|
Movimiento indígena ecuatoriano:
Construcción política y epistémica
Pablo Dávalos
1.- Introducción
La noción de "interculturalidad" ha constituido una base de tipo epistemológico que ha
posibilitado la construcción organizativa y política para el movimiento indígena ecuatoriano.
Sobre la noción de interculturalidad se articularon las primeras formas de organización por fuera
del sindicato de tierras, o la organización campesina. La interculturalidad hacía referencia a
identidades de tipo simbólico que podían servir de base para una propuesta organizativa propia y
diferente de aquellas formas organizativas adscritas a la idea de la producción.
Ahora bien, la noción de interculturalidad como acercamiento y relativización de los ámbitos
culturales dentro de un diálogo civilizacional, ha sido parte de una profunda transformación
teórica, política y práctica para el movimiento indígena ecuatoriano. La formulación inicial hacía
un énfasis en los aspectos más instrumental de la interculturalidad y la adscribía al campo de la
educación (Krainer: 1996), mientras que las conceptualizaciones más recientes hacen de la
interculturalidad un campo de reflexión y debate de los contenidos más esenciales de la
modernidad occidental (Cfr. ICCI: Boletín No. 19, julio 2000).
Sin embargo, es la esfera de la educación en la que más han insistido los pueblos indígenas en su
proceso organizativo. La educación les posibilitaba el acceso a los códigos y referentes de la
cultura dominante. De hecho, en el sistema hacienda, la educación estaba prohibida para los
indios. El patrón de hacienda codificaba los días de trabajo, los jornales, los suplementos, las
ayudas económicas, en los "libros de rayas" y "libros de suplidos", cuya acceso era totalmente
prohibido a los indios. Es natural entonces que las primeras preocupaciones de la dirigencia
indígena sea la educación como estrategia de lucha y de liberación (Guerrero: 1996).
La formulación de la interculturalidad y su acercamiento al campo de la educación parecen estar
signadas por las particularidades del proceso político y organizativo de los pueblos indígenas del
Ecuador. Educarse significaba, de una manera u otra, luchar por la liberación del dominio casi
feudal del sistema hacienda. Una de las figuras más importantes del imaginario actual del
movimiento indígena ecuatoriano, es la figura de una mujer, la indígena de origen cayambi
Dolores Cacuango. Una figura que por sí misma ejemplifica procesos de resistencia, organización
y lucha de los pueblos indios ecuatorianos. De hecho, una de las reivindicaciones más importantes
de Dolores Cacuango, es el de haber construido varias escuelas para niños indígenas. La actual
propuesta de capacitación política para mujeres líderes indígenas, se denomina precisamente
"Escuela de Formación Política Dolores Cacuango" (Palacios: 2001).
La noción de interculturalidad posibilita también formas de organización apegadas más al campo
de la cultura y la identidad que a la referencia de clase social y la producción. Las críticas que la
antropología culturalista hizo al materialismo histórico (Colombres: 1997), durante la década de
los sesenta y setenta, hacen posible la constitución de la " Ecuador Runacunapac Riccharimui" (El
despertar del "runa" ecuatoriano), Ecuarunari (Ecuarunari: 1998). Organización clave en la
constitución política del movimiento indígena ecuatoriano y de la ulterior conformación de la
CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador). Y es esta misma noción de
interculturalidad la que luego constituye la base teórica para crear la Universidad Intercultural de
los Pueblos y Naciones Indígenas, UINPI, en 1999. Así, pues, el presente trabajo intenta
reconstruir de manera genésica los alcances que tuvo la noción de interculturalidad y su
importancia en la construcción política y también académica del movimiento indígena ecuatoriano.
2.- La constitución histórica del movimiento indígena ecuatoriano
La sociedad ecuatoriana fue conformando a lo largo de su historia, imaginarios sociales alrededor
de lo indio, que remitían lo indio a una ideología de la humillación, la pobreza, y la derrota. En
esos imaginarios simbólicos, ser indio implica ser derrotado, ser humillado y ser pobre. Dentro de
la estrecha escala de jerarquías y de valores, la condición de éxito social implicaba la asimilación
acrítica de las características que el imaginario simbólico de la sociedad había construido
alrededor de la figura del conquistador. Una figura que negaba y suprimía lo indio como
condición indispensable de integración social. En el proceso de asimilación a la cultura dominante,
los indios que se integraban a la sociedad tenían que abjurar de su identidad y convertirse en
detractores y principales opositores a lo indio, para ser aceptados socialmente (Cfr. Muratorio:
1995; Lema: 2001).
El indio es un permanente menor de edad al que es necesario cuidar, incluso de sí mismo, tal es la
ideología que las elites y la iglesia habían construido alrededor de la idea de lo indio. Así, para
sectores considerados "progresistas" y enmarcados dentro de las corrientes de la izquierda, lo
indio era una condición secundaria a la verdadera "esencia" que era ser campesinos.
La asimilación de lo indio a lo campesino se constituyó en una mordaza epistemológica para
entender la particularidad propia de lo indio. Lo indio no existía per se, existía pero como
aditamento a su condición de campesino. Eran indígenas-campesinos. Su lucha principal era por la
tierra, pero no como elemento cultural, sino como relación económico-social. De ahí que las
primeras formas organizativas que tanto el Partido Comunista como el Partido Socialista van a
concebir para resolver la "cuestión indígena", sea la forma de sindicatos campesinos de tierras.
Su lucha era la de oponerse a lo que ellos llamarían más tarde la "vía junker" de modernización
capitalista. Es decir, una vía reaccionaria de modernización capitalista en el agro. Para la
antropología, en cambio, lo indio remitía desde las concepciones del "buen salvaje", hasta el
relativismo cultural que pregonaba la no contaminación de los indios por la civilización a fin de
mantenerlos en su estado de pureza.
Más pragmáticas, las elites ecuatorianas articularon lo indio a un sistema de dominación cuyas
raíces se remontan a la colonia y al sistema de mitas y encomiendas, y a la institución del
concertaje de indios (Guerrero: 1996). En virtud de su conocimiento más certero de lo indio, las
elites fueron configurando el sistema hacienda como el eje del poder político y económico del
Ecuador, y en el cual los indios, con todo su mundo simbólico y sagrado, formaban parte
fundamental de este sistema.
3.- El sistema hacienda
El sistema hacienda pudo articular de manera coherente lo ritual y lo profano dentro de las
coordenadas de la explotación a los indios. Las fiestas, por ejemplo, elementos centrales de la
cultura india, eran también parte fundamental de la vida de la hacienda, de la misma manera que la
figura del patrón de hacienda, incorporaba los rasgos patriarcales y autoritarios que se fundían
con los imaginarios indios del poder y la dominación (Cfr. Moya: 1995).
El sistema hacienda incorporó las dimensiones de lo simbólico, lo espiritual , lo jurídico, y lo
económico dentro de un sistema autárquico y cerrado. Este sistema caracterizó la forma de asumir
la política de las elites y su relación con el conjunto de la sociedad. Los grandes terratenientes del
sistema hacienda se convertían en "gamonales", sin alcanzar la racionalidad propia de la burguesía,
de la misma manera que los grandes propietarios de la tierra en la costa, en virtud del sistema de
plantación, devenían en "oligarcas". El Ecuador que se configura a partir del triunfo de la
revolución liberal a inicios del siglo XX, es el país en el cual los oligarcas y los gamonales luchan,
disputan y llegan a acuerdos sobre los contenidos políticos del Estado, de su institucionalidad, y
de sus políticas y discursos. Son ellos los que definen, estructuran y configuran al Estado, sus
discursos, sus prácticas, sus normas, sus instituciones.
En la base de ese Estado está la hacienda. Núcleo de poder y cimento del sistema. La hacienda es
la matriz desde la cual se integran las diferentes dimensiones del Estado posliberal. La hacienda,
unidad autárquica y base de la acumulación económica del sistema, es el elemento político que
otorga sustento y racionalidad al poder. De hecho, son las necesidades de transformación
económica de la hacienda las que serán el fundamento de las transformaciones económicas de la
sociedad en su conjunto.
Dentro del sistema hacienda, lo indio, como sistema de dominación simbólica, social, ideológica y
económica, se constituye en el eje que da soporte y que permite la consolidación del sistema en su
conjunto.
Es evidente la percepción que tienen algunos sectores radicales sobre el sistema hacienda por las
profundas críticas que realizan, y la lectura que de ese sistema tiene la sociedad quizá pueda ser
ejemplificada en la novela de Jorge Icaza, Huasipungo. Pero la hacienda sufre también los
embates de la modernización capitalista que la considera una rémora del pasado frente a los retos
del futuro. El patrón de hacienda tiene que convertirse en moderno empresario capitalista, los
indios en obreros agrícolas, y las tierras comunales deben formar parte del mercado capitalista de
tierras. Son los tiempos de la revolución verde, y lo que las teorías del desarrollo denominarán el
take off del desarrollo. Son también los tiempos de la transición al neolberalismo.
El impasse entre el sector agrario y el sector moderno de la economía era de cómo solventar las
necesidades de mano de obra para el sector industrial, mano de obra que provenía justamente de
los sectores rurales, sin perjudicar la productividad del agro.
Este proceso de modernización se inicia desde la promulgación de la reforma agraria en 1964,
cobra un fuerte impulso desde mediados de los años setenta con el aparecimiento del excedente
petrolero y la conformación de una burguesía industrializante, y se consolida con las reformas
neoliberales de los años ochenta y noventa. Estas transformaciones económicas obligan a
transformarse a la hacienda, a desprenderse de sus códigos simbólicos, de la misma manera que se
desprende de las formas precarias de producción. Un nuevo tipo de racionalidad impregna a la
hacienda, aquella de la producción capitalista en el agro, en la cual la relación costo/beneficio
subyace a las consideraciones de tipo simbólico-cultural. La hacienda deviene en empresa
agroindustrial, el patrón de hacienda en moderno empresario que busca integrarse a las corrientes
de la globalización liberal, y los indios se convierten en asalariados o en desempleados.
4.- Las políticas del desarrollismo y el retorno a la democracia (1960-1979)
La sociedad ecuatoriana, por su parte, se constituía a espaldas de su propia historia, y negando su
memoria como condición para construir su identidad. Era imposible que las clases medias y la
burguesía emergente, a pesar de las necesidades de modernización capitalista, adscriban en su
imaginario sin reservas a la idea de lo indio.
La visión desarrollista, de la cual las clases medias eran los principales portadores, propugnaban la
idea de que los indios eran un obstáculo para el desarrollo y que el Estado debía hacer algo,
cualquier cosa, para superar esa condición atávica de atraso, pobreza e ignorancia de los indios.
Así, se propusieron diversos planes y programas de acción social para llevar a los indios a la
modernidad. Desde la Misión Andina, en los años sesenta, hasta el fondo Foderuma del Banco
Central del Ecuador, en los años setenta y mediados de los ochenta, la visión asistencialista de las
nuevas elites, entendían a lo indio como un problema a superar desde la acción directa del Estado,
sin que cuente, obviamente, el criterio y la opinión de los principales involucrados.
Esta visión por la cual los indios están al margen de la modernidad, al margen de la sociedad, al
margen del progreso, (en efecto, la marginalidad era una forma de denominarlos desde las
ciencias sociales), repercutió en la creación de un sistema de representación política y en una
institucionalidad, que luego de las dictaduras de los años setenta, se denominó "reforma jurídica
del Estado ecuatoriano", y que excluía de hecho y de derecho a una importante porción de la
población ecuatoriana.
Cuando se reinició la institucionalidad democrática, a fines de los años setenta, los indios estaban
literalmente fuera del juego democrático. En primer lugar porque no eran considerados
ciudadanos. Para ser ciudadano, decía la Constitución vigente a ese entonces, había que ser
ecuatoriano de nacimiento y saber leer y escribir, pero en español, además de la mayoría de edad.
En virtud de que en las comunidades indígenas se hablaba el quichua, el shuar, el paicoca, y otras
lenguas vernáculas, y que hasta el momento no se habían creado sistemas de educación en estas
lenguas, y la educación en español era altamente excluyente para la población indígena, éstos
estaban prácticamente excluidos de la condición de ciudadanía y por ende de la democracia.
En segundo lugar, los indios y las comunidades no habían sido cedulados e inscritos como
ciudadanos, y no habían adquirido el derecho a tener una identidad y, por lo tanto, no constaban
en los registros electorales. Y, en tercer lugar, porque el sistema de representación política estaba
hecho en función de los requerimientos de las elites emergentes y de su necesidad de modernizar
al país y no en función de las necesidades de las comunidades indígenas.
Existirá una larga lucha, sobre todo en la década de los noventa, por dar nuevos contenidos a la
noción de ciudadanía. Primeramente, había que desligar a la concepción de ciudadanía de toda
premisa y de toda condición que la restringía. La ciudadanía no podía estar ligada a condiciones
biológicas como la mayoría de edad, o a condiciones educativas, como saber leer y escribir.
La ciudadanía debería entenderse como la pertenencia activa a un Estado. Es recién en la
Constitución de 1998, fruto de la Asamblea Constituyente, cuya convocatoria el movimiento
indígena habría de proponer desde inicios de los años noventa, que se cambia el status de
ciudadanía y se incorporan por vez primera los derechos colectivos de las comunidades y pueblos
indígenas.
5.- La noción epistémica de interculturalidad en la construcción organizativa
En este proceso emergen con fuerza dos nociones fundamentales en la historia política
organizativa del movimiento indígena ecuatoriano. De una parte, y ligado al proceso de los
pueblos indígenas de la Amazonía, surge la noción de "nación", para explicar el conjunto de
referentes que otorgaban sustento histórico a dichos pueblos. Y, desde el conjunto de
organizaciones indígenas de la sierra ecuatoriana y adscritas a la Ecuarunari, emergería con fuerza
la noción de "interculturalidad", como la apertura del espacio de la educación a los pueblos
indígenas.
Ambas nociones remiten a campos teóricos distintos aunque complementarios. Para los pueblos
indígenas de la sierra ecuatoriana, su vivencia histórica había estado en relación con el sistema
hacienda. Su referencia a la tierra era de tipo más bien cultural. Es decir, la tierra como
pachamama, como categoría central en la unidad ontológica entre el runa (se humano) y la
naturaleza (pachamama), y que contribuía a explicar esa compleja relación entre hombre y
naturaleza. Para los indígenas amazónicos, que habían vivido fuera del sistema hacienda y cuyo
hábitat no había sido considerado como "valioso" (en el sentido de "valor"), al extremo de que
uno de los presidentes más emblemáticos, Galo Plaza Lasso, llegaría a expresar a mediados de los
años cincuenta que la amazonía ecuatoriana, en realidad, era un mito; la noción más importante es
aquella de "territorialidad", es decir, una de las categorías de base del concepto tradicional de
nación.
La noción de interculturalidad apunta a la apertura de un espacio inexistente en la sociedad
ecuatoriana de los años sesenta y setenta, aquel de la educación en términos de respeto a las
nociones culturales, para los pueblos quichuas de la sierra ecuatoriana. La oposición del sistema
hacienda a la implantación de un sistema de enseñanza para los indios es tenaz. La educación no
es solamente el acceso a códigos y referentes de la cultura dominante, es la posibilidad de
decodificar estructuras de dominación.
Es justamente desde la idea de la educación, que se comienza una reflexión, desde los propios
indios, sobre las particularidades de su condición histórica. La educación remitía a la lengua, y
ésta a todo un universo de referentes culturales que no podían ser los mismos que aquellos de la
cultura dominante, y que, además, tenían el derecho a pervivir en su diferencia.
El gobierno de Jaime Roldós, (1979-1981) habría de propiciar la institucionalización de la
educación intercultural bilingüe, y a partir de ello, el surgimiento de una nueva conciencia de
organización y participación. Desde los años ochenta, un grupo de intelectuales indígenas,
fuertemente imbuidos por las ideas de la interculturalidad y la plurinacionalidad, proponen la
creación de una gran confederación que agrupe a todas las naciones y pueblos ancestrales del
Ecuador. Empiezan a descubrirse como diferentes entre ellos mismos. Los saraguros saben que
son diferentes a los shuaras y éstos a los éperas, y éstos con los tsáchilas, etc.
En fin, el descubrimiento de las diferencias entre semejantes afirma su identidad y abre
interrogantes sobre su contenido esencial. Son diferentes entre sí, pero la sociedad los mira como
si fuesen idénticos. Simplemente son indios. Asumen entre ellos esa condición de indios, de
naciones diferentes, y esa noción de nacionalidad como conjunto de referentes culturales y
simbólicos, con lenguas, hábitos y territorios propios, y a partir de ello configuran una
organización de contenido diferente para el Ecuador.
Se constituye la Coordinadora de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, y en 1986 se realiza el
congreso constitutivo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE.
Su propuesta de unidad en la diversidad se logra con la constitución de la primera organización
hecha desde los indios bajo premisas inéditas, aquellas de la plurinacionalidad.
La Conaie incorpora al país un debate antes inexistente, a pesar de haber estado allí todo el
tiempo, aquel de la plurinacionalidad y la necesidad de un diálogo intercultural. Somos diferentes,
dicen los indios, y estamos orgullosos de serlo. Necesitamos que se respete nuestra diferencia y
que se conviva en paz con las otras culturas. El desafío lanzado tiene profundas consecuencias. Si
se acepta que los pueblos indígenas son radicalmente diferentes a nosotros, y que los "otros"
tienen tanta razón de vivir como "nosotros", entonces los contenidos de nuestra cultura no son
tan universales como habíamos pensado, y era necesario poner límites muy concretos a nuestros
valores, referentes, nociones y conceptos básicos.
Pero ¿cómo hacerlo cuando se había construido todo un imaginario simbólico altamente
peyorativo con respecto a los indios? ¿Cómo relativizar los contenidos de la modernidad
occidental frente a pueblos considerados como bárbaros? ¿Cómo considerar que ellos también
tengan razón? Si lo hacíamos, significaba que todo lo que habíamos hecho en nombre de la razón,
la civilización y la modernidad, no era más que pura imposición, violencia y dominio. Eramos tan
salvajes como cualquier otro pueblo que impone por la fuerza sus ideas, costumbres y religión a
otros pueblos. Los pretextos que justificaban y habían legitimado tanta violencia en contra de los
pueblos indios se revelaban como argumentaciones de tipo ideológico dentro de una acción
estratégica del poder.
La iglesia, con su idea de la salvación, se revelaba como lógica de secta que tenía dos
posibilidades, o aceptaba la espiritualidad de los otros pueblos como legítima, y relativizaba sus
contenidos de evangelización solamente a criterios de aceptación voluntaria, o simplemente
declaraba a sus razones como las únicas prevalecientes y por lo tanto tenía que destruir a aquellos
que se oponían a su verdad y a sus designios. O tolerancia religiosa o violencia evangelizadora.
Tales son las consecuencias de aceptar la plurinacionalidad y la interculturalidad en el proyecto
original de los indios. De hecho, dentro de ese proyecto se han empezado a reformular
absolutamente todos los contenidos de su acción organizativa y política, bajo los parámetros de la
plurinacionalidad e interculturalidad, como puede desprenderse del proyecto de reconstrucción y
reconstitución de los pueblos de la Confederación Kichwa.
En efecto, se aceptaba la interculturalidad, pero solo para los indígenas. La propuesta de creación
de lo que más tarde será un sistema de educación intercultural bilingüe, es revelador en ese
aspecto. Eran los indios quienes tenían que asumir la interculturalidad. Eran ellos quienes debían
ser bilingües. La interculturalidad se redujo a una parcela del Ministerio de Educación, y posibilitó
deslindar responsabilidades para el Estado y para la sociedad.
Pero, si bien la conformación de la Conaie abrió el espacio de posibles sociales a la discusión de la
alteridad, y a partir de allí cuestionó la estructura misma del Estado Ecuatoriano, ello no significó
que se hayan efectivamente suscitado debates, reflexión y cambios al interior de la sociedad
ecuatoriana. El hecho de poner en discusión el carácter plurinacional del Estado suscitó muchas
suspicacias y sirvió como argumento de deslegitimación en contra del movimiento indígena
ecuatoriano.
En efecto, cuando en 1990 la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza, OPIP, propuso un
documento en el cual se reconocía el derecho de los pueblos ancestrales a ejercer su soberanía
territorial, bajo condiciones de autonomía y descentralización, casi todas las voces acusaron al
movimiento indígena de fracturar la soberanía nacional y de amenazar la unidad del Estado
Ecuatoriano. Diez años después, cuando el partido de extrema derecha, el Partido Social
Cristiano, propone al país la autonomía y descentralización, en una versión más radical que
aquella presentada por el movimiento indígena, aquellas voces que acusaron a los indios de dividir
al país, aplaudieron la propuesta del PSC, y pidieron al país que piense seriamente en la
autonomía y la descentralización de acuerdo a los contenidos dados por el PSC.
Así, se evidenciaba un uso estratégico de los discursos dentro de la acción política. Con su
propuesta de plurinacionalidad e interculturalidad, los indígenas no lograron abrir un diálogo
intercultural con la sociedad, pero lograron consolidar un espacio organizativo cualitativamente
nuevo, posicionaron nuevos temas en la agenda política, y lograron que la sociedad ecuatoriana
visualice a los indios como actor social.
El debate de la plurinacionalidad debía atravesar el filo de la navaja de las posiciones etnicistas y
derivar en la construcción de una opción política y organizativa que construya un discurso y una
práctica desde las nociones étnicas pero con contenidos normativos de mayor alcance y
profundidad. No se trataba solamente de afirmar la identidad propia frente a un sistema en
permanente tarea de destrucción de lo diferente, se trataba también de sumar voluntades, de
lograr que sea la sociedad en su conjunto la que reconozca la interculturalidad y la
plurinacionalidad. Se trataba de unir lo diverso en una sola voluntad de transformación política.
La adopción de un discurso etnicista sin la construcción de un proyecto estratégico al largo plazo,
podía derivar en una tendencia al aislamiento político, y a un revanchismo de carácter racista
justificado por la historia. De haberse mantenido una posición etnicista, seguramente la Conaie no
habría podido constituirse en el centro de gravedad que aglutine a una diversidad de actores y
movimiento sociales dentro de una larga lucha de resistencia.
El periodo que va de la conformación de la Conaie al primer levantamiento desde el retorno de la
democracia, es una etapa sumamente compleja y difícil, en la cual se definirán discursos,
estrategias y formas organizativas que serán decisivas en el futuro. La Conaie es una organización
de tipo diferente. No es el sindicato de tierras. Tampoco quiere ser una organización etnicista
centrada en lo indígena y aislada de la sociedad. La Conaie quiere tener un rol protagónico,
porque a través de ese rol puede posicionar un debate imprescindible, puede ampliar sus alianzas.
Es cierto que existen multitud de conflictos de tierras. Es cierto también que la modernización
capitalista del sistema hacienda se hace sobre los hombros de los comuneros indígenas. La
hacienda empieza un proceso de transformación de los campesinos en proletarios de la agro
industria y de la industria de la agroexportación. El modelo neoliberal obliga a la hacienda a
abandonar las formas precarias de producción y a todos los universos simbólicos que se habían
tejido alrededor de la hacienda.
Pero también es cierto que más allá de los conflictos de tierras, existen graves conflictos de los
pueblos indígenas que viven en las grandes ciudades. Pueblos originarios empiezan a desaparecer
por el auge de la modernidad y por la urbanización creciente. Es el caso de los Zámbizas en la
ciudad de Quito, que en apenas dos décadas desaparecen como pueblo. Es el caso de las
nacionalidades amazónicas amenazadas por las petroleras, los colonos, las madereras. Es
necesario una confluencia de intereses en un solo tipo de acción. En una sola estrategia. Es allí,
dentro de ese contexto, cuando se inscribe el levantamiento indígena de 1990, y la emergencia
política del movimiento indígena ecuatoriano.
6.- La Universidad Intercultural como proyecto político-epistémico
La creación de la Universidad Intercultural de los pueblos y las nacionalidades indígenas, es parte
del proyecto político y estratégico del movimiento indígena ecuatoriano, y constituye una de las
iniciativas de mayor importancia en el futuro. La importancia que tiene la creación de esta
universidad puede ser comparada estableciendo una relación con la conformación de la Conaie.
En efecto, a mediados de la década de los 80, se constituía en Ecuador la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE. Más que la creación de una nueva organización
indígena, lo que en realidad se produjo fue la apertura de un nuevo espacio social en el Ecuador
que posibilitó la irrupción de un nuevo actor social, los indígenas, un actor social que en el
devenir histórico habría de demostrarse como fundamental para redefinir las relaciones de poder
existentes.
La apertura de ese espacio se hizo a través de una noción que en sus inicios no significaba nada
para la sociedad, para sus élites y para su institucionalidad, aquella de la interculturalidad. A partir
de esta noción se articuló, entre otras, la propuesta de plurinacionalidad del Estado ecuatoriano,
ello significaba, de una parte, el reconocimiento del fracaso de las élites por construir una
identidad nacional, y, de otra parte, la necesidad de admitir la diferencia radical que representaba
la existencia de pueblos y de naciones ancestrales al interior del Estado nación denominado
"Ecuador".
En un inicio, las élites cerraron filas defendiendo la unidad del Estado. Para las élites y para su
discurso, que luego sería el referente de toda la sociedad, la interculturalidad se presentaba como
un discurso peligroso porque ponía en riesgo las estructuras ideológicas de poder, sobre todo
aquellas del racismo. Es a todo lo largo de la década de los noventa, y luego de varias luchas,
movilizaciones, levantamientos, marchas y participación electoral e institucional, cuando la
sociedad ecuatoriana empieza a vislumbrar el significado real de lo que puede significar la
interculturalidad. Para ello fue necesario también que el mismo movimiento indígena se
transforme política, organizativa y estratégicamente, y adecúe nuevas estructuras políticas,
organizativas e institucionales de acuerdo a la coyuntura.
Así, desde el levantamiento indígena del Inti Raymi de 1990, pasando por la marcha de la OPIP en
1992, los levantamientos de 1994, la participación electoral en 1996, la Asamblea Constituyente
de 1998, y el levantamiento de enero del 2000, la anterior década estuvo signada por la presencia
del movimiento indígena y sus demandas de interculturalidad para la sociedad y plurinacionalidad
para el Estado.
Ahora bien, a inicios del nuevo milenio, y tomando en cuenta los desafíos a todo nivel que este
momento se suscitan, el movimiento indígena ecuatoriano ha visto la necesidad de abrir un nuevo
espacio, de carácter distinto a aquel que se creó a mediados de los ochenta, pero cuya
importancia, asimismo, se irá revelando en el futuro. Ese nuevo espacio que se genera es el de la
investigación científica, la docencia académica y la preparación técnica, a través de creación de la
universidad intercultural.
En efecto, hasta el momento todas las condiciones de saber, de conocimiento, y de comprensión
se hallan delimitadas bajo una camisa de fuerza que es aquella de los conceptos, nociones y
categorías científicas y sociales que han sido creadas desde la modernidad occidental. Para
comprenderse a sí mismo, el movimiento indígena necesita crear los instrumentos teóricos y
analíticos que le permitan una comprensión de su mundo sin violentar su cosmovisión y sus
valores éticos fundamentales. Sin embargo, varias de las nociones, conceptos y categorías más
fundamentales que se han creado desde las ciencias actuales, violentan, desestructuran, e
imposibilitan la autocomprensión desde lo indígena. Es necesario, entonces, buscar la forma de
abrir ese espacio hacia nuevas reflexiones, debates y discusiones que permitan crear una nueva
condición social del saber.
Tal es el eje central de la propuesta de crear la universidad intercultural. No se trata de producir
una institución más que replique las relaciones de poder existentes en la sociedad, y en la que lo
indígena sea un aspecto circunstancial o formal en la currícula académica. No se trata tampoco de
inventar un espacio de saber reservado solamente para los indígenas, y en el cual los contenidos
fundamentales reproduzcan los criterios de verdad del poder, pero esta vez disfrazados de
contenidos indígenas. La creación de la universidad intercultural no significa en absoluto la
parcelación de la ciencia en una ciencia indígena y otra no indígena. Significa la oportunidad de
emprender un diálogo teórico desde la interculturalidad. Significa la construcción de nuevos
marcos conceptuales, analíticos, teóricos, en los cuales se vayan generando nuevos conceptos,
nuevas categorías, nuevas nociones, bajo el marco de la interculturalidad y la comprensión de la
alteridad. Es en virtud de ello que se trata de la apertura de un espacio nuevo, de un carácter
diferente a aquel de mediados de los ochenta cuando se creó la Conaie, pero que dadas las
condiciones actuales de globalización, cambio tecnológico y social, será de fundamental
importancia para asumir los retos del futuro.
Hasta ahora, la ciencia moderna se ha sumido un soliloquio en los cuales ella misma se daba los
fundamentos de la verdad desde los parámetros de la modernidad occidental. Sus categorías de
base eran siempre autoreferenciales, es decir, para criticar a la modernidad era necesario adoptar
los conceptos hechos por la misma modernidad, y para conocer la alteridad y la diferencia de
otros pueblos, era también necesario adoptar conceptos hechos desde la matriz de la modernidad.
Es por ello que para la comprensión de los pueblos, naciones o tribus que estaban fuera de la
modernidad se hayan creado ciencias como la etnología, la antropología, en las cuales el sujeto
que observaba y estudiaba no podía comprometerse ni contaminarse con el objeto estudiado. Los
pueblos indígenas fueron transformados en objetos de estudio, descripción y análisis. Conocer y
estudiar a los indígenas compartía la misma actitud vivencial y epistemológica con la cual se
deberían estudiar, por ejemplo, los delfines, las ballenas o las bacterias. Este distanciamiento
supuestamente determinado por las condiciones de saber, excluía la posibilidad de
autocomprensión de los pueblos indígenas.
Así, vastos dominios de la ciencia, no permitían la inclusión de lo "extraño" y lo "diferente" dentro
de sus fronteras de conocimiento. Por ejemplo, la ciencia económica actual, no tiene un solo
instrumento teórico, ni una sola categoría de base o un solo concepto, que le permita estudiar las
formas económicas fundamentales de las comunidades indígenas, en la ocurrencia, el caso de la
minga como institución económica. Como no existen los referentes teóricos entonces se niega
validez y existencia real al fenómeno social. La minga existe pero es solo un caso digno de
atención de la antropología, en el mejor de los casos, pero no de la economía.
Si la ciencia moderna se ha sumido en un soliloquio y si las condiciones de saber siempre están
implicadas en las condiciones de poder, entonces cómo generar las condiciones para un diálogo?
Cómo articular la interculturalidad dentro de los límites de la epistemología y de la producción del
conocimiento? Cómo aportar a la aventura humana del conocimiento desde nuevas fuentes?
La Universidad Intercultural está pensada justamente en esa dimensión teórica, pero también tiene
una dimensión deontológica y ética, en la cual el eje vertebrador es la noción de interculturalidad,
como propuesta para aceptar las diferencias radicales y construir un mundo más justo, equitativo
y tolerante.
|