto sobre el
pago de salarios, los indígenas se declararon en huelga.
El 22 de abril, los cuatro expulsados y encarcelados indígenas de la
hacienda de Moyurco presentaron una petición al Ministro de Gobierno en
protesta de su expulsión. Augusto Egas,
el director de la Junta de Asistencia Pública, justificó y aceptó la evicción
de los cuatro obreros. Los cuatro
denunciaron el tratamiento cruel y tiránico que ellos habían recibido al
Ministerio de Gobierno quién estaba arriba de Egas. "En esta amarga
situación," ellos solicitaron, "venimos a pedir auxilio a Ud."
(Cruz 1932a:639). Los Cayambis hubieron
nacido y crecido en la hacienda, y ellos habían "trabajado con todo empeño
siempre, y en ella quedan las gotas de sudor de nuestra frente inclinada
siempre al suelo para hacerlo fructificar". Aunque ellos habían trabajado todos sus vidas en la hacienda,
debido al sistemo de huasipungo había sido imposible ahorrar suficiente dinero
para comprar un pedazo de tierra en que podrían construir una casa y sembrar su
propia comida. Páez había desalojado
Lechón de la hacienda porque él era un "pícaro, bandido". Los otros disputaron esta acusación y más
allá mantuvieron que en cualquier caso no fueran bases suficientes para
desalojar a un obrero. El hacendado
respondió que él había desalojado a Lechón porque "le daba la gana",
y él también desalojaría a aquéllos que protestaron contra este acción (Cruz
1932a:639). Los cuatro indígenas
expelidos habían establecido reputaciones como revoltosos. El gobierno había identificado a Tarabata
como un líder de la huelga en Pesillo el año anterior y le había arrestado y
llevado por tren junto con varios otros de Cayambe a Quito para enfrentar las
acusaciónes delante de un juez.
Los Cayambis mantuvieron que no era ninguna ley que permitió Páez, el
arrendatario de Moyurco, a disparar y desalojar a los obreros y por eso él
estaba en violación de la ley. Ellos
imploraron el ministerio para defender las leyes. "Nuestra actual súplica," los cuatro declararon,
"es la de que Ud. se digne disponer que el arrendatario nos deje
tranquilos en los huasipungos, cuyas casas son construídas por nosotros, y de
las cuales no puede despojarnos el señor Páez sólo por su capricho o voluntad
arbitraria." Ellos atrajeron a los
sentimientos humanitarios del ministerio y acabaron con una súplica que el
asista a las necesidades de "unos indígenas ecuatorianos miserables e
indefensos", y pusieron su fe en s contestación favorable a su petición
(Cruz 1932a:639).
Los indígenas mantuvieron que las acusaciones del gobierno en contra
de los cuatro peones quienes habían sido arrestado eran injustos. Churuchumbi, uno de los huelguistas, ni
siquiera trabajó en la tierra dónde la huelga tuvo lugar, pero en la fábrica de
queso de la hacienda. Él había unido a
la huelga porque el propietario no lo había pagado su salario por más de un
año. En violación de la ley de 1918 que
suprimó el concertaje, el propietario confiscó su sueldo para reembolsar la
deuda que su padre había contratado con la hacienda. Churuchumbi no sabía nada de esta deuda, y era cuestionable si
esta deuda realmente había sido contraída.
Aunque estas cuatro personas habían participado en la huelga, los
indígenas mantuvieron que no había ninguna evidencia que ellos habían sido
lideres de la huelga, mucho menos que había existido justificación para
desalojarles de la hacienda. La huelga,
sin embargo, había dado una justificación para otros abusos por parte de los
hacendados. Por ejemplo, Páez, el
arrendatario de Moyurco, amenazó a disparar a Elías Alba, uno de los
huelguistas, cuando el se encontró en el camino a la ciudad de Cayambe dónde
Alba había ido a protestar contra los abusos del hacendado. Los indígenas habían sufrido y perdido
mucho, la petición declaró, y ellos pidieron al Ministerio de Gobierno para
justicia, y para invertir los acciónes arbitrarios e injustos del arrendatario
de la hacienda (Cruz 1932b:657).
Sáenz respondió rápidamente a estas acusaciónes. Aunque Churuchumbi trabajó en la fábrica de
queso, esto no le impidió a ser el autor principal de la huelga que él había
preparado por adelantado en la colaboración con Tarabata y Quishpe. Sáenz exigió que la hacienda no había
confiscado las posesiones de los peones, pero sus esposas habían coleccionado
el ganado, grano, y herramientas y los habían llevado con la ayuda de otros
peones y empleados de la hacienda a un lugar llamado "El Llano" dónde
los soldados los guardaban. En cuanto
al sueldo que los obreros contendieron que se debieron, Sáenz exigió que
después de deducir las deudas de los peones, no quedó nada para ser pagado a
ellos. Sáenz también exigió que Páez no
había atacado a Elias Alba, sino que se hizo víctima por él, y que el había
visto todo eso porque él estaba con Páez en el camino a Cayambe cuando la
casualidad tuvo lugar. En todo, Sáenz
descontó todo las acusaciónes que los obreros habían llevado contra la hacienda
y su administración y habían mantenido que las imputaciones de bienes
confiscados y los animales matados eran mentiras (Sáenz 1932b:742). Egas, representando la posición del
gobierno, negó las acusaciónes de los obreros expelidos y apoyó y reforzó las
declaraciones de Sáenz. Él minimizó la
importancia del problema del fracaso de los propietarios para pagarles sus
sueldos a los peones. Esto era
meramente un resultado de las dificultades económicas que las haciendas estaban
experimentando en el contexto de una depresión económica mundial que significó
una falta de recursos en la hacienda.
Además, Egas se resintió las acusaciónes que la ley sólo sirvió los
intereses de los hacendados que podrían permitirse el lujo de una defensa legal
(Egas 1932b:193).
Este intercambio de cartas y peticiones indica las dificultades que
los obreros indígenas en las haciendas enfrentaron en su lucha para ganar la
justicia social. Dado la situación
racista en el Ecuador en los años treinta, en vez de tomar en cuenta las
intereses de los indígenas analfabetos quien estaban sujetados en una posición
subyugada bajo la ley ecuatoriana sin disfrutaron los privilegios y protecciones
de la ciudadanía, el gobierno más probablemente tomo en cuenta las ideas del
los élites blancos educados que vinieron de la misma clase social y grupo
étnico como los funcionarios del estado.
Bajo estas condiciones, se puso más crítico para que los indígenas buscaran
intermediarios quien podrían prestarles legitimidad y ayuda en presentar sus
demandas al gobierno.
Aunque los indígenas desde hace mucho tiempo habían utilizado los
mecanismos legales de estructuras estatales para presentar sus demandas al
gobierno, en los años treinta en el contexto de la expansión del sistema
capitalista internacional en los confines de una hacienda tradicional, estas
protestas y demandas crecieron rápidamente.
En 1941 el Ministro de Previsión Social y Trabajo quejó sobre la "tendencia
al perenne litigio, que parece propia de nuestra gente de los campos"
(Andrade 1941:103). Raramente hay indicaciones en las peticiones acerca del
papel o identidad de quién las escribió.
Dado la realidad de una fuerza obrera indígena analfabeta, las
peticiones faltaron una voz directa.
Los indígenas contrataron a una escriba estacionado delante del
ministerio gubernamental para poner sus demandas en un formato apropiado y en
el papel legal que el gobierno requirió, pero raramente eran estos escribas
involucrados en el proyecto político de los peticionarios. ¿Representan las peticiones una
transcripción literal de las palabras de los obreros? El idioma materno de los Cayambis era Quichua; ¿aplanaron y
modifican los escribas a las palabras para que serían más presentable a un
público educado y urbano? ¿Surgieron
los propios estereotipos y asunciones de los escribas en estas peticiones? ¿En el mundo andino dónde la identidad es
abrumadoramente local y en una situación política dónde los indígenas no eran
ciudadanos, usarían ellos frases como "infelices ecuatorianos" qué
normalmente surgió en las peticiones?
¿Ellos se verían como infelices, más aun como ecuatorianos, o era sólo
una táctica para ganar la simpatía de oficiales gubernamentales quien articularon
una ideología liberal que teóricamente incluyó a todos a la identidad
ecuatoriana?
Los intelectuales izquierdistas urbanos jugaron un papel importante
durante la huelga el año anterior en Pesillo.
Esto representó un cambio conceptual y estratégico significante en el
desarrollo del movimiento popular de Ecuador.
En los años veinte, los Cayambis habían estado organizando sindicatos
campesinas mientras independientemente los blancos izquierdistas en Quito habían organizado un partido
socialista. A través de los esfuerzos
de individuos como Ricardo Paredes y Jesús Gualavisí, los dos grupos vinieron a
ver sus intereses y preocupaciones comunes.
Cada vez más, cuando ellos se apoyaron en sus luchas, una coalición
interétnica surgió. Semejantemente,
sesenta años después, Subcomandante Marcos describió por qué la lucha de los
Zapatistas Mayas en México no se había convertido en una guerra de castas con
los indígenas contra los ladinos.
"Cuando los compañeros de las comunidades se encuentran con otras
personas, blancas, rojas, negras o amarillas, y se dan cuenta que pueden ser
compañeros o hermanos y no enemigos", declaró Marcos, "sino que
reconoce en él a otra persona con la que puede hablar y a la que puede ayudar,
pues eso tiene un efecto" ("Diálogo con el gobierno" 1998).
Los izquierdistas quiteños dieron fuerza y cohesión crítica a las
organizaciones indígenas nacientes.
Ellos se pusieron en contacto con sindicatos campesinas extendidas a lo
largo de Ecuador. Ellos hicieron que el
público sea consciente de las realidades en las haciendas y ayudaron a los
indígenas a presentar sus demandas al gobierno. Cuando los huelguistas de Cayambe llegaron de pie al Quito en
marzo de 1931 para presentar sus demandas directamente al gobierno, estos
mismos izquierdistas les proporcionaron apoyo logístico. Luego estos izquierdistas urbanos empezaron
a publicar un periódico bilingüe (Español-Quichua) llamado Ñucanchi Allpa
(Nuestra Tierra) dedicado a la defensa de preocupaciones indígenas por todo
Ecuador. Oswaldo Albornoz exigió que
los marxistas ayudaron a presentar una nueva forma de organización a los
indígenas que dieron "mayor fuerza y cohesión a sus combates
reivindicativos, introduciendo la huelga como poderosa arma de batalla, que ya
no será abandonada nunca y que desde un principio demuestra su gran
efectividad" (Albornoz 1987:166). Indiscutiblemente, los izquierdistas
proporcionaron una ayuda crítica en la consolidación del movimiento indígena en
Ecuador.
Visto que previamente los indígenas habían sido obligados a confiar en
extrañeros para presentar sus quejas al gobierno, cada vez más ellos ganaron
sus propios recursos para presentar sus demandas. Utilizando herramientas y habilidades que ellos habían aprendido
de los marxistas urbanos, los indígenas rurales eran cada vez más capaces de
presentar sus propias defensas y crear un Ecuador que respondió a sus intereses
y preocupaciones. En una petición en
junio de 1932, José M. Amaguaña, un obrero indígena de Cayambe, escribió al
Ministro de Gobierno y Previsión Social para prestarle más información y
explicación sobre los eventos en la hacienda de Moyurco. Amaguaña no asume la voz de los obreros
expelidos, pero intenta a explicar la situación desde el punto de vista de un
obrero indígena en la hacienda. El
resultado es un cambio notable en el discurso.
Se han ido las referencias a los obreros como los ecuatorianos
infelices. En su lugar, Amaguaña usa la
palabra "indígena" como una marca étnica, y además la usa como un
término de identificación y orgullo en lugar de algo que debe esconderse o
suprimirse.
La carta del junio de Amaguaña también sirvió otra función. Al contrario de la huelga el año anterior en Pesillo que se encontraba en las
páginas principales de los periódicos quiteñas, hasta este punto estos eventos
en la hacienda de Moyurco habían sido principalmente invisibles y legos de los
ojos del público. Ahora El Comercio, el
periódico diario principal en Quito, notó que representantes de Tarabata, Churuchumbi,
Lechón, y Quishpe habían presentado su caso al Ministerio de Previsión
Social. El artículo simplemente notó
que la hacienda había disparado los cuatro por ser lideres de una huelga en la
hacienda ("Queja presentada" 1932:8). Aunque el artículo no presenta
ningún detalle, análisis, o explicación de estos eventos, lo hizo más difícil
para que el gobierno descontar estos eventos como ocurrencias aisladas e
insignificantes. Los indígenas estaban
insertándoles en debates públicos.
En octubre de 1932, Amaguaña e Ignacio María Alba una vez más escribió
al Ministerio de Gobierno y Previsión Social en nombre de "un grupo de
indígenas, cuyo pecado es el haber luchado, por conseguir mejoras" para
solicitar para alivio y atención a sus preocupaciones. Ellos procedieron a proclamar que "la
carta fundamental de la República garantiza el derecho de asociarse los
trabajadores, en sindicatos". Dado
este derecho, obreros habían organizado los sindicatos "Tierra Libre"
y "El Inca" hace más de dos años.
Ellos creyeron que a través de estas organizaciones ellos pudieran ganar
el respeto y podrían hacer que su voz sea oída. Pero ellos averiguaron "que ninguna garantía podía haber
para nosotros". Como resultado, como
permitió la constitución, ellos lanzaron una huelga pacífica para mejorar los
sueldos y condiciones de trabajo "lo cual, en nuestro concepto humilde,
podía perfectamente ser atendido" (Jijón 1932:422).
Alba y Amaguaña no quedaron lejanos de las luchas de los obreros
agrícolas en las haciendas de Cayambe.
Los dos habían trabajado como "indios sueltos" en la hacienda
de Pesillo y se habían sido despedidos el año antes debido a su activismo
político. Similar a lo que estaba
pasando ahora, los funcionarios del estado habían redondeado sus ganaderas y
cosas personales y fuertemente los habían desalojado de la hacienda junto con
sus familias. Neptalí Ulcuango
(1993:7), un líder indígena posterior en Cayambe, identificó a Alba como uno de
los líderes originales del "Sindicato Agrícola El Inca" que los
obreros indígenas habían formado en la hacienda de Pesillo en los años treinta
para defender sus derechos comunales.
Poco después, activistas en la hacienda vecina de Moyurco fundaron
"Tierra Libre". Los problemas
primarios a que estas organizaciones se dirigieron eran el derecho de la
tierra, acceso a agua y pastura, sueldos, educación, y el fin de abusos. Tarabata, Churuchumbi, y Lechón, así como
Alba y Amaguaña que vinieron a su defensa, eran parte de un grupo de 128
Cayambis que en marzo de 1931 habían caminado por dos días para presentar sus quejas
directamente al gobierno central en Quito.
Egas, el director de la Asistencia Pública, se resintió el envolvimiento
de Amaguaña en estos problemas y exigió que él no era inocente y mantuvo que su
expulsión anterior estaba justificada (Egas 1932b:193). Estos indígenas eran
las espinas incesantes en el cuerpo del gobierno. Egas les acusó de no trabajar en la hacienda y de estar
comprometido en ninguna actividad sino que llevar adelante el levantamiento
indígena. El gobierno continuó buscando
una oportunidad conveniente para quitar a estas personas finalmente y
definitivamente de la hacienda.
Aunque cada vez más los obreros indígenas exigieron la iniciativa en
las demandas urgentes ante el gobierno, ellos todavía apreciaron la ayuda de
sus compañeros urbanos que defendieron sus intereses y sacaron concesiones de
los propietarios. A aquéllos que
mantuvieron que las demandas indígenas eran el resultado de agitadores externos
y un pequeño grupo de personas descontentas, Amaguaña y Alba notaron que si los
indígenas "no se han quejado en estos tiempos, no es porque tengan mejor
trato, no, sino, porque sobre éllos está la amenazada de ser expulsados si se
quejan; diariamente son estropeados".
Las autoridades locales no harían nada para terminar estos abusos o
resolver estos problemas porque ellos estaban "al servicio de los
amos". Finalmente, los autores
notaron que "mucho sufre la raza indígena y ya es hora de hacer algo
efectivo para que se le respete y considere" (Jijón 1932:422). Los indígenas continuaron necesitando que
los actores externos apretar sus demandas ante el gobierno.
El Ministerio de Gobierno y Previsión Social le pidió a Egas una
contestación detallada a los punto que Amaguaña y Alba levantaron en su
carta. Con el apoyo de izquierdistas
urbanos, ya no era posible ignorar las demandas de los indígenas. Egas continuó negando las imputaciones que
el gobierno, el ejército, o los propietarios habían quitado algo de los
indígenas o les habían causado cualquier daño.
Sí, Egas estaba de acuerdo, se habían disparado diez o doce indígenas,
pero ellos salieron de su propia voluntad.
Él exigió que ellos repetidamente habían expresado un deseo de dejar la
hacienda. "Pobre indios",
Egas (1932d:293) escribió, ¿dónde van a encontrar la riqueza que ellos en las
haciendas?
En octubre con la negada de Egas y más de medio año después de la
huelga en la hacienda de Moyurco, estos eventos parecían venir a un fin. Pero fundamentalmente nada había cambiado y
los abusos continuaron como antes. Cada
vez más, estos acciones atrajeron atención extrañera a la condición de los
obreros indígenas en las haciendas en Cayambe.
En junio de 1935, los propietarios en Cayambe informaron al gobierno que
líderes comunistas estaban planeando una huelga masiva por el primero de julio.
Heriberto Maldonado, el arrendatario de los haciendas Pisambilla y
Carrera, denunció estos actos como el trabajo de "cinco conocidos
explotadores que han hecho profesión en estos asuntos, pues, podría decirse que
ni siquiera es una fracción de bando político, sino un grupo audaz que corrompe
al elemento trabajador en todo sentido".
Sus actividades rompieron el orden establecido y amenazaron las vidas de
los propietarios así como los intereses de la hacienda. "Deberían confinarlos o aislarlos en
algún lugar de la República, y el problema quedaría solucionado" (Egas
1935:355; Maldonado 1935:862).
Maldonado nombró a los "cinco conocidos explotadores" como
Rubén Rodríguez, Manuel Cañizares, Max Alvare, Alejandro Torres, y Jesús
Gualavisí. De los cinco, sólo el último
(Gualavisí) era un indígena de Cayambe.
Rodríguez era un líder izquierdista bien conocido y respetado en
Cayambe. Torres también tenía
experiencia política anterior en el cantón.
En enero de 1931, él había viajado de Quito a Cayambe para ayudar a los
Cayambis en organizar un congreso campesino y como resultado el gobierno le
había arrestado por perturbar el orden público y comprometer actos de
violencia. La presencia repetida de
estos líderes izquierdistas indica que aunque las personas como el Alba y
Amaguaña habían adquirido muchas de las habilidades necesarios para apretar
adelante la lucha indígena en Cayambe, los marxistas urbanos continuado
teniendo un papel importante en este proceso.
También indica la dedicación de los izquierdistas a la lucha indígena
que ellos vieron como integral y quizás crítico al éxito de la lucha de la
clases que ellos prendieron emprender en Ecuador.
La dinámica de la construction de una coalicion interétnica en la
hacienda de Moyurco se repitió en las haciendas vecinas. Por ejemplo, el arrendatario de la hacienda
de Tolontag exigió que peones eran "seducidos por 3 o 4 abogados que
tratan de explotarlos, han obtenido que se levanten, abandonando la hacienda y
trasladándose a esta ciudad, sin poder asegurar a Ud. el objecto que hayan
traído". El arrendatario pidió que
el gobierno mande la policía para evitar otros problemas. Como en Moyurco, él había identificado a
tres o cuatro peones como los líderes y había pedido permiso para desalojarles
para evitar más disturbios (Izurieta 1932:629). Egas respondió que "mal
podría oponerme a que Ud. adopte las medidas que juzque oportunas para guardar
la disciplina en la hacienda" (Egas 1932c:252).
Movimientos de protestas indígenas que salieron de las haciendas y el
apoyo de los izquierdistas urbanos que les prestaron amenazaron a la élite que
urgentemente intentó suprimir a estos disturbios. Por eso, la élite estaba en contra de los líderes indígenas
locales así como izquierdistas urbanos simpáticos que apoyaron a sus luchas.
Aunque los izquierdistas urbanos les habían proporcionado a los
indígenas inspiración, estímulo, y consejo en cómo seguir en sus luchas contra
el gobierno, en el fin fueron los indígenas quienes eran responsables para
articular sus demandas y preocupaciones.
Aunque influido profundamente por los marxistas, en el fundo se guió
como lucha indígena. A pesar del
racismo en el Ecuador, nunca se volvió
a una lucha racial. Más bien, era una
lucha popular contra el capitalismo agrario en que se concentró la riqueza del
país en las manos de una élite pequeña.
El legado de esta historia para las luchas populares para la justicia
social en Ecuador es un movimiento indígena qué ni era la creación de indigenistas
paternalistas ni enfocó contra los sectores blancos y mestizos de la
población. Más bien, los activistas
indígenas y los marxistas urbanos pudieron imaginar juntos un orden social más
justo que cada vez más llevó a una revisión de divisiones sociales y étnicas en
el país.
Bibliografía
Nota: Las fuentes archivos son del Archivo Nacional de Medicina del
Museo Nacional de Medicina "Dr. Eduardo Estrella," Fondo Junta
Central de Asistencia Pública en el Quito, Ecuador (citado como JCAP), Libro de
Comunicaciones Dirigidas (citado como CD), y Comunicaciones Recibidas (citado
como CR).
ALBORNOZ PERALTA, Oswaldo. 1987. "Jesús Gualavisí y las luchas indígenas en el
Ecuador." Pp. 155-88 en Los
comunistas en la historia nacional, editado por Domingo Paredes. Guayaquil:
Editorial Claridad, S.A.
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BECKER, Marc. 1998. "Una Revolución Comunista Indígena: Rural Protest
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Diálogo con el gobierno, si asume a plenitud la vía pacífica: Marcos. La Jornada (November 18, 1998)
http://serpiente.dgsca.unam.mx/jornada/1998/nov98/981118/dialogo.html.
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