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Guerra al "terrorismo"Gilbertt Achcar* desde París "Los atentados proporcionaron a la administración Bush, la más reaccionaria en la historia del país, el pretexto ideal, la nueva cobertura ideológica -por fin encontrada- para el expansionismo imperial de Estados Unidos". La segunda mitad del siglo XX puede dividirse en dos partes en lo que toca a la intervención militar directa de Estados Unidos en el mundo: en la primera fase, que va desde el comienzo de la guerra de Corea en 1950 a la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam en 1973, Washington desplegó tropas y desencadenó guerras y operaciones más limitadas en nombre de la cruzada anticomunista. El imperativo de la "contención del totalitarismo" bastaba como cobertura ideológica pa-ra la defensa y extensión armadas del dominio imperial de Estados Unidos. La derrota norteamericana en Vietnam fue en gran medida una derrota ideológica. El ejército norteamericano no fue derrotado por los vietnamitas, y no podía serlo dada la desproporción de las fuerzas en lucha. Tuvo que ser retirado en 1973 debido a la presión de una combinación de factores que hicieron insostenible mantener la agresión estadounidense. Entre ellas el formidable movimiento contra la guerra que se desarrolló en el mundo occidental y, en primer lugar, en los mismos Estados Unidos, que demostró la fuerte erosión de la legitimación anticomunista de las expediciones imperiales norteamericanas. Durante más de quince años, Washington quedó paralizado por el famoso "síndrome vietnamita", tanto que el imperio norte-americano perdió una de sus piezas claves en 1979, en Irán, y se vio humillado en Ni-caragua, mientras su competidor soviético se lanzaba en Afganistán en la primera incursión fuera de su zona de control directo desde 1945. Washington solamente pudo reaccionar de manera indirecta, a través de los contras en Nicaragua y de los rnudjahines en Afganistán. La retórica del "Imperio del Mal" desplegada por Ronald Reagan a partir de 1981, permitió encubrir el colosal gasto militar. El expansionismo soviéti-co fue invocado como justificación para un "rearme" norteamericano que la opinión pública interna podía tolerar como una medida "defensiva". Reagan no estuvo en condiciones de reiniciar el intervencionismo directo. "Legitimaciones ideológicas para el intervencionismo" Después de la operación correspondió al sucesor de Reagan, George Bush padre, la tarea de probar nuevas legitimaciones ideológicas para el intervencionismo. Después de la operación "Causa Justa" en Panamá, 1989, bajo el doble pretexto de la lucha contra la droga y la promoción de la democracia, Bush pudo encabezar la expedición imperial más masiva desde Vietnam: La guerra del Golfo contra Iraq. Ese episodio significó un paso decisivo en la superación del "síndrome vietnamita" y contó con la aprobación de la opinión pública y del Congreso de Estados Unidos no solamente por la importancia de los intereses en juego sino también debido a la cobertura ideológica ofrecida por Na-ciones Unidas, con la complicidad activa de Moscú y la aprobación pasiva de Pekín. Estados Unidos se erigió en campeón de "un nuevo orden mundial" fundado en el derecho internacional y sus instituciones. Sin embargo, la nueva luna de miel entre Washington y Naciones Unidas, que llegaba después de años de separación conflictiva, duró poco: después del Golfo en 1990-1991, Estados Unidos emprendió una serie de intervenciones menores -Somalía desde 1992, Haití en 1994- con aprobación de la organización internacional. La "hoja de parra" era tanto más ilusoria porque el Pentágono se arrogaba el derecho a intervenir bajo su propio mando, con la bandera de las barras y estrellas y sus propios cascos a diferencia de los otros países participantes que lo hacían como contingentes de Naciones Unidas, con cascos azules y bajo la ban-dera azul de la organización. El conflicto de los Balcanes por ocurrir en Europa y estando allí los principales interesados, hizo que Washington eligiera a la OTAN como elemento de recambio para dotar su intervención militar de virtudes "multilaterales". La Alianza Atlántica tenía la virtud de haber sido establecida sobre relaciones de hegemonía, sin ambigüedad, entre la potencia más poderosa y sus quince vasallos, que pasaron a ser 18 en la primera fase de su expansión hacia el Este. Fue la OTAN, entonces, la que dirigió los ataques aéreos contra Bosnia en 1995 y en la guerra de Kosovo en 1999. La doble violación de la Carta de Naciones Unidas y del Tratado del Atlántico impedía -es claro- que se invocara el derecho internacional. Para justificar la intervención militar norteamericana en los Balcanes se imponía una nueva cobertura ideológica, dirigida especialmente a la opinión norteamericana. Fue la "guerra humanitaria". El gobierno de Clinton y sus socios europeos de la "tercera vía", utilizaron abundantemente el argumento apelando a los sentimientos más nobles de sus pueblos. La astucia era perversa y demasiado evidente la debilidad del pretexto humanitario. Recién instalado en la Casa Blanca, George W. Bush que-ría definir una nueva doctrina intervencionista más conforme a los intereses imperialistas y menos vulnerable ideológicamente. Estaba en esa búsqueda cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ese día transformó a un presidente impopular y muy mal elegido en jefe de unos Estados Unidos arrebatados por el fervor patriótico. Pero, sobre todo, al darle credibilidad a la "guerra contra el terrorismo" como objetivo prioritario, los atentados proporcionaron a la administración Bush, la más reaccionaria en la historia del país, el pretexto ideal, la nueva cobertura ideológica -por fin encontrada- para el expansio-nismo imperial de Estados Unidos. La "guerra contra el terrorismo" tiene la gran ventaja de permitir al gobierno norteamericano fijar los blancos discrecionalmente. Es Washington el que coloca unilateralmente la etiqueta, de acuerdo a sus jntereses del momento. Como bien lo ha demostrado el episodio de la definición del "eje del mal", la administración Bush no está dispuesta a compartir esta nueva prerrogativa ni siquiera con sus vasallos más fieles. Y como lo demostró ampliamente la guerra de Afganistán, Estados Unidos no se molesta en compartir las decisiones operacionales con nadie ni siquiera con sus aliados de la OTAN. Con la "guerra contra el terrorismo" casi no existen contradicciones "éticas" posi-bles. Dos ejemplos lo ilustran. El primero, Turquía. Este aliado ha sido elegido por Washington por su interés geoestratégico que lejos de desaparecer después de la caída de la URSS se ha hecho más importante en la medida en que ahora es posible para Estados Unidos el acceso a los hidrocarburos del Cáucaso y del Asia Central. Otro ejemplo: en la óptica de la "guerra humanitaria", los palestinos podían, también, ser comparados con los kosovares. Ahora las formas más visibles de su combate son designadas como "terroristas" y en la categoría de "terrorista" están colocadas varias de sus organizaciones. Y eso a pesar de que la población palestina desde hace más de medio siglo, está sometida al terrorismo de Estado israelí, que viola abiertamente el derecho internacional y las instituciones regidas por ese derecho. "Israelización" de la conducta internacional de Estados Unidos
La "guerra contra el terrorismo" permite a Bush, sin peligro de contradicción o de la obstaculización, sostener a aliados como el dictador paquistaní Musharraf, el déspota uzbeko Karimov, el chovinismo militar tur-co y al criminal de guerra Sharon. De hecho, Estados Unidos imita ahora las prácticas de estos campeones tradicionales de la "guerra contra el terrorismo", en particular las que aplica su protegido israelí. Se ha producido una verdadera "israelización" de la conducta internacional de Estados Unidos que se articula en torno a principios tales como las represalias masivas, golpes "preventivos" y la violación abierta y sistemática de los derechos humanos y la legislación democrática, incluida la suya propia. Digamos, de paso, que el Estado de Israel se ha puesto a la vanguardia con una legislación que autoriza la tortura física en determinadas condiciones, lo que no debería tardar de imitar Estados Unidos. La "guerra contra el terrorismo" ofrece también la justificación de que sirve para legitimar las prácticas represivas en el seno mismo de los Estados imperialistas. En los países occidentales, tanto en América del Norte como en Europa Occidental, la "guerra contra el terrorismo" ha servido de pre-texto para la introducción de medidas atentatorias contra las libertades públicas y los derechos humanos, para las cuales la Patriot Act de Estados Unidos ha servido de modelo. Y no ha sido una coincidencia si estas medidas han sido adoptadas en medio de una escalada represiva contra el movimiento de resistencia a la mundialización neoliberal. Un momento culminante en esta escalada emcabezada por Washington ha sido la creación en Francia de un "Ministerio de la Seguridad", inspirado en la Homeland Securitv de Estados Unidos, un superminis-terio que manejará el conjunto de las fuerzas armadas, la policía y la seguridad que operan en territorio francés. Un paso impor-tante en el reforzamiento del Big Brother militarpolicial. *Tomado del quincenario chileno Punto Final © Los artículos del presente Boletín pueden reproducirse citando la fuente |